“La sal de peces” Poemas de Kelly Martínez-Grandal

Desde la Revista Trasdemar difundimos la actualidad literaria del Caribe
Fotografía cortesía de la autora para Trasdemar

Desde la Revista Trasdemar presentamos una selección poética de nuestra colaboradora Kelly Martínez-Grandal (La Habana, 1980) Escritora, editora y curadora de fotografía. En 1993 emigró a Venezuela donde vivió por veinte años. Es Licenciada en Artes y Magister en Literatura Comparada, ambos títulos otorgados por la Universidad Central de Venezuela, donde también fue profesora por casi una década. En el 2014 emigró nuevamente, esta vez a Miami, Florida. Ha publicado los poemarios Medulla Oblongata (CAAW Ediciones, 2017) y Zugunruhe (Katakana Editores, 2020; ganador de la Medalla de Plata en el International Latino Book Award 2021, en la categoría de Bilingual Poetry); las plaquettes Paria (Editorial Alfa-Beta, 2019) y Una luna anacoreta (Petalurgia, 2021) y también el libro de cuentos Muerte con campanas (Suburbano Editores, 2021). Además, es antóloga de Todas las mujeres (fulanas y menganas)(CAAW Ediciones y Funcionarte Corp., 2018). En Miami, trabaja como editora. Incluimos la muestra literaria de nuestra colaboradora en la sección “Una habitación propia” de poesía contemporánea

En las paredes el mar

la casa a cuesta

la sal de peces

KELLY MARTÍNEZ-GRANDAL

De Zugunruhe (Katakana Editores, 2020)

Piedras de sal

A Wendy L.

Guarda la aguja, los hilos,
no aprendimos el arte del zurcido invisible.
Un manto de cicatrices levanta sobre la arena.

Habrá que zarpar de nuevo
con otras velas para este barco,
sin islas que recuerden a Ítaca,
aguas
con ballenas menos blancas.
Habrá que construir un mar.

Levanta el ancla, arde la casa,
rema conmigo.
No pasemos con tristeza esta llanura,
no crucemos la mirada sobre el hombro.

Tuétano

La Habana reverbera, se resiste,
revienta en los adoquines.
Años luz,
presiento su galaxia de estrella niña.
No la nombro ni me nombra.

La Habana guarda en mí lo irrepetible,
pulsa como un nervio
detrás de todo, siempre,
el ámbar de su verano.
Me hiere por vez primera
mi cuerpo descubriendo su costumbre,
mi padre y yo en la Alameda de Paula,
la mano brújula de mi madre.
A veces canta su cancioncilla,
cambia mi voz,
sopla sus polvos sin que la vea.
Boca monstruosa,
como una rémora se aferra a mis caderas.

La Habana susurra en mí, siempre en mí,
fantasma incómodo.
Despacio me aprieta el cráneo,
Reina de Agua
reclama mi cabeza.

Olokun

Me da miedo el mar,
su hondura milagrosa poblada de secretos. Cada ola
la vida y la muerte.

Confluencia de ríos, me da
miedo el mar.
Lo que hay de él en mí escrito con su sal.
Ese vértigo sereno, ese pájaro en la noche.

Balsero

Todo está oscuro aquí.
Si no fuera por el cielo pensaría que me tragó la ballena.
Al menos Jonás estuvo tres días.

El mar es siempre lo mismo,
un manicomio de paredes azules o negras.

Santa Cachita, Madre de Dios, ruega por nosotros los balseros, los pecadores.

Este estrecho es un cementerio,
tiene el largo de la mano de Dios.
A veces se duerme y nos deja caer,
cubanos y haitianos arrullo turquesa.

Espero no venga la tempestad,
espero la tempestad no me vuelque,
no va a aparecer La Virgen.
De todas formas prefiero morir aquí
a regresar
al país espectro, al país sin vida.

Remo y rezo,
una letra de diferencia.

Detrás del horizonte está mi casa.
Detrás del horizonte mi mujer,
su cuerpo tibio poblado de almejas.
He visto al sol hundirse muchas veces,
muchas veces.
Dice la luna que hoy no,
que hoy no voy a morirme.

Dice la luna que detrás del horizonte,
que reme y rece.

Todo es soledad, silencio,
ropa blanca para el día,
ropa negra para la noche
y si no fuera por las estrellas
pensaría
que me tragó un animal monstruoso,
bíblico.

Dame tu seña, estrella polar.
Santa Cachita, Madre de Dios, ruega por nosotros los balseros, los pecadores.

Dice la luna que hoy no,
que hoy no voy a morirme

Boat people

A Michaelle Ascencio

Los trajeron en barcos, amarrados como bestias.
Congos, creían que cuerpo y alma al morir
regresaban juntos a la tierra de los ancestros.
Para eso había que ser enterrado en el propio suelo. Algunos se
arrojaron al mar.
Otros vinieron a Haití, a la mordedura blanca, cuerpos
sin casa que podían ser revividos.
Luego vinieron los boat people,
miles de muertos en el estrecho de La Florida.

— No te juntes con haitianos — me dijeron— No trabajes con haitianos. Pero una
enfermera haitiana acuna a mi padre en lopital,
lo ayuda a morir.

Punto sin luz en América Latina, parece que el terremoto quiere barrerlo. Con el vudú no te
metas.
Hollywood hace películas sobre zombies, series
sobre zombies,
zombies sobre zombies que
infectan todo
mientras ella canta en lopital, lo ayuda a morir, la bata
blanca de Maman Brigitte.
Pero no te juntes con haitianos, me dijeron, con zombies. Los trajeron
en barcos,
amarrados como bestias.

De Una luna anacoreta (Petalurgia, 2021)

Con tu más hondo fuego


I
Lo que había era agua
y un reflejo en el agua
punta de flecha para ofrecer
la memoria y sus eras geológicas.
No sabemos si se perdió
el tiempo para encontrarse.

Secretos
tus peces rojos
¿los recuerdas en el estanque?

II
Elige el silencio, la noche más larga
un cúmulo de voces se alza junto al río.
La lámpara, con su candor de nieve
nos ofrece de nuevo su regazo.
Si acaso las horas claras
las horas de soledad.
Pájaro huérfano
¿para qué esperar las sobras del banquete?
Elige la hondura de saberte a ti mismo
y abraza tu desnudez
transige
con tu más hondo fuego.

La balada del cangrejo ermitaño


I
Gaviota
caldero humeante
visión de una isla
recoge frugal.
Quien escribe contempla solitario.

II
Abandonar para abandonarse. El cielo hundido, el córneo ejercicio de la desolación.

III
Concha ajena a la medida
de crecer sobre la arena.
En las paredes el mar
la casa a cuesta
la sal de peces.


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