Presentamos en la Revista Trasdemar la entrevista con la autora Rossalinna Benjamin (República Dominicana) a quien agradecemos su colaboración en nuestra encuesta internacional dedicada a la insularidad
Aparte de que todo espacio tiene su momento literario, y este, por variadas razones, pertenece al espacio insular. Pienso que para hacer literatura actual en occidente, por fuerza hay que mirar hacia las islas, específicamente al Caribe. Hay mucha riqueza inexplorada que será, me atrevo a vaticinar, lo que traiga el nuevo Boom literario, si es que pueda haber alguno
ROSSALINA BENJAMIN
La isla como espacio de creación
¿Qué representa la insularidad para su génesis como autora? Háblenos de su experiencia creativa en el ámbito de la escritura: ¿cuáles fueron los orígenes de su proceso de producción literaria?
Desde niña volcaba mi creatividad a través de la escritura de cuentos muy fantasiosos. Aprendí a leer con apenas tres años de edad y me volví una lectora voraz. Leía todo lo que llevando letras me pasara cerca. Por supuesto, con el tiempo fui adquiriendo conciencia y empecé a discriminar. Eso unido a mi desbordada imaginación me llevó a escribir. Empecé con cuentos infantiles que escribía al principio en las hojas que me sobraban de cuadernos del año escolar anterior, luego ya pedí un cuadernito para “composición” como le llamaban en la escuela y los usaba para escribir mis cuentos. De adolescente, vi que las cosas que quería decir no siempre se correspondían con la estructura del cuento y comencé a escribir poesía, en ese tiempo con rima, ganaba concursos escolares y eso. Luego esto también me pareció insuficiente, lo de la rima, lo sentía un poco como la isla: que no te dejaba muchas opciones de expansión. Así conocí el verso libre, la poesía en prosa. Mis temas eran bastante convencionales, por la influencia escolar, que casi siempre limita al creador, excepto por mi primer poema, que lo escribí sobre un viejo tejedor de redes, que fue marino mercante y me contaba historias de sus aventuras y cómo se había hecho tejedor de redes para sentir que aún tenía algo del mar. Siempre decía que iba a ser “una gran escritora”, ¡Jajajaja! Pero juraba que sería novelista. La poesía me tomó por sorpresa. Me cautivó porque era el único género que me permitía expresar, sin error, las locas y extrañas construcciones lingüísticas que se me ocurrían. Porque yo siempre estuve fascinada por las palabras y me deleitaba sorteándolas de manera caprichosa y buscándoles nuevos sentidos. Así comenzó todo. Ya de adulta, me fui encontrando con la gente apropiada, como la escritora dominicana Isis Aquino, que fundó el Círculo Literario El Viento Frío y me invitó a ser miembro fundadora; y el poeta dominicano Valentín Amaro, que me llevó a lo que sería mi academia de formación literaria: el Taller Literario César Vallejo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y el Movimiento Interiorista del Ateneo Insular.
La isla como lugar de influencias
¿Cuál es su relación literaria con la experiencia de la insularidad y las influencias recibidas de la tradición o las tradiciones culturales de su lugar de origen?
Gracias al Taller Literario César Vallejo, tuve contacto directo y amplio con la tradición literaria de mi país, que ha sido fundamental en mi proceso. Pienso que aunque se parta de la individualidad para crear, formamos parte de una colectividad que, quiérase o no, sépase, reconózcase o no, influye sobre nuestro hacer. Sobre todo en una isla, donde la relativa desconexión con el resto del planeta intensifica la importancia de la influencia local, que va siendo casi la única patente. Para mí fueron esenciales en mi formación varios escritores nacionales, entre ellos algunos de generaciones muy cercanas a la mía. Desde Freddy Gatón Arce, Franklin Mieses Burgos y Aída cartagena Portalatín, hasta, por ejemplo: José Alejandro Peña, César Zapata, José Acosta, Yrene Santos, Claribel Díaz, León Félix Batista, entre otros, Pero más que nadie: René Del Risco Bermúdez y he de mencionar muy especialmente al escritor dominicano por quien me inspiré a ser escritora al ver su nombre en los textos escolares firmados como: “José Álcántara Almánzar, escritor dominicano”. Siendo que mis primeras lecturas solían ser de escritores europeos u orientales, aquello me dio esperanza: ¡un dominicano también podía ser escritor! También la música, que siento es clave en la escritura caribeña. Los isleños tenemos, al hablar, un ritmo que en el fondo resulta es el sonido de la música que “llevamos por dentro”, esa tradición musical a la que pertenecemos. Si no se es consciente de esto, transcribimos dicho ritmo a la escritura desacompasado. Apercibiéndonos de ello, nos aseguramos de ser fiel a ese sonido, pasarlo a texto en todo su esplendor. Como casi todo, el ritmo dominicano es una mezcla que puede ser caótica o armoniosa. Mis influencias, aparte de que tuve educación musical clásica formal, estarían entre El Gagá, “Los Palos”, y la música de Luis Díaz, José Duluc, Xiomara Fortuna, (sus fusiones afrocaribeñas suenan muy bien escritas), Merengue de los Años Dorados: Wilfrido Vargas, Sergio Vargas, El Zafiro. Algo de Sonia Silvestre y Maridalia Hernández. Bachata de antes y ahora (Luis Segura, Marino Castellano, Luis Vargas, Anthony Santos, Teodoro Reyes, Ramón Torres) y el Rap. Este último, básicamente marca el beat de fondo de la mayor parte de mi escritura. Del cine local, no tuve conocimiento hasta muy recientemente. Han tenido impacto en mi trabajo las obras pictóricas de los dominicanos Carlos Goico, Ramón Oviedo, Leylin Abreu, Ángel Hache, entre otros; las esculturas de Cayuco y de El Artístico. Mi imaginario se ha enriquecido de todo el acervo artístico local, teniendo preponderancia el folklor, los rituales populares y religiosos que han ido desapareciendo.
La isla como proyecto cultural
¿De qué modo considera el valor de la isla o del archipiélago en su propia cosmovisión literaria?
Su valor es indispensable, pues el mismo cúmulo de sensaciones angustiosas y mágicas del peso de la insularidad, sumado a todo el sincretismo que suele conformar la realidad del isleño ser y vivir, es caldo de cultivo de variadísimas posibilidades creativas en cualquier rama del arte y especialmente en literatura. Es la belleza de esto. Aparte de que todo espacio tiene su momento literario, y este, por variadas razones, pertenece al espacio insular. Pienso que para hacer literatura actual en occidente, por fuerza hay que mirar hacia las islas, específicamente al Caribe. Hay mucha riqueza inexplorada que será, me atrevo a vaticinar, lo que traiga el nuevo Boom literario, si es que pueda haber alguno.
¿Qué opina acerca de las semejanzas y los parentescos entre su lugar de origen y otros territorios insulares?
Creo que las semejanzas tienen que ver con eso que expresé antes: lo de sentirse una especie de microcosmos. Antes de un despertar que no siempre es agradable, para el isleño la isla es el mundo, todo se mide, tasa, pesa y valora en función de lo patrio. El resto del mundo aparece lejano, irreal y para muchos incluso insuficiente, comparado con la magnificencia de esa imagen idealizada de la ínsula. Las islas del Archipiélago de Las Antillas se influyen mutuamente, en mayor o menor medida, dependiendo de sus interacciones comerciales, culturales y la emigración, claro está. Es muy comprensible, por ejemplo, las similitudes en música, artes, gastronomía y costumbres entre Cuba, República Dominicana, y Puerto Rico. Aparte de una historia de colonización común, el intercambio es muy amplio entre las mismas. Cosa que no pasa con Jamaica, estando en el mismo Archipiélago, pues no hay tal relación.
La isla como punto de referencia
En su opinión, ¿el paisaje contribuye a la formación de una estética de la insularidad?
En parte, pues lo visual es influyente, pero no determinante, a mi parecer, esa estética va cambiando a medida que reconoces otras características más intrínsecas a lo insular que el mero entorno y el paisaje termina siendo poco más que accesorio. Sobre todo cuando viajas y ves la similitud con otros lugares, miras la insularidad desde otros ángulos.
¿Qué aspectos considera más relevantes en la mirada hacia la insularidad desde la literatura o el arte?
1) El ritmo. La música o sonido de la isla en el texto es distinta, sépalo o no su autor. Y es muy rico y variado, pero reconocible; un valor a medio explorar todavía. 2) La nostalgia (a veces prefabricada) que parece ser obligada en la escritura insular, tanto que a la falta de la misma en un colega de la isla se considera una especie de antipatriotismo. Muy curioso. En lo personal, carezco de tal sentimiento nostálgico, acudo a muchas cosas desde mi escritura pero la nostalgia no es una de ellas, y de algún modo me siento traidora. 3) El mar como signo. No es lo mismo que para los continentes. La relación del sujeto insular con el mar en su escritura. Por ejemplo, muchos escritores de las islas, no miran al mar en sus textos. Es como una resistencia, no siempre consciente. Quizás, porque, como dije: el mar recuerda y marca el límite del territorio posible. Al darle la espalda se puede soñar con una isla infinita, donde no haya mar que valga. 4) El lenguaje. En definitiva la insularidad trae consigo en escritura, normalmente una de tres cosas, sino todas en diferente proporción: a) desparpajo, tan natural y refrescante que no puede sino disfrutarse, una vez pasado el desconcierto inicial; b) modestia forzada, como si tuvieras que disculparte ante el mundo por las posibles consecuencias en lo escrito, de tu aislamiento geográfico; c) grandilocuencia, otra vez para, de algún modo “compensar” lo de estar apartados en un entorno reducido, combinada con d) a veces exagerado chauvinismo y desdén hacia lo foráneo, como una forma de plantar cara a la mirada externa, que se presiente cargada de superioridad.
La isla como vía a la universalidad
¿Cómo le gustaría definir la identidad insular? ¿En qué medida las diversas formas de la movilidad humana, como las migraciones o el turismo, influyen sobre la creación literaria en las islas?
Como un microcosmos pleno de mixturas complejas y enriquecedoras para el hacer creativo y vital, que al estar inacabado sobra en posibilidades. El tráfico de influencias es palpable en las islas. Se toma lo que llega y se adapta, se transforma hasta un nivel asimilable para el local, “aplatanar” lo llamamos en Rep. Dom. Igualmente en literatura. Pues el creador insular es ante todo “artesano”. Un rasgo que yo aplaudo. También se crean tendencias copistas de lo exterior que no siempre resultan bien, pero que son parte de la idiosincrasia isleña y por tanto, suman.
Desde su perspectiva, ¿qué lugar ocupan las nociones de cosmopolitismo y universalidad en la cultura insular de cara al futuro?
Un lugar preponderante, dado que la apertura hacia el resto del mundo es cada vez más fácil y amplia, la conexión, la globalidad, las múltiples formas de acercamiento a otras culturas y sensibilidades al alcance hacen que ya la noción de isla quede relegada a un simple contexto geográfico, mismo que cada día es menos importante. La era virtual ha restado drama al hecho insular. Pues lo que más marcaba el mismo era la desconexión y esta va quedando en un pasado que es ya (para bien o mal) irrecuperable. Muchas gracias. Gracias a ustedes. Un placer colaborar. Quedo a sus órdenes.
Rossalinna Benjamin (Miches, El Seibo, Rep.Dom.) Poeta, educadora, narradora, ensayista y gestora cultural. Estudios: Estudios de Pedagogía Mención Letras (Universidad O&M). Especialista en Cultura y Lengua Española Universidad Internacional Iberoamericana (UNINI) Libros: “Manual para asesinar narcisos”, “Diario del desapego”, “Esta orilla de la rabia”, “Érase una vez el cuerpo” (Poesía). Premios: -Premio de Poesía Letras de Ultramar 2018. -Mención de honor Premio Mundial de Poesia Nosside Italia 2015. -Mención Particular Premio Mundial de Poesia Nosside Italia 2014. -Premio Nacional de Poesía Joven Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2011. -Mención honorífica Categoria Universitaria Concurso Nacional de Talleres Literarios Santo Domingo 2008.