Desde la Revista Trasdemar iniciamos nuestra serie de entrevistas con referentes del mundo de las librerías en Canarias. Presentamos nuestro diálogo con Alexis de la Cruz Otero (Madrid) Poeta y librero, Licenciado en Filosofía por la Universidad de La Laguna y fundador de “La Madriguera”, la librería low cost de referencia en la isla de Lanzarote. Es autor del libro “Eclipse de girasol”
Han emergido recientemente novísimos volcanes literarios como Nicolás Dorta o Andrea Abreu, por citar dos de los nombres más conocidos, que han cautivado a miles de lectores (entre los que me incluyo) con sus primeras obras. Por tanto, el horizonte literario de las islas me parece de lo más esperanzador.
ALEXIS DE LA CRUZ
¿Cuándo se inicia tu acercamiento al mundo de los libros y a la creación literaria? ¿Hay algún autor o autora que fuese importante en tus comienzos como autor?
Pues si te soy sincero, antes de convertirme en un lector empedernido, fui jugador de videojuegos y de rol, así que la literatura propiamente dicha tampoco fue, que digamos, mi primer amor. Más bien llegué a ella a través de los mundos e historias que ya disfrutaba (sigo haciéndolo) en la pantalla o sobre el tablero. No fui, para nada, un niño que frecuentase las bibliotecas y librerías, pero si ibas a los salones recreativos me encontrabas allí seguro.
En mi caso, fue Tolkien quien operó el milagro. Claro que hubo lecturas pretéritas (me tragaba las colecciones de cuentos y tebeos de mi primo cada vez que veraneaba en Galicia), pero El hobbit fue la obra que me abrió las puertas de la literatura, la que puedo decir con seguridad que me transformó en lector. Tendría 10 u 11 años cuando lo leí por primera vez y desde entonces he vuelto en incontables ocasiones a la Tierra Media. Aquel viaje iniciático me introdujo de lleno en el género fantástico, y de ahí pasé a la ciencia ficción, los clásicos, la poesía…
Respecto a la creación literaria como tal, lo primero que recuerdo haber escrito, a modo de catarsis, fueron un puñado de versos a raíz de la muerte de mi mejor amigo de la infancia, David Vacas Casimiro. Sucedió en nuestro primer año de instituto. Yo me había mudado a un pueblo vecino y no estudiábamos en el mismo centro. Nos habíamos distanciado un poco y un día, de sopetón, me llegó la noticia de que había tenido un accidente mortal mientras araba el campo, conduciendo el tractor. Me acuerdo que, en el velatorio, su familia me ofreció verlo antes del funeral, cosa que rechacé, porque dado el estado del cuerpo no quería que aquella fuese la última imagen suya que conservase en la memoria. Y tiempo después, escribí algunas palabras para purgar ese dolor.
Un escritor fundamental en mi devenir literario es Félix Francisco Casanova. No solo por su magisterio inigualable como poeta y narrador, sino porque realmente investigué a fondo su vida y obra y fruto de aquella labor por hemerotecas y de entrevistarme con personas que lo conocieron, salió un ensayo sobre su figura que aún permanece inédito. Todo ese proceso, además, coincidió con la redacción de mi primer libro de poesía, Eclipse de girasol, buena parte de los cuales se gestaron entre La Palma y Tenerife, las islas donde residió el autor.
¿Qué opinas sobre la literatura de las islas y el panorama actual de los libros en Canarias?
Para mí, la literatura canaria es una de las más originales del mundo. Las islas en general, dada su situación geográfica y paisajística privilegiada, suelen gozar de literaturas especialmente ricas, sirvan como ejemplos las de Japón, Islandia o Cuba. Y en Canarias ocurre lo mismo, hay tal pléyade de autores, de voces personalísimas, que a poco que escarbes la evidencia se impone, salta a la vista. Sin ir más lejos, uno de los libros que más me han impresionado de cuantos he leído, es Él, la desgarradora novela de Mercedes Pinto. O las crónicas periodísticas de Leandro Perdomo, ya que estamos en Lanzarote y este año se conmemora el centenario de su nacimiento. Ahora estoy con la colección «paloma atlántica de poesía», una serie de plaquettes editadas por Josefina Betancor (Taller de Ediciones JB) en Madrid a lo largo de 1977, que pusieron en el mapa literario a importantes creadores canarios de la época. Y no dejo de descubrir autores que me deslumbran, como Alfonso O’Shanahan y Pino Betancor. Una rama notable de la poesía social que toca temas históricamente cruciales como la Guerra de Vietnam o el Frente Polisario. Pero más allá del panteón u olimpo consagrado por la crítica, también han emergido recientemente novísimos volcanes literarios como Nicolás Dorta o Andrea Abreu, por citar dos de los nombres más conocidos, que han cautivado a miles de lectores (entre los que me incluyo) con sus primeras obras. Por tanto, el horizonte literario de las islas me parece de lo más esperanzador.
¿Cuál podría ser el balance general de la experiencia como librero al frente de La Madriguera en Lanzarote?
Inmejorable, ha superado todas mis expectativas. Teniendo en cuenta que cuando me decidí a abrir La Madriguera —este 22 de julio se cumplirán dos años—, estaba en mitad de un proceso de oposiciones de Justicia, la primera ventaja fue poder tirar el temario al contenedor de la basura. Y no me arrepiento para nada, al contrario, es una de las decisiones más acertadas que he tomado en mi vida. No sé lo que me deparará el futuro, pero prefiero hacer un trabajo que me apasiona, aunque sea inestable, a desempeñar un oficio que detesto en la Administración Pública, por mucho que me garantice unos ingresos fijos. Obviamente, tenía mis dudas antes de la apertura y es probable que sin que el apoyo de mi pareja, Yurima, no me hubiese atrevido a dar el paso, así que buena parte del mérito le pertenece a ella. Pero pronto se desvanecieron mis temores, porque la acogida ha sido maravillosa. Las librerías de segunda mano siempre han sido mis favoritas y como aquí no existía ninguna similar, esa carencia ha facilitado las cosas. Con frecuencia, sobre todo en los primeros meses, no fueron pocos los lectores que me felicitaron por la idea, diciéndome que un lugar así era necesario en Lanzarote. Me sorprende que nadie se lanzase antes, pero me alegro de haberme llevado la primicia, porque además de haberme abierto muchas puertas, me ha permitido conocer a gente fabulosa, entablar nuevas amistades y ser partícipe de una hermandad cultural cuyo epicentro está en La Madriguera. Que alguien te done cajas de libros desinteresadamente o te diga, cuando baja a Arrecife, que viene a verte exclusivamente a ti, para mí no tiene precio, no concibo mayor recompensa que esa como librero.
Sobre los índices de promoción de la lectura en Canarias, ¿qué lugar ocupan las librerías en el fomento a la lectura en nuestra sociedad? ¿Qué opinas sobre la implicación de las instituciones en el ámbito de los libros?
Sospecho que el panorama no es tan desalentador como puedan dar a entender las estadísticas, en las que Canarias ostenta el segundo peor índice de lectura de todo el país. No digo que sea mentira, pero por fortuna, no se refleja en mi día a día. No solo los lectores asiduos no son una minoría, sino que en este par de años he visto cómo el número de aficionados a los libros se incrementaba de manera progresiva. Las restricciones del estado de alarma han ayudado bastante en ese sentido, haciendo que parcelas de la población que habitualmente no leían nada se hayan vuelto hacia los libros. Es clave no perder a esos nuevos lectores por el camino. Como cualquier otra actividad, la lectura es una costumbre que hay que cultivar, o de lo contrario se oxida. Y las librerías de barrio son esenciales en dicha labor, porque son los espacios de encuentro vitales, los últimos refugios a pie de calle, donde podemos encontrarnos directamente con el libro. Algo que echo en falta en La Madriguera es disponer de una zona para presentaciones, charlas con los autores, firmas de ejemplares, talleres de todo tipo, exposiciones artísticas, pero en la medida de las posibilidades del local, intento organizar eventos (mercadillos, citas a ciegas con un libro, algún concurso de microrrelatos durante el confinamiento, colaboraciones con escritores noveles y artistas locales) que generen complicidad y despierten las ganas de participar entre la sociedad. Como librero no pienso permanecer inactivo esperando pacientemente a que los lectores me caigan del cielo, antes intentaré salir a su encuentro con cualesquiera que sean los medios disponibles a mi alcance, estableciendo un diálogo y una escucha activas, averiguando sus gustos y manteniéndolos al corriente de las novedades, tanto en persona como a través de las redes sociales o WhatsApp.
El tema de la implicación institucional apenas lo conozco de primera mano, pero supongo que, como en cualquier otro sector público, dependerá de las personas que estén detrás del organismo en cuestión. Sé que, por el pasado Día del Libro, el Ayuntamiento de San Bartolomé instaló dos libros gigantes como puntos de intercambio callejeros como parte de una iniciativa por el fomento de la lectura y que la idea fue de dos trabajadores municipales y ha sido un éxito entre la población. Y me consta que la Biblioteca Pública de la Villa de Teguise es un ejemplo de participación ciudadana alrededor del libro, con sus Jueves Literarios dedicados a la difusión de autores canarios. También me parece loable que desde la Viceconsejería de Cultura del Gobierno se haya retomado la Biblioteca Básica Canaria con una colección inclusiva de 10 autoras de las islas, injustamente excluidas y silenciadas del canon literario insular. Y este julio se estrena “Puerto de Letras”, una serie de cuatro veladas literarias en el entorno del Lago Martiánez, que acercarán al público a grandes autores isleños y escritores de talla internacional.
Has publicado tu primer libro de poesía y has incursionado en la fotografía, ¿cuáles son los siguientes episodios culturales de tu trayectoria cultural y creativa? Gracias
Aunar esas dos disciplinas. Hace una semana empecé un álbum de haikus que espero ir ampliando… Simplemente, cuando deambulo por Arrecife y algo (un insecto, una planta, un matiz en el cielo) capta mi atención, trato de sacarle una foto decente con el móvil (el haiku exige inmediatez, y creo que sería inapropiado hacerlo con la cámara, se perdería el instante) y plasmar ese aware mediante la imagen y la palabra. No es muy diferente a lo que antaño hacían los haijin japoneses cuando pintaban las sensaciones que les invadían al estar en contacto con la naturaleza (recordemos que la faceta pictórica de alguno, como Yosa Buson, llegó a eclipsar su talento como poeta). Es gratificante porque supone un desafío: me obliga a capturar un momento en diecisiete sílabas, depurando la expresión al máximo y despojándola de lirismo, de cualquier vano artificio o retórica vacía. Y, al mismo tiempo, desapareciendo como sujeto poético, intentando que mi yo se desvanezca lo máximo posible cuando escribo. Por descontado, no siempre lo consigo.
Por otra parte, tengo varios proyectos estancados a los que me gustaría dar salida. Dos poemarios sin publicar, uno completamente terminado y otro, escrito durante la pandemia, que hay que pulir y revisar, porque fueron dos meses de escritura continua. Eso a corto plazo. Y también está el ensayo inédito sobre Casanova que temo no verá nunca la luz (ya van tres intentos fallidos con distintas editoriales de Tenerife) y una amiga me ha propuesto adaptar el guion de un cuento de vampiros a novela gráfica y como me apetece cambiar de registro… Pero ahora mismo, La Madriguera absorbe casi todo mi tiempo y ser librero tiene prioridad sobre lo demás.