Alexis Ravelo “A la hora de enfrentar cada trabajo, intento ser un escritor diferente” Entrevista en Trasdemar

Alexis Ravelo ha ganado el Premio Hammett a la mejor novela negra publicada en 2013, el Premio Ciudad de Getafe y el premio Tormo de Las Casas Ahorcadas, por La estrategia del pequinés. Entre sus novelas destacan la serie dedicada a Eladio Monroy
Fotografía: Elena Fernández Palacios

Desde la Revista Trasdemar de Literaturas Insulares presentamos una entrevista con Alexis Ravelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1971) Escritor especialmente conocido por sus ficciones negrocriminales, aunque también ha escrito varias novelas fuera del género, guiones audiovisuales, teatro, el libreto de una ópera, libros infantiles y colecciones de cuentos literarios. Sus títulos más recientes son Un tío con una bolsa en la cabeza (Siruela) y Si no hubiera mañana (Alrevés). Agradecemos al escritor la concesión de esta entrevista en exclusiva para Trasdemar

Galdós es un animal. Yo creo que leer Misericordia me cambió mucho la mirada sobre lo que podía hacer una novela para contar el mundo.

ALEXIS RAVELO

La Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria ha sido su lugar natal y también el espacio de inspiración literaria personal. ¿Qué recuerdos conserva de las primeras incursiones literarias en la capital grancanaria? ¿La ciudad sigue siendo la misma de algún modo?

Yo era un niño de barrio. Más allá del hecho de que en Escaleritas, a unas manzanas de mi casa, vivía Agustín Millares Sall (a quien molestábamos para entrevistarlo para trabajos de clase, porque era el único poeta que conocíamos en persona), la literatura había que bajar a buscarla al centro de la ciudad, donde estaban la mayor parte de las librerías y donde tenían lugar las conferencias, los encuentros… Pero es curioso, porque algunos pibes de mi edad sí que teníamos mucha sed de libros: comprábamos ediciones de quiosco o de segunda mano, nos prestábamos o robábamos ejemplares. Y, en el centro, como digo, teníamos espacios como el Centro Insular de Cultura, donde convivíamos los interesados en la literatura, en las artes escénicas o el cine. Creo que ese lugar fue un interesante laboratorio que nos ayudó a formarnos a muchos de los que hoy creamos productos culturales. Hoy en día es un aparcamiento. Y con esto paso a intentar contestar su siguiente pregunta, porque hoy existe, en mi opinión, una mayor facilidad de acceso a la cultura, pero no constato que exista la misma sed. Eso no quiere decir que no exista. Quizá sea menos evidente, porque aquella ciudad portuaria, fea, desorganizada y canalla, permitía una espontaneidad y unos espacios de casi obligado encuentro de los que ahora carecemos.

La ciudad se ha ido civilizando pero, al mismo tiempo, despersonalizando. La vida social se hace en los centros comerciales; los rinconcitos en los que charlabas con el vecino han sido sustituidos por parques cuya hierba no puedes pisar. Hay una obsesión por dar espacio a los ciclistas, a los corredores, a los usuarios de patinete, como si nos quisieran a todos siempre en continuo movimiento. Pienso en zonas como la Cícer, donde había malos olores, calles mal asfaltadas y suciedad, pero la gente se reunía en la calle a la fresca por las tardes, a la puerta de su casa, para charlar con los vecinos. El afán normalizador (en ocasiones innecesariamente moralista) ha ido descafeinando nuestros hábitos. Sé que hay muchas cosas que han mejorado y quedan muy bien en una fotografía, pero no saben a nada. Así que, de aquella ciudad tan desordenada y tan viva, queda poco, si acaso en los barrios o en algunas zonas de Puerto-Canteras y Vegueta.  


Háblenos de la Revista literaria La Plazuela de las letras ¿qué panorama literario encontró al inicio de su actividad como escritor en las islas? ¿Cuál ha sido su experiencia personal en el desarrollo de talleres de creación literaria y en el desarrollo de su faceta dramatúrgica y de escritura para público infantil? ¿Hay varios Alexis Ravelo en su personalidad como autor?

Sobre La Plazuela… hay que entender una cosa: surgió de la apertura de una institución a la ciudadanía. El escritor Carlos Álvarez, entonces coordinador de Debates y Literatura en el Centro Insular de Cultura, repartió unas octavillas destinadas “A todos los escritores clandestinos” para que nos acercáramos al Centro. Respondimos unos cuantos autores muy jóvenes: Antonio Becerra, Carlos de la Fe, Julia Hernández Madrigal, Pedro Flores o yo mismo. Allí pusieron a nuestra disposición un ordenador 286 y el servicio de copistería del Cabildo para que hiciésemos lo que estimásemos oportuno. Y así nació una revista que estaba abierta a todo aquel que quisiera participar. Tuvimos, además, la suerte de que autores como Víctor Ramírez o Ángel Sánchez nos dieron a publicar textos para prestigiar la revista. Eso da una idea del tipo de panorama literario que había: existían generaciones anteriores (la de los Setenta, la del Silencio) que gozaban de un cierto prestigio pero que nos hacían un hueco y nos apadrinaban. Por supuesto, hubo excepciones, precisamente por parte de los autores más mediocres, pero, en general, los escritores jóvenes de aquella época gozábamos de la generosidad de autores más consolidados, como los que ya he mencionado u otros: Emilio González Déniz, Dolores Campos-Herrero… Eso nos permitía ir haciendo nuestros pinitos, publicar en revistas como La Plazuela, en los suplementos de los periódicos o en otro tipo de revistas, como Anarda. Sin embargo, había un gran vacío editorial. La edición privada en Canarias en ese momento era casi anecdótica, por no decir inexistente, y la edición institucional no era capaz de cumplir, pese a la presencia de colecciones como Nuevas Escrituras Canarias. Por eso nos costó trabajo abrirnos camino. Pero también nos enseñó (al menos a mí), el ejercicio de la paciencia, que es una de las virtudes que, en mi opinión, debe tener un escritor.

Los talleres literarios han sido importantes para mí, sobre todo cuando estaba formándome. Asistí a talleres con Augusto Monterroso, Mario Merlino, Alfredo Bryce Echenique o, más recientemente, con la guionista Lola Salvador Maldonado. Como alumno me han permitido ampliar conocimientos y bibliografía, hacerme con herramientas y recursos, salir de la zona de comodidad. Impartirlos, al menos en mi caso, también resulta enriquecedor en diversos aspectos: te obliga a reflexionar sobre tu propio oficio, te pone en contacto con nuevos autores y te permite experimentar. Más allá de la carga teórica (imprescindible al inicio de cada taller) intento experimentar y acabar convirtiendo los talleres en pequeños laboratorios. En ocasiones, compruebo que de esos grupos de trabajo surgen autores y autoras que tienen algo que decir y que lo dicen bien. El taller solamente sirve para estimularlos y proporcionarles algo de formación técnica, pero no deja de enorgullecerme haber participado en eso.

En cuanto al teatro y la escritura de infantiles, son disciplinas a las que llegué por necesidades, digamos, alimenticias, pero que me han enseñado mucho y me han permitido, creo, crecer en destrezas.

Yo nunca me planteo que lo principal sea, al escribir, mi personalidad. Lo importante es cómo quede el trabajo. Cada género, cada disciplina, tiene sus normas, sus técnicas, sus estructuras. Yo, como autor, soy más un artesano que un artista. Por eso, a la hora de enfrentar cada trabajo, intento ser un escritor diferente. Y un escritor siempre curioso, que ha de volver a aprender todo desde el principio. Eso me enriquece mucho, porque aprendo mucho con cada trabajo. Por supuesto, en el resultado final, uno siempre deja su impronta, porque tiene sus lecturas, sus obsesiones, sus preocupaciones éticas o políticas, su sentido del humor. Pero, insisto, lo importante es la obra, no quien la crea.


En el contexto global del impacto de la pandemia aparecen títulos suyos de largo alcance como “Un tío con una bolsa en la cabeza” con ediciones Siruela ¿Cuál ha sido el recibimiento del público lector a pesar de la incertidumbre generada en el panorama cultural y literario?

Sorprendentemente positivo. Un tío con una bolsa en la cabeza fue escrita en 2018. Cuando la di a imprenta, no imaginaba que saldría en un momento en el que la gente que la leyera en la guagua o en el metro habría de llevar mascarilla. Además, ya de por sí tenía sus dificultades (creía yo) para convertirla en una novela popular, porque se trata de un monólogo interior. Sin embargo, ha funcionado muy bien, la gente la lee y la recomienda y, sobre todo, la debate.


Háblenos de la serie dedicada a Eladio Monroy. Tiene una gran importancia en su bibliografía y ha representado una de las aportaciones literarias más notables del género, desde la aparición de los Tres funerales… aparecida en Anroart en 2006, hasta el reciente “Si no hubiera mañana” publicado por Alrevés este mismo año. ¿Qué sabor de boca tiene de la recepción crítica de sus novelas?

La de Eladio Monroy es una serie hard boiled. No está escrita para los críticos, sino para los lectores. Por supuesto, es agradable que te elogien (hay muchos reseñistas y críticos que la defienden). También sé que hay críticos que opinan que son novelas de poco peso, que en ellas hay demasiada vulgaridad o que son poco originales. Todo eso resulta indiferente, porque, desde siempre, con esas novelas ha funcionado el boca a oreja: son los lectores quienes la han hecho popular. En todo caso, las novelas de la serie cumplen, creo yo, con su cometido de divertir e inquietar al mismo tiempo, de llamar la atención sobre asuntos que creo importantes y me preocupan. Así que su recepción crítica, a día de hoy no me preocupa, igual que un ciclista no se pone a escuchar la retransmisión de radio de la etapa mientras intenta ascender el Tourmalet. 


¿Podría citarnos algunos títulos de literatura canaria que hayan sido decisivos en su vocación literaria? Y finalmente, sobre el papel de los premios literarios en su quehacer creativo cotidiano ¿Qué supusieron galardones como el Ciudad de Getafe o el Premio Hammett en su condición de escritor? 

Son muchos títulos, pero, de memoria, podría citar Crimen y Lancelot 28º7º, de Agustín Espinosa, Guad, de García Ramos, Nos dejaron el muerto y los cuentos de Víctor Ramírez, Basora, de Dolores Campos-Herrero, Negra hora menos, de Carlos Álvarez, Caravane, de Rafael Arozarena… Todo eso si dejamos fuera a Galdós. Galdós es un animal. Yo creo que leer Misericordia me cambió mucho la mirada sobre lo que podía hacer una novela para contar el mundo.

En cuanto a los premios, son una inyección de autoestima, porque en el fondo siempre son un elogio y, cuando estás empezando, te proporcionan proyección y visibilidad. Pero, cuando usted se sienta a su mesa a hacer su trabajo, que es el de encontrar buenas historias y contarlas lo mejor posible, no tienen aportación que hacer. Ya puede usted tener seis estanterías llenas de trofeos: ninguno de ellos le va a proporcionar esa frase exacta que está buscando en ese momento. 


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