“Las trincheras de Asomante” Por Juan Casillas Álvarez

En la Revista Trasdemar difundimos la creación literaria contemporánea del Caribe
El autor puertorriqueño Juan Casillas Álvarez (foto de archivo)

Presentamos en la Revista Trasdemar el ensayo titulado “Las trincheras de Asomante” a cargo de nuestro colaborador Juan Casillas Álvarez (Las Piedras, Puerto Rico) Poeta y novelista, estudió en la Universidad de Puerto Rico las disciplinas de Historia y Literatura, especializándose en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, además de finalizar la Maestría en Historia comparada por la Universidad de Connecticut. Ha publicado “Lugar Profano” (2015) y tiene inéditos varios libros de poesía y novela. Ha sido profesor en Boston y Cambridge. Ha participado activamente en festivales internacionales de poesía en Estados Unidos. Publicamos el nuevo ensayo del autor en nuestra sección “Conexión Derek Walcott” de literatura contemporánea del Caribe

El puertorriqueño alerta no se apaña con los manidos términos de empoderamiento, oportunidades y resiliencias como si nuestra historia fuera ignorante de ellos. Nuestro mayor fracaso  ha sido la incapacidad de convertir la belleza natural, isla del encanto, en poder real y picante. La belleza como paisaje es un lujo, la belleza como drama de lo humano es transformación.

JUAN CASILLAS ÁLVAREZ

Las batallas del Asomante en Aibonito, 12 de agosto de 1898

Nos vamos de excursión al Aibonito

La felicidad es un asunto también de la historia y es proporcionar a la amistad. La clave está en salir  de la ciudad de San Juan echando a un lado el embobamiento de la capital como antes se acostumbraba a decir.  El gigantismo urbano se ha tragado los nombres de “ciudad y capital”. “Ciudad y capital” eran nombres  semejantes a una casa, país, episodios históricos, a barriadas, paseos, teatros, cafés, en fin, a lugares que tenían muchas vibras pero que de un tiempo para acá han sido barridos, ya usted sabe por qué. La mega ciudad es hoy la reina de la noche, de lo siniestro, de la energía, del dióxido de carbono, de la resiliencia, de las ruinas, de la muerte y de todos los desplazamientos que corren con el milenio. 

Otra clave que estimula alejarse de la ciudad capital está en elegir a un amigo o amiga de excursiones con curiosidad por saber más del interior de la isla. Con ese perfil invité al amigo Pedro Torres, rápido aceptó mi invitación además de que es un buen copiloto. Él es de California,  descendiente de sefardíes cordobeses, de niño su bisabuelo le mostró la llave de la puerta de la casa familiar en Córdoba como   prueba de que era descendiente de españoles judíos. Pedro también tararea una jarcha, canción que aún entona la familia hace más de trescientos años.  Durante la semana,  Pedro y yo,  quedamos para jugar tenis. Entre los descansos del peloteo,  he visto su deseo de conocer más a mi país.  

Entonces, hemos acordado que los fines de semana, no todos, hacer paseos de aprendizaje y exploración, expuestos a lo que venga.  En estas excursiones nos viene bien a ambos. De esta manera, Pedro se entera que Puerto Rico no es sólo playas, cannabis e inversiones buitres. Desde que lo conozco  son notables los progresos de Pedro compartiendo viajes conmigo, a parte de que es muy agradecido. Yo veo cómo crece su admiración por mi isla. En cuanto a mi me viene bien salir de la estufa de calor que se forma en la calle Loíza. Además,  me falta mucho por conocer mi propio país.

Un poco de mi amigo. Pedro es un agente corredor de inversiones, opera sus negocios desde un apartamento colonial en la calle Norzagaray, a pasos de los extramuros de la barriada La Perla. No es la primera vez que hacemos una ruta por la isla. Hemos ido juntos a festivales, patronales, verbenas y celebraciones históricas en la isla grande.   No tenemos el hábito de chinchorrear.  Me gusta guiar a Pedro, es fácil viajar con él, me sirve de contrapelo y me mantiene alerta en la carretera. Los dos nos alegramos de alejarnos de la capital.

Hoy sábado, 12 de agosto vamos rumbo al  pueblo de Aibonito, la ciudad de las Flores como le llaman. No le conté a mi pasajero que en Aibonito hoy se conmemora la Batalla del Asomante de 1898. Yo siento la batalla por todas partes, es un deleite histórico para mi. Pedro de momento lo que siente es la carretera y sus dedos golpeando la pantalla de su iPhone. No sospecha nada a dónde vamos pero le romperé sus diques en la medida en que avancemos hacia Aibonito. Mientras permanece atrincherado en el carro, sigue garabateando su iPhone, me arriesgo a probar suerte para mostrarle algo diferente en el país que reside.  Me voy a enterar de la capacidad de absorción de mi acompañante porque aunque tenga buenas intenciones las personas pueden evadir y volverse áspera cuando descubren los rayos X, temen a sentirse débiles o de sucumbir en la humedad tropical.  Me propongo cambiar la mirada gringa y de estereotipos de mi querido amigo.

Aprovechamos la ruta por la autopista para conversar,  indagamos en los frívolos asuntos urbanos y nos divertimos de las supercherías que se escuchan en los medios y las redes sociales. La ruta avanza hacia la autopista número 52 en dirección a Caguas y Cayey, el respiro que sentimos de la nueva atmósfera rural se aprecia, de inmediato sacamos provecho a pleno pulmón del buen aire. Nos trepamos por el Guajataca, aquí  la buena temperatura se pone más amable. El paisaje cambia, ahora la  reina es la montaña, ella nos habla con relieves azules y verde vegetación. Nuestra mirada al trópico profundo es admirativa, se torna suave porque hemos dejado atrás las hostilidades de la metrópolis urbanezca que enloquecen las buenas conciencias. 

Peter, le dicen Peter en los estados,  y yo celebramos la pausa y la tranquilidad que el viaje a lo hondo nos promete, creo que vamos a pasar un buen rato en Aibonito lejos de los “voceteos”, del pesado cansancio de las calles urbanas. La vida se vive más intensamente,  la historia y la poesía se disfrutan más por estos pueblos a veces innombrables en la prensa del país. Los viajes son importantes, enriquecen el relato de la vida. En los viajes es feliz nuestro interior, se pone a sus anchas aprendiendo a sensibilizarse acentuado por el camino la diversidad y la tolerancia. Ponerse en el lugar del otro, escuchar atentamente al paisano, nos llena de experiencias, de historia y de poesía. La ruta nos guía a remontamos a lo de antes, a tierra adentro como describieron los textos de nuestra literatura de la tierra.  Pero el vaivén de las montañas no le quitan lo bailao y los montículos conservan las arqueadas  curvas femeninas, eso no ha cambiado.

Le he dicho al copiloto que tienes que abrir los ojos y oídos a dónde vamos, que lo importante son las aventuras y las sorpresas que nos regalan las personas.  La mentalidad de mi amigo americano me recuerda las películas de la época de Indiana Jones. Pedro consulta su iPhone y me conversa que Aibonito es el pueblo más alto, que está cerca de  Salinas y que tiene bajas temperatura en invierno. 

Las playas de nuestras islas tienen olas muy altas y son el centro atracción de muchos extranjeros. A Pedro le gustan los deportes de verano, hace surfing y ala delta en California y Hawái. He notado que muchos extranjeros que nos visitan se inclinan principalmente a la fascinación por los recursos naturales que les ofrecen festivos beneficios personales, y de ello  depende el clic: “me gusta o no me gusta”. Aunque Aibonito no tiene playas, sin embargo,  Pedro  me habló satisfactoriamente de la buena temperatura y del dato turístico que Aibonito es el pueblo de las flores. Mi amigo es un amante de la jardinería. Por el lado de sus preferencias íbamos bien. Pedro hace las preguntas, tiene curiosidad. ¿Y qué vamos a hacer en Aibonito?, me preguntó. 

Monólogo del chofer

He llegado a pensar que San Juan es un mundo urbano perdido para mi.  Me cuesta entrar y me cuesta más salir de ese mundo acaparador y errado de las calles y los barrios refundidos para alojar turistas. En tanto que, la diáspora se dedica a rellenar huecos para la comodidad adaptativa. El enjambre de la diáspora boricua no llega a la isla como un viajero o visitante que se devuelve si no llega a imponer un protocolo de poder que llaman “gobernanza” y de tenencia o de titularidad, es decir, llegan a Puerto Rico a buscar lo suyo como en la novela de Pedro Páramo de Juan Rulfo que le la madre le implora a su hijo Juan Preciado que regrese a Comala a buscar lo que le pertenece. La diáspora contemporánea que se relaciona con Puerto Rico se comporta como un  ocupa, hace intervenciones y expropiaciones. Ellos son la otra cara del turismo invasor, ellos mandan y nosotros damos y obedecemos. 

Soy un chofer perezoso, le pongo el ojo a las curvas cerradas mientras temo que con mis chorreadas esté aburriendo al pobre amigo que me escucha sin tener claro que siga mi lenguaje.  Pedro aprendió el español entre California y México. Lo aprendió de sus novias latinas, mezcla el español de México y de Argentina. Me dice “che” cuando me quiere decir algo  y “mande”  cuando no entiende mi español. Me ha dicho mande en tres ocasiones y el viaje lo llevamos a mitad.

Me alegra que Pedro sea de la misma opinión. “Hay muchos juegos de poder aquí estúpidos”, me dice.  Y añade,”Puerto Rico es un territorio y usted no tiene control de nada”. La frase solo duele, es una catapulta, que no la veo necesaria cruzando la belleza de los paisajes de la sierra.  Sin embargo, él nota mi silencio y sabe que “ser  territorio”  de los yankees tiene un precio real que se eleva a escalofríos en mi mente, es insoportable ese destinos de mando con Washington, que por otro lado, nos vincula pobremente a los destinos del mundo. ¿Será que la independencia es una leyenda convertida en un sueño infantil? Y como van las cosas en el país, no tardaremos en convertirnos en la servidumbre del “territorio incorporado” que somos para los yankees.  Pedro asiente a mis reflexiones y piensa que “ser territorio de los Estados Unidos” es una realidad draconiana.

Un territorio es una fábrica de acechos de problemas que lentamente minan la última fibra de nuestro ser. A veces, me da gusto pensar que la felicidad solo está en nuestras manos, los mejores optimistas  encuentran que el mantra interior es la mayor libertad. Sin embargo,  esa psiquis también puede revertirse en un mayor colonialismo que es capaz de alojarce  en los huesos. El colonialismo, ser un territorio, ser nada, es una mala escuela para los niños puertorriqueños del siglo XXI. ¿Cuándo llegará la hermosa vida que nos merecemos? 

Asomante representa algo que ignora Pedro, pero él no se fía en la historia porque los hechos históricos son desfavorables a la dicha. Yo me fio en Aibonito, en su aire fresco, en su gente, me fio en el camino que nos lleva a una población llena de incentivos reales y sugerentes como la música, la poesía, los libros y todo ello es digno de saber y conmemorar. De acuerdo a la civilización occidental una batalla no es un asunto ordinario.

En la urbe de San Juan el afán de aprender está estancado, sin embargo, mis visitas a Humacao, Villalba, Hatillo, Arecibo, Caguas, me han proporcionado alimento para la curiosidad, me han obsequiado estuches de conocimientos. Los enlaces del ocio artístico te lanzan a valorar todo aquello que da entusiasmo por conocer los frutos de nuestro paisanos fuera de las murallas urbanas. Los mejores proyectos culturales, foros académicos, festivales, reuniones, protestas y los mejores cafeteros están en las municipales que he visitado en la isla. En un café de Arecibo y Caguas, he  pasado horas de tertulias con los “locales” conversando temas relevantes del mundo y del país. En mis visitas al interior y costas he conocido paisanos con mucha desenvoltura intelectual, informados y documentados sobre el pasado y presente. Es fácil allá crear un círculo de amigos que apoyan proyectos culturales de resplandeciente fuerza patriótica. Pero hay que saltar de la cama y del sofá para uno unirse a tantas cosas amenas que enriquecen nuestros días cotidianos.

Allí, las intergeneraciones van de la mano y descubren juntos sus poetas y sus acontecimientos históricos porque los viven y los respetan. El doctor Julio Muriente, y Edagardo Pratts  son borincanos exquisitos que han sido  invitados a la conmemoración de la Batalla del Asomante de 1898. Ellos se han ganado un prestigio y una generosidad tanto en la academia como en el pueblo que les quiere y les admiran.  Mientras que en San Juan urbano la vida se pierde. En cambio, Arecibo o Aibonito son pueblos dignos y poéticos con ganas de vivir, se cuentan entre los  puertorriqueños más maduros y sanos .

La ciudad metropolitana está desgastada,  está trastornada por la amnesia,  mientras que las municipalidades genuinas vibran, evocan, reconcilian, son ingeniosas, tiene señas de identidad, sus calles tiene aromas y flores, galerías y teatros, hay paseos de patriotas, en fin, que ese milagro se está repitiendo con tesón en otras poblaciones, sin miramientos generacionales. Yo veo aquí un movimiento de transformación significativo que empieza con la apreciación del conocimiento, sin duda, por ahí se avispa la felicidad cuando se aprende. Los acontecimientos de la batalla del Asomante no son por nada despreciables, este día es un momento oportuno para hacer un vistazo a la historia.

Justo llegando a la ruta 14 comenzó a llover fuerte, los carros venían volando por las curvas del camino rural. A todo esto, Pedro se la ha pasado entretenido con mi sainete de palabras y discursos contra el neoliberalismo. Ha escuchado mi arenga y creo que la conmemoración de la batalla del Asomante será la prueba de alto voltaje para él. Cuento con que mi amigo se lleve una gran sorpresa en Aibonito, creo que va a disfrutar de nuestra vanidad patriótica. Va a alucinar con nuestro atriles, festejos y nostalgias. Se va a enterar un poco de nuestro soberbio imaginario colectivo. Asomante es un faro donde se triunfó a lo grande en las trincheras. En esta fase del viaje veo a Pedro con buen rollo, anticipó que estamos en el mismo partido, viajamos hacia las circunstancias históricas del 12 de agosto de 1898.

La naturaleza tropical despeja a Pedro y puedo percibir su voz problematizada mientras se recupera con una búsqueda rápida en Google. Lo he metido en estos vericuetos ausentes en su vida, su hoja de ruta aísla cualquier confusión y busca claves para repensar la realidad incomprensible que tiene enfrente en los sesos. Pedro aún es un extranjero con mucho ruedo pero aún así, no hemos tenido un momento decisivo para abrirnos a una conversación sobre  nuestras vidas personales. Sé poco de él, es de California, es sefardita, ha viajado la mitad del mundo por placer y negocios, es muy generoso y es un buen jugador de tenis. Me considera su amigo, él espabila mucho, se aparta de los culebrones electrónicos de las redes, no le conozco enfados, no sabe hacer guiños a una mujer y no creo que cambie intimidad por dinero. Somos tan distintos que me pregunto por qué Pedro y no otro. En el camino a Aibonito se abarca todo pero Pedro es el que agarra el viento.

Cuando viajo cada casa, cada río, montaña o árbol se me queda en la cabeza. Pedro tiene esos detalles también, le gusta pintar árboles, los flamboyanes le impresionan tanto que los dibuja solitarios y aislados en su celular. Me pregunta sin marco poético por las amapolas silvestres que se ven a la orilla de la carretera. Llegamos a la intersección número 7718, doblamos a la izquierda y por aquí seguimos hasta Asomante. Pedro saca la mano para sentir y respirar el oxígeno vegetal. Este aire puro de las montañas es el “cristal de la felicidad”, que bella imagen escribió el filósofo Walter Benjamin. ¿Amigo Juan quién trajo los olores a la isla?, me preguntó Pedro. 

Todo tiene relevancia cuando se dice con contemplación poética que el ascenso a Aibonito es como subir a una montaña mágica. La armonía es una ruta con una sola dirección. Las amapolas, el oxígeno, las casas de caminos, los hectómetros y los barrancos,  nos acercan a la inquietante  celebración de la  batalla del Asomante. Creo totalmente en las palabras de Schopenhauer de que la esencia de la vida es la voluntad. Yo no me escondo ninguna pregunta del corazón. El mundo para Pedro es un producto cerebral y competitivo, mide el éxito con una gorda cuenta bancaria. No tengo razones suficientes para explicar quién es Pedro, sea como sea, algo bueno se cuaja entre nosotros. Tenemos un viaje chulo contrario al plan divino aún así ruego, ” Señor, acuérdate de la batalla del Asomante”.

El ciudadano de California revisa una vez más el paisaje montañoso, ha subido y bajado la ventanilla y comprueba que continúa a fuera la fresca temperatura. El mapa electrónico le cuenta la ruta y sabe que estamos pasando por Cidra, después envió varios tuits,  ignoro el paradero de ellos, pero la respuesta inmediata es de redención rápida, presiento una inquietud de su parte, me parece que ha  descubierto una faceta nueva de Puerto rico y me dispara:  “Pero Juan, los americanos son los ganadores”.  

El 1898 nos mantiene a todos en vela y relegados de nuestro poder de honestidad y valentía. Fingir que eso es de conocimiento público no es bueno ni es aprendizaje. Quizás la naturaleza tropical es el espejo de nuestra fragilidad, la belleza de nuestra isla es un refugio de nuestra problemática  cotidiana: la belleza de nuestra isla nos embala en un plástico transparente sin arranques poéticos.  

Los huracanes se han convertido en la nueva narrativa de la sumisión y el terror. Ese cuento tan maniatado por las corporaciones ha puesto a las tormentas  en contra de nuestro devenir, en contra de nuestra paz.   “Puerto Rico está mejor con sus ciclo de desastres”, sin duda  ese es el sarcasmo más brutal del neoliberalismo corporativo. Lo peor de todo es que los boricuas y la diáspora aceptan como buena la narrativa de que el desastre es positivo para la isla. Eso es una falacia, carajo! No podemos aceptar que vivir en decadencia sea un bien común, un derecho de la gente o pedestal del progreso. 

Es un fraude bestial votar cada cuatro años por la difamación de que nuestras derrotas y miserias mueven la economía de Puerto Rico, que la calamidad y la reconstrucción infinita nos hace especiales a las empresas, por otro lado, las dádivas recibidas de los federales nos dan resiliencias y complacencias. Todo ese paisaje neoliberal es una vergüenza humana que paraliza.

El puertorriqueño alerta no se apaña con los manidos términos de empoderamiento, oportunidades y resiliencias como si nuestra historia fuera ignorante de ellos. Nuestro mayor fracaso  ha sido la incapacidad de convertir la belleza natural, isla del encanto, en poder real y picante. La belleza como paisaje es un lujo, la belleza como drama de lo humano  es transformación.  Los episodios de valentía  no la hemos convertido en felicidad, en ganancias y en triunfos para nuestra juventud del siglo XXI.  Las playas y el estómago de los boricuas  son las propinas de los invasores, un pal de afanes materiales completan toda su satisfacción. ¿Y nosotros cómo nos enriquecemos de nuestros recursos naturales? ¿Qué afanes satisfacen el devenir si siempre estamos  cortejados por Washington? ?¿Será la Junta de Control Fiscal el último tsunami de acatamientos? El poder, la voluntad que conquista la felicidad, no puede apartarse del estudio de nuestra historia. 

Es falso creernos satisfechos echando de lado el saber histórico. Con mucho cuidado nos debemos acercarnos al pasado pero sin duda los acontecimientos líricos y épicos son necesarios para cambiar el relato penoso del asfixiante presentismo colonial. Ni pesimista ni optimista seamos generosos y realistas. Ese momento sigue alargando pero el poder de cambiarlo existe, vibra en el interior los puertorriqueños. Sin embargo, nos falta experimentar el extenso disfrute de convertir la historia en felicidad. En las trincheras de Asomante se percibió esa felicidad que se origina de la historia. En nuestros tiempos de aceleraciones e imágenes electrónicas con toda seguridad encontraremos más felicidad y aprendizajes del pasado y menos emociones del futuro plagado de incertidumbres.  

Entrada a Asomante 

Pero regresemos a la carretera porque este día tiene el eco de una buena batalla. Tengo la impresión de que Pedro está ya listo para su conversión platónica por las trincheras en los tropicales del barrio Asomante. Tenemos claro que las aventuras interesantes jamás le pasan a los que se quedan en casa. Pedro es cauteloso pero después de hora y media de viaje, la batalla del Asomante es algo remoto digno de recordar.  Cada vez más nos acercamos a nuestro destino conduciendo por la calle rural número 14, hacia el oeste rumbo a Coamo. En el kilómetro 45 del barrio Asomante es donde está la Casilla de Camineros, un patrimonio histórico que sirvió de enfermería a los heridos de la guerra de 1898. Le he explicado a Pedro que no espere ver en Asomante esos faraónicos monumentos de conmemoraciones como mucho le dije, hay una tarja visible de granito con una placa de bronce que cumple con el oráculo y la gloria militar de los aiboniteños. 

Nuestra visita es inesperada, estacionamos sin dificultad a la orilla de la ruta 14 que termina en Coamo, nos apeamos del carro. Pedro hizo fotos a la casa de caminos y le recordó las casas del Viejo San Juan. Le comenté que la casa se construyó en lo alto del cerro, un lugar idóneo desde el kilómetro 45, la mirada se  extiende del oeste al este de manera que se distingue bien quién entra y sale de Asomante; no fue caprichoso elegir este lugar para recibir a los paladines del norte. La lluvia insistió en mojarnos, Pedro me seguía, remontamos las escaleras, entramos a la casa que antiguamente la compartían dos familias celadoras del camino real. Finalmente, pisamos el amplio patio trasero donde una carpa blanca cobijaba a todos los reunidos aquí para la conmemoración. Nos perdimos la charla del Dr. Julio Muriente, historiador y divulgador con gran personalidad.  Nadie más adecuado como Muriente para ajustar las costuras no solo cronológicas de la batalla del Asomante.

En “La mesa de los historiadores” encontramos al profesor Edgardo Pratts en pleno despliegue de su carácter apasionado por los acontecimientos del 12 de agosto de 1898 en el altiplano de Asomante. El señor Pratts ha publicado un libro aplastante, lleno de humanidad y patriotismo que ha titulado !Dicen que llegaron! La sección de preguntas estaba en pleno apogeo cuando llegamos. La imagen oficial de la Batalla del Asomante es dinamitada público entusiasta que comprende que los episodios del 12 de agosto, no se merecen una simple semblanza escolar arrinconada en el pasado.  Nunca mirar atrás es bajar sino subir con firmeza y seguridad, esa  es la clave del camino de escalada de Asomante.  Me revienta, que se tome por importante la banalidad y la repetición canalla de la historia normativa. 

Inmediatamente que me senté a escuchar saque mi cuaderno de apuntes, pasando apuros con las lluvias llenaba páginas manuscritas  de comentarios relevantes  de los historiadores.  Pesqué las siguientes frases de los que pasaban por la mesa. “Solo saben llegar a otro país ofendiendo”, “Los invasores querían almorzarse a los puertorriqueños”. Todos los asistentes queríamos escarbar en las tierras de Asomante. Mientras tanto, el aguante de Pedro era admirable no sé si por dudas o por revelaciones de la efeméride. Aquí el conocimiento y la pasión no se detienen para explicar un 12 de agosto legendario que pone de nervios al sefardita. 

El tablero de las hostilidades del 12 de agosto

En el cerro se pueden ver los caminos de Coamo por dónde avanzaban las tropas americanas de asaltos. Las milicias aiboniteñas, soldados de la Patria, ya habían tomado posiciones contra los sitiadores que barrieron con Coamo. Los tercios boricuas cavaron trincheras carlistas de un metro de profundidad que sirvieron de fortificaciones  a más de 1,200 milicianos borincanos para entorpecer o aplastar a los 2,000 invasores yankees que avanzaban con un exceso de confianza que pagaron caro. Nuestras defensas eran básicas y el enemigo había ganado mucho prestigio militar en Cuba.  Nuestros soldados estaban bajo el mando del capitán puertorriqueño Ricardo Hernaíz, “un decidor de palabras y hacedor de hechos”.  Las hostilidades comenzaron el día antes 11 de agosto, Asomante fue escenario de furiosos combates entre dos escuadrones irreconciliables. Por primera vez, el choque que se avecinaba en aquella jornada, era el encuentro de  dos mundos militares distintos entre combatientes boricuas y gringos.

La expedición de los invasores se estaba esperando de un momento a otro, la disciplina y paciencia de los defensores estaba  bien probada y  lista para echarle fuego y sacarle sangre al ambicioso ejército de forastero. La población estaba alerta, espiaban cuidadosamente el avance de los usurpadores. Amigos y parientes de las milicias criollas confiaban el honor patriótico y no dudaron que que la causa era elevada en la defensa de  sus hijos, mujeres y propiedades. Mientras tanto, militares y vecinos buscaban un lugar seguro y mucha respiración porque el mundo rural estaba espantado por la sorpresa y la rapidez del invasor. El caso es que aquella jornada no faltó rezar un Padre Nuestro, no faltó la jurar por Santiago el Apóstol, el primer mártir de la iglesia cristiana y patrón del pueblo de Aibonito desde su fundación en 1824. La batalla sin piedad era contra el pez gordo, también era el juicio de Dios contra los impíos mercenarios.  

Venían los contrincantes desmontados, el enfrentamiento fue genial, tenían la ventaja que conocían las pendientes del terreno perfectamente. Las trincheras eran infalibles, el acero descansaba sobre el barro y el gatillo listo para eliminar lo que se moviera a cien metros. No contaban con nada de lindezas, observaban que sus ráfagas de disparos y repeticiones de los  cañonazos lograron que los yankees, con armas de último modelo, buscarán refugios en los montes y se tiraran en las cunetas de los caminos  por temor a que sus sesos volaran  en pedazos por las balas de la fusilería y los reventones de los cañonazos. 

Estas milicias criollas aún tenían caliente la sangre de las heroicas victorias de las guerras contra los ingleses y holandeses. Ahora en las colinas de Asomante le tocaba el turno a los yankees saborear los golpes de pólvora calculados de los isleños. Los mortales fuegos artificiales ardieron al mediodía del día 12 de agosto. En cada cañonazo contra el invasor cegaba a los impostores. La cólera de los buenos cristatiano sonaban como trompetas espartanas que elevaba la moral al agitar: “por Capitán Correa, por Martín Peña, por el flamante Capitán Hernais”. Nuestros atrincherados se llenaban de gloria a pesar de la escasez de útiles y de la promesa de más suministros que no llegaron a tiempo. Nuestros combatientes fueron soldados inspirados por las musas de su pueblo. Por el contrario,  el enemigo carecía de musas, eran un regimiento de miles de asaltantes formados improvisadamente por antiguos esclavos, veteranos de las guerras indias y bucaneros borrachos de la ciudad de Nueva York. 

El frente borincano tenía en la mano un buen puño, pisaban firmes bajo la lluvia de aquella tarde de escaramuzas, eran fogosas sus fuerzas contra el enemigo y no temían chocar con los verdes conquistadores. El Chapulín diría que los usurpadores no contaban con nuestra astucia. Mientras tanto, el tumulto de las armas ardía de pólvora, el bando quijotesco obliga al invasor a retroceder, la turba invasora sufría bajas, experimenta dolor, masticaban el fango de esta tierra bendita, no le pedían a Dios por piedad, y se debaten entre la vida y la muerte, eran  arrogantes varones del norte quiénes bajaban sus armas, recogían sus muertes y se retiran de Asomante sin gloria alguna 

La película de la batalla del Asomante se alargó por horas,  pero las imágenes no eran divertidas desde las trincheras  que formaron muros de defensa contra las fuerzas enemigas. Los disparos eran endiablados, los hombres atrincherados no daban una paso hacia atrás, la pelea de los isleños iba muy bien y llevaba rienda suelta para poner el enemigo de rodillas, tenían buenos resultados la puntería de los boricuas,  se escuchaba el dolor de los invasores heridos. Ellos retroceden al empuje del contraataque, otros caían muertos, otros huían, con  cientos de cañonazos a sus espaldas, osaron estafarnos ondeando la bandera de la Cruz Roja cuando la victoria estaba de nuestro lado. Así se comporta un invasor desconcertado por la respuesta contundente del contrincante aguerrido,  y no les quedó otra que servirse de artimañas para confundir y detener la resistencia de los fusiles puertorriqueños. 

Las tropas enemigas llegaron con desprecio a nuestras playas pensando que sus armas industriales nos iban a hacer mierda pero se llevaron  una gran sorpresa en las colinas de Asomante. Los  morbosos invasores pensaron que nos iban a despachar de inmediato al otro mundo. Nos quisieron tomar el pelo, nos trataron de tontos isleños pero ellos eran los imbéciles, esa actitud disgustaba en los defensores de la plaza de Asomante, tanto fue así,  que el valor de nuestros soldados les dio su merecido, el terror se apoderó del invasor, se cagaron de miedo. Sin embargo, nuestras lindezas en la asombrosa batalla de Asomante se vieron paralizadas por el cese al fuego que llegó el día 13 de agosto. Entonces, el escenario de la confrontación dio un vuelco de noventa grados, la lucha de los puertorriqueños de las trincheras de Asomante es traicionada por los peninsulares por unas cuantas monedas tiradas en una mesa en París, similar a la traición de Judas.

Luego que se montaron los invasores,  nos leyeron las promesas de libertad y democracia   contenidas en la “Proclama del General Miles”, perseguidor de apaches. Nos creímos el cuento maravilloso de los invasores, apoyamos al militar, quizás fuimos cándidos por temor a la actuación genocida de los soldados americanos en Filipinas. Un periodista de guerra del  Philadelphia Ledge, 1901 escribió: “Nuestros hombres han sido implacables, han matado para exterminar hombres, mujeres y niños…prevaleciendo la idea de que el filipino como tal era poco mejor que un perro”. 

Luego de las masacres en Filipinas, aquí el barrigón presidente Mckinley nos decía  que los puertorriqueños eran incapaces de gobernarse, que no había otra más que “educarlos y cristianizarlos”. ¿Ustedes creen que los americanos nos hubieran dado un trato diferente si los puertorriqueños de Asomante hubieran seguido retando la autoridad de los humildes invasores? 

Los boricuas defendieron su territorio aún más allá de Asomante mientras a espalda del los combatientes la España burlesca se retiraba de la contienda y se obligó a los milicianos boricuas a detener los combates contra el invasor, sus cánones fueron silenciados, los obligaron a deponer las armas y a salirse de las trincheras de Asomantes donde habían puesto en jaque al ejército yankee. 

Cuando terminaron las hostilidades, el pueblo regresó a sus casas, los familiares recogieron a sus muertos y heridos. Los gringos querían llevarse botones o alguna parafernalia de nuestros soldados como un recuerdo de los valientes derrotados. Las ganas de terminar de darle por culo a los gringos se quedó en la psiquis de todos los patriotas boricuas que defendieron con sangre las colinas de Asomante. Hoy seguimos recordando los valientes puertorriqueños de 1898, y seguimos mordiéndonos la lengua porque nunca hubo tregua ni armisticio. Hasta el sol de hoy, desconocemos que las tropas sitiadoras de Asonantes, el 12 de agosto de 1898 sufrieron una limpia derrota en las trincheras de Asomante. 

La conversión súbita de Pedro

Contra todo pronóstico adverso, Pedro y yo nos sentimos muy a gusto con todo.  Mientras tomábamos una cerveza patriótica, muy entretenidos seguíamos sentados escuchando la parte final de la conmemoración que se abrió a la participación de grupos musicales, cantantes y poetas. La poesía siempre está presente, las canciones revolucionarias de Marta nos ponían los pelos de punta, sus voz era limpia y sus ojos cegados llegaban al alma con el imperativo de vivir y seguir luchando por la nación, esta que no se acaba. Entre tanto, rompió mi inmovilidad la voz de Onelia, antigua y querida amiga de la universidad. Me acerqué a ella, nos abrazamos al tiempo que dejaba solo clavando su silla a Pedro pero muy alerta y a la vez perplejo por la actuación sanguínea de Marta. Eran las cinco de la tarde y el señor Pratts pide a todos que se pongan de pie para cantar el himno de la Revolución de Lares. 

A si lo hicimos excepto Pedro que no salía del hechizo que le causó la música en este heroico 12 de agosto. Cantábamos el  himno de lucha de nuestros antepasados, es la canción solemne de nuestro vibrante ser. Observó que Pedro aún seguía sentado, esta vez escuchaba con admiración las voces hondas y melancólicas de los puertorriqueños. Pienso que vale la pena saber, que vale la pena emocionarse con compañeros que aman a un mismo país. Me conmueve toda historia que va de la mano con amigos aunque hayan tormentas quedará siempre bien cobijada. Seamos estudiosos y realistas nuestra historia tiene muchas dichas pasadas que ponen de nervios el presente. De un salto súbito, Pedro se puso de pie y de inmediato extendió su brazo izquierdo mirando la bandera de Lares y apretó el puño y como todos los demás se puso a tararear La Borinqueña.


2 comentarios

  1. Carlos Iraiz Gutierrez
    Carlos Iraiz Gutierrez

    Juan, deslizas al lector como una canción sirenezca que nos roba los sentidos para seguir tu narrativa rica en detalles y ausente de pausa que nos distraigan. Oigo tu voz y se que estás ahí guiándome por esa maravillosos isla, tu Pierto Rico de verdes y húmeda montañas o donde te pares que la Isla nos abraza. Felicidades 👏 y gracias por hacerme parte de tu pensamiento 🙏🙏🙏

  2. Gracias hermano eres muy generoso. Un abrazo

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