“Rostro vuelto al vacío” Poemas de Rossalinna Benjamin

Rossalinna Benjamin (República Dominicana)

Presentamos en la revista Trasdemar una muestra poética de la autora Rossalinna Benjamin (Miches, El Seibo, República Dominicana) Poeta, educadora, narradora, ensayista y gestora cultural. Premio de Poesía Letras de Ultramar 2018

Mi angustia naufraga en la mugre de la ciudad mirando al suelo.

Ahora puedo hablar de antiguas soledades.

Yo, que he vuelto del principio,

con sangre inocente y resina de duros árboles entre las uñas, con esta cabellera inmensa

Rossalinna Benjamin

Rostro vuelto al vacío

Primero el caos, la oscuridad, el agua.
Después la voz, la falta…
y solo entonces la luz,
este rostro en primer plano,
pretendiendo ser yo:
yo sonriendo, yo del lado izquierdo, yo paisaje de fondo, yo fingiendo pensativa, yo posando, yo repetida-cámara-al frente en el espejo del tocador-, yo lentes-de-sol, mentón levantado, yo animal de cuerpo roto en 44 diapositivas 2×2, yo sentada en falsa espera, yo abrazada a mis rodillas (mirada sospechosamente cándida), yo al centro de muchos yo ignorando el ángulo en que se inclinan las cabezas, yo cegada por la injerencia de otros flashes, yo acción congelada en un instante de luz artificial, yo siempre en tiempo anterior -para histeria mía que intento captarme aconteciendo en presente infinito-, yo y otra vez yo y otra vez yo y otra vez yo y otra vez yo y otra vez yo y otra vez yo y otra vez yo… yo recorte finalizado.

Yo: rostro vuelto al vacío.
Polvo que sueña.
Punto muerto suspendiendo la trama.
Yo: este soplo.


Adonde llevan los pies

Por lo profundo del arco en sus plantas, sé
son puentes mis pies.
¿Qué unen y separan?
¿Sobre cuál innombrado río se levantan? O
¿encima de una autopista hacia dónde?
¿Adónde llevan, exactamente?
¿Qué tan perdida estará mi sed cuando -al fin- los cruce?

(Del libro “Érase una vez el cuerpo”, Premio Poesía Concurso Letras de Ultramar, 2018. Publicado por Editora Nacional RD, 2020)


Isabel contra el silencio

¡Sssssshhhhhh!!! ¿Lo escuchas, Isabel?
Es tu silencio.
Cuando tú callas duermen todas las cosas.
Y entonces el mundo es esto:
Isabel y la tierra soñando,
y el enorme vientre del cielo bajando y subiendo
al compás de sus altos ronquidos,
Isabel y el mar sonámbulo
trayéndole sus níveas telas a la arena
Isabel y las piedras durmientes, las flores dormidas,
las sapos panza arriba
dormidos
en las corrientes dormidas,
los pájaros, el sol,
las indomables carreteras, los puentes…
todo duerme, a una duda bajo el manto de tu silencio, Isabel.

¡Ah! Isabel y las cosas dormidas.
Suena hermoso
¡Pero no! ¡No! ¡No calles, Isabel!
Si la tierra se duerme ahora
tendrá pesadillas.

No calles, Isabel.
Nombra las cosas con invenciones que salgan de tus labios
Invoca el ruido de todo y haz un tornado
que levante del sueño a las calles

¡No calles! ¡No! ¡Nunca!
Porque para tejer tu voz, Isabel,
hubo que desmadejar la rabia
y deshilachar la angustia
de muchas Aídas, Simones, Safos, Virginias…

Tan solo para activar el timbre que vibra en tu garganta cuando hablas,
fueron degollados los monstruos justicieros de tantas Juanas, Hipatias, Minervas, Maria Teresas, Patrias y Abigaíles, Isabel.

¿Qué malicioso te dijo de ese derecho a callar?
¡Jamás!
Ya hemos callado más que suficiente.
Callar no es un privilegio, Isabel, es un castigo.

¡Brava, Isabel! Chasquea la lengua y lanza tu sentencia granada
contra este espantoso callar.
Declárale la guerra a este silencio maligno que nos doma.
Abre el fuego con una palabra ancha que estalle el oído medio
a la apatía que nos está mermando, barriéndonos como a hormigas.

No calles.
Haz que despierten eternamente las aves, las más oscuras y fuertes,
las más sutiles y tiernas, para acompañar con sus trinos y graznidos
tu voz que retumbe inquietando las malas conciencias de los siglos recientes
tu voz que remueva y derribe los cimientos del odio y la pereza.

¡Habla, Isabel!
¡Di!
Di lo que quieras, blasfemia o bendición, pero no calles.
Porque tu voz, mantiene la luz en vigilia
y si tú callas, Isabel,
si no cantas, si no hablas, si no protestas,
si no denuncias, si no dices, ¡si no gritas!
Sin remedio, todos oscureceremos.


Desaparecida

                                                A Massiel, esperando que esté bien adonde esté. 

Acercándote, felina,
al montón que formábamos sin ti,
cada paso era toda una pregunta:
-¡Disculpen! ¿Habrán visto, por casualidad a esta chica?-
Y nos develabas
la divinidad nefasta de tu rostro de muñeca.
Todas las cabezas se balanceaban confusas,
de un lado al otro de la palabra “No”, sin más remedio.

Tus ojos, entonces,
dos segundos detrás de tu mirada, arremetían contra la noche
como dos botones deshilvanándose
de la camisa del infierno celeste.
Nadie te había visto…

Decepcionada
-Sólo un poco más que de costumbre-
seguiste el dulce llamado de la flauta de otro cuento.
Y para borrar las migas de tus pasos
Llevabas los bolsillos llenos de palomas.

Ahora queremos aprehender
lo que huye contigo de niña trasnochada,
de duende y de golfilla,
de andrógina orquídea de los parques.
Queremos rescatarnos apresando tus mejillas
entre besos angustiados que turban tu sed de distancia.

No culpo a tu risa –inadvertidamente escasa-
de princesa desertora,
Ni a tu posible llanto,
abrazando los kilómetros
de amor incomprensivo que te claman.
Tal vez consideraste
que aquí solo hay políticos y especuladores…¡Cómplices!
Y más rabia en los barrios cada día.

Que quizás ya nadie se lee las cartas,
Y por eso no sabemos
que te coronaron reina de diamantes.
Aquí ya no creemos en las hadas
y tal vez por eso nos perdemos de enterarnos
de que a ti te han escogido
para ser Campanilla en otro Nunca Jamás.
Quizás eres Alicia
en el último País de los Espejos,
O eres Ariel de Las Antillas
titilando enamorada en una aurora boreal.

O ni siquiera estás tan lejos.
Puede que un collar de Obatalá,
tejido con las madrugadas de tus rizos,
le rinda culto en San Juan de la Maguana
a tu cuello de azucena.
O Yemayá te acuna en su regazo sempiterno.
Pero que al fin y al cabo,
cualquier otro escenario
Merece más la enigmático performance de tu cuerpo.

Mas, si yo tampoco entiendo,
Eso de que te creemos perdida
y que tú, al fin, te encontraste,
te pido, no me culpes, si interrumpo con mi miedo
el bambulá infinito que ahora bailas
con remotos ángeles silvestres.

Y perdónanos de nuevo la imprudencia,
cuando el recuerdo de tu ausencia,
padecido por el mundo en estas líneas,
te acose, en todas partes, preguntando:
“Disculpa, habrás visto por casualidad a esta chica?”

(Del libro “Esta orilla de la rabia”, Proyecto Anticanon RD, 2019)


“Si me gustara menos la muerte”

Si me gustara menos la muerte yo fuera por debajo de las cosas
agitando mi escobilla y siendo número dos
en cada caso que amerite elegir una respuesta.
Me sentara tres peldaños por debajo de mi axila
y estallarían los globos oculares
de todos los espías de la ciudad al no encontrarme.
Anduviera descurvando los puentes
y cortando los extremos a las horas impares…

Pero traigo en el dedo mayor de la mano derecha una M escarlata
que me impide los temores más comunes,
que me saca de las líneas en vilo
y me trae, sin ceremonias,
a mis viejos zapatos otra vez.
Entonces salgo. ¡Qué remedio!

El asfalto asiente a cada excusa de mis huellas
y de cada paso mío extrae mil direcciones diferentes para todos:
para los que van a París, aunque no hablan francés
y para los que se gastan el salario de media ciudad en la escuela de francés,
sin tener la mínima esperanza
o la intención de ir algún día a París.

Para los que duermen con los brazos cruzados sobre el vientre,
sin abrir la boca y sin cerrar los ojos,
como si la muerte los hubiese sorprendido
mientras planeaban el día anterior…
O los otros,
que le injurian la madre a la noche
y se la pasan de arriba a abajo sin intentar dormir…

Unos esperan en la esquina,
otros tras las rejas,
unos otros pocos dizque esperan en Dios,
y en mis pasos cada cual halla una vía para perderse…
Y si no fuera por lo que me gusta la muerte,
también ya hubiese sucumbido
a los supuestos encantos de las cosas.
Yo escapo…

Unos gritan tan fuerte que les revientan los tímpanos
a todas las solteronas y las viudas de la cuadra,
otros callan tanto
que les revientan todo lo demás a todos los demás,
unos se rascan la cabeza y piensan,
otros se la rascan sin pensar.
Unos mueren en la acera del hospital,
otros cruzan a la otra acera con la mano en la nariz,
unos se ponen verdes, morados, blancos, rojos…
y luego otra vez verdes,
mientras otros miran el reloj.

Y si me gustara menos el final de todo
o alguna de estas cosas me doliera o me enfadara un poco,
yo obtuviera de cada paso mío alguna cosa
y no tendría que mostrar tanto la M de mi dedo,
a modo de explicación o de disculpa.


Escenario

Al mismo tiempo que la rabia
te da una mordida estratégica en el último esfínter, el dolor
te introduce su lengua salada en los oídos,
cada cual más pavorosamente seductor
y tú pierdes la capacidad de decidir,
porque una niña rota se acurruca en el lugar
donde debería estar el rayo
que mueve tu índice hacia el frente.

No quedan más que dudas en harapos,
suspiros chamuscados esparcidos por la estancia,
manos muertas sobre el teclado,
señales de STOP enmarañadas
entre el deseo descompuesto y la frescura del hastío.

El aaaaahhhh!! repetido
por cada hilo estrangulado,
mientras te cosen y tallan y tejen y te reinventan,
infinitamente desfigurada
en los vestidos ajenos al papel
que hoy ensaya tu osamenta
revolcándose en la alfombra
y el telón que nunca cierra.

Viene bien el auditorio de repente desierto,
la furia arrancándote hasta el cuero cabelludo,
el azul del llanto que se atasca
apenas a un abrazo del borde de los ojos.

Viene bien el frío,
la despensa con su rastro de avena y cucarachas,
el reloj extraviado,
el lecho amargo de esta noche sin Prozac,
si tocan a la puerta…

(Del libro “Diario del desapego”, Amargord Ediciones, 2016)


Anónima y salvaje

I
A veces vuelven a mí
las pisadas ancestrales de las bestias dormidas,
sus extraños mugidos bajo la densa lluvia,
y mi agonía se viste de hombre o de piojo
y sube en la noche a pasear su desconcierto
por la cabellera inmunda de la ciudad despierta.

Camino entre elegantes rateros taciturnos
de sonrisas embarradas en el rostro marchito
como el oscuro castigo de una ley desconocida.
Niños y perros duermen juntos y revueltos,
sin pudor en las aceras mojadas
arrullados por el crujir de pasos noctámbulos,
luces de neón y el vaho de la marihuana calcinada
entre los labios de los príncipes de seda.

En mi otra verdad, incontrolable, el hielo
detiene edades, cordilleras.
Miro atrás y ya he pasado imposibles sierras y cascadas.
El vapor frío endurece el pelambre de los monstruos hibernantes.
Y entiendo que ya no puedo desandar
los escabrosos terrenos de esta era.
Justo aquí descubro que soy débil, pequeña,
humana, que mi peludo cuerpo,
gimiendo a la intemperie,
se ha desligado de la primitiva aspereza del bosque.

Ahora soy de carne ciega y llanto enmudecido.
Calzo zapatos oscuros y corbata indolente,
a la par de esos hombres que saludan desde la acera opuesta
levantando un diario sucio de noticias falsas
y otros fracasos como esta angustia que yo escribo.

Hoy la ciudad luce tan gris como cualquier otra
muerte y yo me hundo en su sopor de hembra
con una languidez francamente suicida.

Esta es una era turbia y húmeda,
pesada como un fardo de culpas ajenas, enemigas,
una era sin después ni palabras.

Esta es la historia desgarrada de la historia.
Se vale ahora tirar en una fosa al hijo deforme
y a nuestra vergüenza y reventarles los ojos
para asegurar que no nos sigan.

Esta es una edad tallada en miedo y multitudes.
Le hace falta un discreto estallido de silencio
para sobrevivir en el letargo de las bestias
que se sueñan siendo estatuas submarinas.

Mi angustia naufraga en la mugre de la ciudad mirando al suelo.
Ahora puedo hablar de antiguas soledades.
Yo, que he vuelto del principio,
con sangre inocente y resina de duros árboles entre las uñas,
con esta cabellera inmensa
y descarada como un sí en pleno rostro.
Aquí aprendí a respetar la muerte un poco,
a servirle una taza de hiel
a cualquier sonrisa vagabunda que se asome.

Cerré mis poros al pasado,
volví mi cuerpo una trampa y mi memoria
un gris desierto.
Y, desde entonces,
como un dolor más que huye de su enigma,
me eché a rodar por la ciudad y sus tormentas
de papeles absurdos,
anónima y salvaje,
abrazada a la íntima ternura de la piedra.


Preliminares

Para que duerma el abanico de plumas de la histeria,
para que no haya ninguna mota de viento
interrumpiendo la atmósfera de espanto necesaria,
para que cese el lápiz de escribir sandeces sobre amor
propio y síes a la vida:
es preciso calcar en la epidermis de la propia voz
la placidez del yeso y decir “basta” con la dulzura
de un misántropo.

Tiernamente quebrarle todos los huesitos
a la belleza.
Justo antes de acabar con los dobles.
Exterminarlos como pequeños huevos
aplastándolos con las uñas
o reventándolos con una aguja.
Cambiar por filos acerados toda la utilería.
Y entonces:
apagar todas las lumbres
agazaparse
aguardar…

(Del libro “Manual para asesinar narcisos”, Premio de Poesía Joven de la Feria Internacional del Libro, Santo Domingo, 2011)


Rossalinna Benjamin (Miches, El Seibo, República Dominicana) Poeta, educadora, narradora, ensayista y gestora cultural. Premio de Poesía Letras de Ultramar 2018.

Ha cursado Estudios en Pedagogía Mención Letras (Universidades O&M). Especialista en Cultura y Lengua Española Universidad Internacional Iberoamericana (UNINI)

Entre Libros se encuentran los títulos “Manual para asesinar narcisos”, “Diario del desapego”, “Esta orilla de la rabia”, “Érase una vez el cuerpo” (Poesía). Ha recibido Premios literarios como la Mención honorífica de la Categoría Universitaria del Concurso Nacional de Talleres Literarios Santo Domingo 2008, el Premio Nacional de Poesía Joven Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2011 y las Menciones Particular y de Honor del Premio Mundial de Poesia Nosside en Italia de los años 2014 y 2015

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