Centenario de José María Millares Sall

En definitiva, Jorge Rodríguez Padrón desentraña en este ensayo el espíritu de una de las obras más importantes de la poesía canaria de la posguerra, que durante largos años se mantuvo relegada en un injusto olvido. Sin duda alguna, merece la pena acercarse a este libro para conmoverse con la imagen de un hombre rebelde en tiempos de miseria, como lo fue José María Millares Sall.

Notas sobre Alrededores de Liverpool, ensayo de Jorge Rodríguez Padrón

Ramiro Rosón, director de la Revista Trasdemar, estrena la sección Liverpool 2021 dedicada al Centenario del poeta José María Millares Sall

NOTAS SOBRE ALREDEDORES DE LIVERPOOL[1]

Alrededores de Liverpool, como su título sugiere, es un ensayo sobre el poemario Liverpool, obra de José María Millares Sall. A lo largo de sus páginas, Jorge Rodríguez Padrón investiga y analiza el contexto y el trasfondo del poemario. De ahí procede su título, pues este ensayo resulta muy adecuado para su lectura tras la de Liverpool, dado que se presenta como una indagación en los alrededores de esta obra, es decir, en las circunstancias –históricas, sociales y biográficas de su autor– que rodearon su escritura.

En buena medida, el poemario Liverpool se configura como un viaje imaginario a la homónima ciudad inglesa, aunque también en él se descubran referencias a otros lugares, como Gran Canaria, isla natal del poeta, y Hong–Kong. Como es sabido, dos fuerzas o tensiones influyen especialmente sobre los escritores insulares: la centrípeta, que los mueve a quedarse en la isla, conservando su arraigo en ese limitado espacio donde viven, y la centrífuga, que los estimula a salir de aquélla cuando se les vuelve demasiado angosta o asfixiante. Lógicamente, Millares Sall no permanece ajeno a estas dos fuerzas, que marcan hondamente los poemas de Liverpool. Por ello, Rodríguez Padrón destaca las semejanzas entre Las Palmas de Gran Canaria, Liverpool y Hong Kong en cuanto ciudades portuarias, donde la vida gira en torno a las llegadas y salidas de los barcos y el trasiego incesante de mercancías. Una ciudad portuaria, en cierto modo, puede contemplarse como una ciudad universal, pues la existencia de un puerto conlleva una apertura continua a todo lo que viene desde fuera, desde otras regiones y latitudes del mundo, tanto mercancías como personas. Esa apertura concede a sus habitantes la posibilidad de sentirse cosmopolitas, asumiendo su pertenencia a la humanidad por encima de las diferencias nacionales, idea que surge en la Antigüedad con el pensamiento de Sócrates[2] y que mucho después retomarán los filósofos de la Ilustración[3]. De esta manera, la ciudad portuaria, escenario donde se desarrollan los poemas de Liverpool, se convierte en el espacio, tanto físico como mental, donde aquellas dos fuerzas –la centrípeta y la centrífuga– actúan sobre el poeta.

Un dato biográfico que no debe olvidarse, aunque parezca anodino, es el empleo de Millares Sall, quien trabajaba como administrativo en una compañía naviera del grancanario Puerto de la Luz. Partiendo de este dato biográfico, Rodríguez Padrón descubre algunas analogías con la obra del poeta Rafael Romero, más conocido por el seudónimo de Alonso Quesada. En algunos de sus poemas, Quesada, quien desempeñó labores de contabilidad en una compañía comercial inglesa que se había establecido en Gran Canaria, describe su vida cotidiana de oficinista y el carácter de sus compañeros británicos de trabajo, a quienes nos presenta como burgueses prosaicos y satisfechos de su rutina diaria, que consideran la buena marcha de sus negocios como el eje de sus días. Pero el sentimiento de una vida monótona, que en la obra de Alonso Quesada se manifiesta como una ironía dulcificada por una cierta ternura, que nace de su resignación ante la imposibilidad de cambiar sus circunstancias vitales, en la de Millares Sall se transforma en la conciencia amarga del hastío cotidiano, a pesar de que ambos autores guarden notables similitudes en la expresión de aquel sentimiento. Como en el ensayo El mito de Sísifo de Camus, Millares Sall, condenado a la rutina, asume el papel de un Sísifo moderno que, jornada tras jornada, realiza las mismas tareas ignorando su sentido, al igual que el personaje del mito griego, una y otra vez, subía una roca hasta la cima de una montaña para luego dejarla rodar cuesta abajo. Recordemos lo que decía Camus, en aquel ensayo, sobre el mito de Sísifo y el trabajador moderno:

Si este mito es trágico lo es porque su protagonista tiene conciencia. ¿En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su propósito? El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico sino en los raros momentos en que se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde, conoce toda la magnitud de su miserable condición: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no se venza con el desprecio[4].

El poeta se halla rodeado de Sísifos como él –sus compañeros de trabajo–, pero éstos viven adormecidos, en una mansa conformidad con el ambiente burocrático donde se desenvuelven, mientras que Millares Sall se cuestiona su destino, se pregunta a sí mismo, no sin angustia, por qué debe encerrarse todos los días en una oficina para hacer números. De ese cuestionamiento surgen como testimonios, pero también como críticas de la sociedad de su tiempo, poemas como El número 3, cuyo título alude a la hora de la tarde en que su autor debía reincorporarse al trabajo. Mediante la escritura, Millares Sall vence la monotonía de su trabajo, ya que, mostrándose consciente de sus circunstancias vitales, también muestra la superioridad de su espíritu sobre las mismas.

Inevitablemente, la guerra civil española pesa como un recuerdo trágico sobre la inmensa mayoría de los escritores de aquel periodo. El ansia de un país libre, deseo tan inalcanzable como doloroso en el periodo de la posguerra, late en los trece poemas inéditos que Millares Sall, en un principio, había pensado incluir en Liverpool, pero que finalmente descartó para eludir la censura del régimen franquista, y que Rodríguez Padrón, a modo de apéndice, ha añadido a su ensayo. Así, por ejemplo, leemos en el comienzo del poema Guerra:

Se han desgarrado en el aire

los horribles armazones de una voz ametrallada,

de una voz hecha de sangre, y de ataúdes carcomidos;

porque los árboles han devuelto a los espacios

los retorcidos miembros de carbón,

los horribles muñones electrocutados por la guerra,

porque a los gallos les han cortado

la roja admiración del alba

en sus clamorosas crestas malheridas[5].

El poeta se vale de una abundancia de imágenes insólitas para evocar el estallido de la guerra y sus atrocidades: la voz hecha de sangre de quienes lanzan arengas y animan a los soldados a emprender la tarea de la devastación y la muerte; los ataúdes carcomidos que acogen los cadáveres de las víctimas inocentes; los horribles muñones que aluden a las secuelas de la contienda, tanto físicas como psicológicas, que dejaron marcada a la mayoría de la población; los gallos que podrían simbolizar a los futuros represaliados por la dictadura, sobre todo si consideramos que el gallo, según apunta Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos, es un símbolo solar, emblema de vigilancia y actividad[6]. Este símbolo solar, que Millares Sall convierte quizás en metáfora de las aspiraciones de libertad y progreso de los represaliados, se ve mutilado por la oscura situación de la guerra, como evidencian las crestas malheridas de los gallos que se mencionan en el poema. Sin duda alguna, en toda la composición subyace una desgarradora impotencia. Millares Sall se reconoce a sí mismo como espectador y partícipe de la tragedia, pero le duele profundamente, como una carga terrible, la imposibilidad de evitarla. Sólo es un ciudadano de a pie en el teatro del mundo, como la inmensa mayoría. Sólo puede lamentarse sobre las ruinas del país asolado por la guerra, con la esperanza de que su lamento, vertido en la escritura poética, sirva de catarsis del dolor individual y colectivo. Sin embargo, también a veces el poeta siente la llamada de la esperanza, que se yergue sobre el mal como una posibilidad luminosa de redención. Así se advierte en los siguientes versos del poema titulado, precisamente, Esperanza:

[…] y si el gallo, y si la escalera enloquecida de la sangre

elevan su despertar hasta los últimos ciudadanos,

los últimos campesinos, los últimos ciudadanos,

los últimos campesinos, los últimos obreros, los últimos artistas,

libres de la ferocidad que hoy muerde lo verdadero,

lucharán por el color hasta los últimos ríos del silencio,

y harán sonar sus herramientas,

y las aguas harán llegar al corazón, al más frío, al más indiferente,

al más cruel de los corazones, porque de nuevo siembre

la paloma entre la carne su gran batir

colmado de alegrías, como las aspas del alba

anunciando el comienzo del amor, generosa y amiga del hombre,

que un día, como la primera luz de la estrella,

despertará siempre allí, donde la palabra,

el trabajo y el amor, sobre lo más puro de la semilla,

junto a la rosa y el labrador,

para cantar por el camino de los hombres el sendero,

la alegría, la lluvia y la palabra sincera,

tan sincera de la paz,

paz,

porque de una vez nos venga para todas las tierras[7].

En este poema, Millares Sall, apartándose ligeramente del estilo surrealista que caracteriza la mayoría de los poemas de Liverpool, realiza algunas concesiones a la poesía social de los años cuarenta del siglo veinte. Nótese que de nuevo aparece la imagen del gallo, esta vez como símbolo de resurrección, y que el último verso (porque de una vez nos venga para todas las tierras) suena como un deseo imperioso, poniendo fin con su rotunda sonoridad a una acumulación de largas oraciones. Sin embargo, no debemos olvidar que Millares Sall permaneció marginado durante largo tiempo en los círculos literarios por no haberse adherido a ninguna de las dos escuelas poéticas dominantes en aquel momento en España: la de los garcilasistas y la de la poesía social. Sin que deba imponérsele el marbete de poeta surrealista, Millares Sall acusa la influencia del surrealismo, ya que rompe las estructuras convencionales del lenguaje para consumar una liberación de su fantasía, una liberación que le permita salvarse –al menos desde un punto de vista mental, psíquico, interior, ya que en la realidad física es imposible– de la ausencia de libertad inherente a toda dictadura. Sin embargo, esta liberación no trae consigo una evasión de la realidad, como podría suponerse en un principio, sino que intenta revelar los aspectos más escondidos de la realidad, aquellos que el poder y la sociedad silencian, reflejando así la parte de verdad que todo poema aspira a contener. En Liverpool, la realidad no se sustituye por las visiones de la pura imaginación, sino que se transfigura mediante los recursos literarios que el autor emplea. Por este motivo –la presencia continua de la realidad a lo largo de toda la obra–, Rodríguez Padrón duda que este libro pueda clasificarse como surrealista, señalando que además guarda cierta afinidad con el expresionismo. Esta independencia radical en sus postulados estéticos aumenta el valor de la obra de Millares Sall, quien emerge como una voz única en el panorama de la poesía española de posguerra. Las escuelas poéticas, a menudo, subordinan al individuo a los dictados del grupo, forzándolo a asumir unos valores discordantes con su visión personalísima de la poesía. Frente al seguimiento de las escuelas, Millares Sall reivindica en su obra, en cierto modo, la dignidad del solitario, la grandeza del hombre que decide enfrentarse al mundo por su cuenta.

Otro poema que nos llama la atención es Censor 1948, desesperado grito de rabia contra la censura del régimen franquista. En éste, el autor se dirige al censor, el anónimo y gris funcionario que revisará su libro antes de ser publicado, en un tono recriminatorio, aderezado con feroces sarcasmos. En sus palabras oímos la queja del creador humillado, herido en su dignidad por el aparato administrativo de la dictadura, pues nada hay más humillante para un poeta que ser condenado al silencio, pero también el eco de su rebeldía, la afirmación de su superioridad moral frente a la abyección de los servidores del régimen. Como dice Camus en su ensayo El hombre rebelde, hay en toda rebelión una adhesión entera o instantánea del hombre a cierta parte de sí mismo[8]. En este sentido, la rebeldía de Millares Sall es un gesto de fidelidad a sí mismo, a su propia conciencia, como demuestran los primeros versos de este poema:

Ni tu nombre que es un número más

en el polvo espeso de una cifra que se pudre,

ni tu voz que es un llanto de luto creciendo en esa mancha

de paloma que torturas,

ni tu negra vestimenta de mula endomingada,

ni tu negro sombrero de ataúd sin forma, ni tu negra corbata de muerto,

ni tu alma aún más negra

podrán hacer callar mi sangre que te busca sonoramente en tu rostro,

en ese largo rostro de violín desafinado, de piedra enferma,

dos veces sabio por la gracia de Alfonso,

amparo de alcornoques,

dos veces sabio por la gracia del metal

de tu inconsolable lengua que todo lo lame[9].

En definitiva, Jorge Rodríguez Padrón desentraña en este ensayo el espíritu de una de las obras más importantes de la poesía canaria de la posguerra, que durante largos años se mantuvo relegada en un injusto olvido. Sin duda alguna, merece la pena acercarse a este libro para conmoverse con la imagen de un hombre rebelde en tiempos de miseria, como lo fue José María Millares Sall.


[1] Jorge Rodríguez Padrón, Alrededores de Liverpool, Servicio de Publicaciones de la Caja General de Ahorros de Canarias, Santa Cruz de Tenerife, 2009.

[2] André Comte–Sponville, Diccionario filosófico, Paidós, Barcelona, 2003,  p. 126.

[3] VV. AA., Diccionario Akal de filosofía, Akal, Madrid, 2004,  p. 508.

[4] Albert Camus, El mito de Sísifo, Losada, Buenos Aires, 2010, p. 135.

[5] Alrededores de Liverpool, p. 109.

[6] Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos, Siruela, Madrid, 2006, p. 219.

[7] Alrededores de Liverpool, p. 126.

[8] Albert Camus, El hombre rebelde, Losada, Buenos Aires, 1978, p. 17.

[9] Alrededores de Liverpool, p. 137.

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