“El paisaje insular contribuye a escarbar en un modo de pensar” Víctor Álamo de la Rosa

La Revista Trasdemar prosigue la estela de las revistas de vanguardia, que a lo largo del siglo XX realizaron encuestas a creadores de la época para favorecer el debate y el diálogo en el panorama literario y cultural
Víctor Álamo de la Rosa

Presentamos en la Revista Trasdemar la entrevista con el autor Víctor Álamo de la Rosa (Santa Cruz de Tenerife) a quien agradecemos su colaboración en nuestra encuesta internacional dedicada a la insularidad

Hay que volver al humanismo y a las raíces de lo local para volver a crear un arte limpio, auténtico, despojado de los tópicos de la globalización, lejos del empantanamiento de los clichés culturales de lo políticamente correcto y de lo presuntamente universal

VÍCTOR ÁLAMO DE LA ROSA

La isla como espacio de creación

¿Qué representa la insularidad para su génesis como autora? Háblenos de su experiencia creativa en el ámbito de la escritura: ¿cuáles fueron los orígenes de su proceso de producción literaria?

La insularidad es determinante en mi génesis como autor. Como es sabido, mi infancia transcurrió en la isla canaria de El Hierro y ese es el doble territorio, el lienzo de la isla y el lienzo de la niñez, donde empiezan a estamparse los primeros colores, garabatos, sensaciones y vértigos. El Mar de las Calmas, las coladas de lavas del sur herreño, las profundidades marinas, la mirada de los peces, la extraordinaria luz atlántica, como diría Manuel Padorno, junto con escuchar los cuentos de los ancianos y marineros en pueblos como La Restinga y El Pinar, determinaron la memoria desde la que escribo. Estamos en 2021 y mi abuelo herreño aún está vivo y a punto de cumplir 106 años, con eso te digo todo.

Por un lado, la poesía vive más de la impresión de esas sensaciones y, por otro, mi narrativa se nutre más de esas historias escuchadas a los mayores como si fueran sucesos legendarios. Descubrí que era importantísimo escuchar las voces del pasado para poder entender el presente y decidí que mi narrativa debía también ayudar a rescatar todas esas voces del pasado y prestarles oído y palabra. No tengo dudas de que mi primera memoria herreña, junto con las lecturas, mis estudios de Filología Hispánica y las impagables enseñanzas de mi maestro Juan José Delgado y sus compañeros de viaje, como Rafael Arozarena e Isaac de Vega, completaron el mapa de mis orígenes como escritor.


La isla como lugar de influencias

¿Cuál es su relación literaria con la experiencia de la insularidad y las influencias recibidas de la tradición o las tradiciones culturales de su lugar de origen?

Desde muy pronto, gracias a la labor tutelar del profesor Juan José Delgado, conocí la rica y hermosa tradición literaria canaria. Fue un espléndido espejo en el que mirarme, pero también observar mi alrededor. Empecé a leer compulsivamente a los clásicos canarios y, además, tuve la enorme suerte de compartir con ellos grandes veladas literarias, en torno al comité de redacción de revistas culturales tan centrales como Fetasa y Cuadernos del Ateneo de La Laguna. En esas reuniones yo escuchaba hablar a escritores de la talla de Rafael Arozarena, Isaac de Vega, Alberto Pizarro, Cecilia Domínguez, Sabas Martín, entre otros, lo cual resultó para mí la mejor escuela literaria. En esas conversaciones pescaba referencias, autores y libros, que después devoraba febrilmente. Además, el hecho de conocer en persona a grandes autores de la literatura universal, como Luis Feria y José Saramago, engordaron mi pasión por la literatura y me regalaron una formación extraordinaria. Al mismo tiempo que descubría esa tradición literaria canaria que tiene su origen en las “Endechas a Guillén Peraza” de 1447, estudiaba los clásicos de la literatura española, gracias a mis estudios de Filología Hispánica. Siempre se mezclaron en mi formación los autores capitales de las letras españolas como Cervantes, Garcilaso, Aldana, San Juan, Fray Luis, Quevedo, Góngora, Calderón, Lope, Tirso, con los canarios como Viana, Viera y Clavijo, Silvestre de Balboa, Iriarte, entre otros. En esa época me sentía fascinado por el descubrimiento del lenguaje en sus portentosos estilos. Más adelante, mis lecturas de Benito Pérez Galdós, en lo que se refiere a narrativa, y de vanguardistas como Pedro García Cabrera y Agustín Espinosa provocaron en mí un afán de imitación: yo también quería ser escritor como ellos. La asombrosa tradición literaria canaria siempre me ha interesado. He leído con devoción y fruición a Tomás Morales, Alonso Quesada, Domingo Rivero, Agustín Espinosa, Luis Feria, Manuel Padorno, José María Millares Sall, Félix Francisco Casanova, los fetasianos, María Rosa Alonso, Ángel Sánchez, Víctor Ramírez, entre otros, en lo que se refiere al campo de la literatura. Sin embargo, la música, la pintura y el cine también son determinantes en mi formación. Artistas canarios como Néstor Martín Fernández de la Torre, Manuel Millares, Óscar Domínguez, César Manrique, Martín Chirino, Cristino de Vera y Hugo Pitti me enseñaron el arte que me gustaba. En música me interesó mucho Taburiente y José Antonio Ramos, así como en el cine aplaudí ver en pantalla grande nuestra historia de la mano de los hermanos Ríos y de Antonio Betancor.


La isla como proyecto cultural

¿De qué modo considera el valor de la isla o del archipiélago en su propia cosmovisión literaria? ¿Qué opina acerca de las semejanzas y los parentescos entre su lugar de origen y otros territorios insulares?

Canarias tiene todavía que aprender a mirarse sin complejos en el espejo de su propia cultura. De este tema hablo en diferentes artículos, por cierto, reunidos en mi libro Da que pensar. Textos y pretextos para una antología (1987-2020),  editado por Victoriano Santana Sanjurjo y María Nieves Pérez Cejas y que se remontan a los años 90. He tenido la suerte de que mis novelas se publiquen en países tan diferentes como Venezuela, Croacia, Brasil, Francia, Portugal o Alemania y esto me ha demostrado que unas novelas que transcurren en ese territorio de mi memoria que es El Hierro, pueden leerse en croata, portugués, francés o alemán. La literatura es el mejor modo de trascender lo local y elevarlo hacia lo universal. Es el camino que nos han trazado magníficos escritores como Rulfo. Mi cosmovisión se nutre sin complejos de todo aquello que alimenta la insularidad: leyendas, mito, paisaje, paisanaje… Este interés por la insularidad y mi trabajo junto a Juan José Delgado en las revistas mencionadas sumado a mi dominio del portugués, me ha llevado a interesarme por otras literaturas insulares, el caso de Madeira, pero también, el de Cuba, a través de mis lecturas de Lezama Lima o Cintio Vitier. Lo mismo me ocurre con Derek Walcott o V. S. Naipaul o Saint John Perse, todos escritores sumamente insulares. Sin embargo, el conocimiento de otras literaturas insulares me llevan a reafirmarme en la singularidad y potencia de la tradición literaria canaria.


La isla como punto de referencia

En su opinión, ¿el paisaje contribuye a la formación de una estética de la insularidad? ¿Qué aspectos considera más relevantes en la mirada hacia la insularidad desde la literatura o el arte?

El paisaje insular contribuye a escarbar en un modo de pensar. Ese pensamiento ayuda a crear una estética de la insularidad, a la que, en el caso de la literatura, sumamos una riqueza léxica extraordinaria. En El Hierro, sin ir más lejos, tenemos un diccionario herreño aún por descubrir. Palabras como sanjora, juaclos, Tecorón, Timijiraque, calcosas, bejeque, entre muchas otras, implican una fascinación por el origen de la palabra que alimentaría la vocación de cualquier poeta. La tradición literaria canaria demuestra, a estas alturas de la literatura en español, que la insularidad provoca hallazgos literarios realmente interesantes. Pensemos, por ejemplo, en las impensables aportaciones de Agustín Espinosa con Crimen o de Isaac de Vega con su Fetasa. Ellos escribieron de otra manera y otra cosa metiendo un gol por la escuadra cuando todos los demás apenas intentaban hacer rodar el balón. Eran súper modernos, adelantados a su propio tiempo. La insularidad no implica aislamiento cultural. No es casual que la primera exposición surrealista se celebrara en Tenerife porque aquellos artistas insulares que fueron los componentes de Gaceta de Arte siempre estuvieron en contacto con Europa para ser la vanguardia de la vanguardia. Esa inquietud es propia del ser insular. No somos aplatanados ni inmovilistas, al contrario, prestamos oídos a todo lo que viene de fuera y nos llegar por mar, tierra y aire, por los puertos y aeropuertos.


La isla como vía a la universalidad

¿Cómo le gustaría definir la identidad insular? ¿En qué medida las diversas formas de la movilidad humana, como las migraciones o el turismo, influyen sobre la creación literaria en las islas? Desde su perspectiva, ¿qué lugar ocupan las nociones de cosmopolitismo y universalidad en la cultura insular de cara al futuro?

Hay que volver al humanismo y a las raíces de lo local para volver a crear un arte limpio, auténtico, despojado de los tópicos de la globalización, lejos del empantanamiento de los clichés culturales de lo políticamente correcto y de lo presuntamente universal. Tirar del hilo de la memoria para volver a la raíz de la raíz hará que volvamos a ser creativamente libres.


Víctor Álamo de la Rosa nació en Santa Cruz de Tenerife en 1969, aunque pasó su infancia
en la isla canaria de El Hierro. Ha publicado diez novelas, cinco poemarios, dos libros de
relatos y dos libros de artículos y entrevistas. Su obra literaria, traducida a varias lenguas,
ha recibido numerosas distinciones, como el Premio de Literatura Mercedes Pinto (2004), el
Premio de Creación Literaria Alfonso García Ramos (2007), el premio de novela Benito Pérez
Armas de 2013, el premio de Relato Corto Isaac de Vega y el premio de periodismo Leoncio
Rodríguez en 2008. Ha publicado en Francia, Portugal, Brasil, Croacia, Venezuela, Alemania,
entre otros países.


Sus novelas son El humilladero (1994), El año de la seca (1997), con prólogo de José
Saramago, Campiro que (2001), finalista en 2005 del Prix Fémina a la mejor novela
extranjera editada en Francia; Terramores (2007), La cueva de los leprosos (2010), Isla
nada (2013), Todas las personas que mueren de amor, premio de novela Benito Pérez Armas
2013, Omar el niño cangrejo (2017), El pacto de las viudas (2019) y La ternura del
caníbal (2020). En 2020, la editorial Mercurio publicó el volumen Da que pensar, textos y
pretextos para una antología (1987-2020), artículos y ensayos.

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