Presentamos en la Revista Trasdemar nuestro dossier de colaboraciones especiales dedicadas a la obra de Félix Francisco Casanova (La Palma, 1956-Tenerife, 1976), autor homenajeado en el Día de las Letras Canarias 2023.
Compartimos la colaboración titulada “El poeta de la melena cojonuda” de I.J Hernández, autor de los libros recientes “En el futuro los coches no vuelan” (Premio Siete Pisos de Novela Corta, Cáceres) y “Las arañas se encienden en los hoteles” (VII Premio de Narrativa Carmen Martín Gaite)
¿Y tú me lo preguntas? Poesía es el poeta de la melena cojonuda: Félix Francisco Casanova. Del poeta palmero se ha hablado, escrito, mucho y bien. Investigadoras, críticos y poetas ensalzan su virtuosismo poético: esa fuerza espontánea, arrolladora, propia de los elegidos. <<Félix es un genio de la literatura en el sentido auténtico>>, escribió o dijo Aramburu, no lo sé muy bien. Andrés Montes diría “jugón”. Seguro.
La leyenda, el mito, sobrevuela su figura. Su muerte temprana es una fábrica de cuervos. Su recuerdo es un ejército de adjetivos que no le temen ni a la muerte ni al olvido: desafiante, superdotado, rebelde, carismático, especial, increíble, el Rimbaud español…
Para hablar del poeta de la melena cojonuda uno debe quedarse en pelotas. Lo digo en serio. Lo de quitarse el sombrero es como gritar mierda cuando deberías susurrar sí quiero en el altar de las estrellas del rocanrol. Su musicalidad, sí. Esa puede ser una de las claves, notas vibrantes. A principios de los 70 fundaría el grupo de rock Hovno, mierda en checo. Su madre era pianista. Nunca sabremos si Félix hubiera o hubiese sido amado como cantante. ¿El Dylan canario llevándose el nobel a los 75 años?
Los eruditos y eruditas ya lo han dicho todo. Ardua y noble labor la suya, adentrarse en los confines del silencio absoluto y contemplar el rugir del Big Bang sin poder filmarlo, grabarlo, estrujarlo con sus manos. Han diseccionando su cuerpo, poema a poema, con el bisturí del método científico, gran método sin duda: afilado, certero, útil. Pero qué quieres que te diga, a la cascada creativa de Doble F. Casanova no se llega remando o flotando sobre un universo de palabras ordenadas en el caos. Uno debe estar ligero de prendas, ya lo he dicho. Nadar a contracorriente, olvidar que un día alguien inventó el chaleco o el aro salvavidas, agarrarse a un palo aunque te cortes medio brazo y la sangre alimente la poesía salvaje del gran tiburón blanco.
Leamos, como escribe Enrique Vila-Matas en Montevideo: “El mundo está lleno de perseguidores de la totalidad, algunos de una valía y valor incalculables, como Herman Melville, que es en quién pienso cuando me paseo por el mundo de los rastreadores del Todo. Siempre he pensado que en Moby Dick trazó una inmensa metáfora de la inmensidad, de la inmensidad de nuestra oscuridad”. Cuando leo a Félix paseo por el mundo de los rastreadores del Todo. Es un buen lugar para leer, supongo que también para vivir, a pesar de la inmensidad de la larga noche. Su poesía es inconsciente colectivo, burla adolescente, métrica sin medida, un chicle explosivo bajo la mesa, escopeta de feria trucada a plena conciencia para disfrutar del error, disparo de rabia y de ternura, liviandad en una celda con vistas al mar. Leamos, moviendo las pestañas como olas:
“Mi asesino favorito
ojea en stereo el cursi rosa
del labio inferior,
abre una grieta en la noche
y la cruza con su polvo de gabán.
Nos deja la pista del aliento”.
Félix, como Roberto Bolaño, discípulos de sí mismos, conscientes de que la literatura es un juego dentro de un juego, un sueño dentro de otro sueño, una matrioska con guantes de boxeo dentro de una matrioska de nitroglicerina dentro de una matrioska a la que llaman señora Detonadora, escribía desde la desinhibición más primitiva, fluyendo, fusionándose, haciendo el amor con la música, las conversaciones, los sueños líquidos, las lecturas que devoraba desde niño.
“Y ahora fuera de broma:
no tengo nada más que daros,
tampoco tenéis qué darme,
acaso nunca nos hemos dado nada,
¿entonces qué hacemos aquí,
intercambiando palabras
inútilmente?”.
F.F. Casanova es en cierto modo el Ray Donovan de las letras (si no has visto la serie tienes que verla). Si te pasas de listo te rompe los huesos. Y ni una gota de sangre. El esmoquin inalterable, elegante, a medida. A Casanova hay que leerlo como si te hubieras perdido en el bosque y sonrieras porque sabes que puedes guiarte por las estrellas pero al cabo de una estrella fugaz te das cuenta de que solo sabes que las estrellas sirven para algo pero tú no sabes para qué.
“Y sintieron, según las profecías,
los horrores del más puro beso mortal
(San Cactus de Texas, capítulo único,
versículo X de las sobras del tigre).”
El mejor poeta nacido de un volcán. El mejor poeta canario de largo (supongo que aquellos y aquellas que se escandalizan porque sus homenajes restan espacio a otros autores y autoras cuyas obras consolidadas, extensas como mesetas de la noble Castilla, parafraseadas sus mejores frases en revistas y elogiados en logias del saber eterno sus pulcros versos, han de recordar que el único crítico certificado por los dioses literarios es don Tiempo, y dicen que siempre está liado, y que le encantan los y las poetas huracanes y que la inmortalidad es un cuento que nadie contará).
Lee a Félix Francisco Casanova como si hablaras con tu mejor amigo. Yo, por el momento, robo algunos de sus versos para que mis libros empiecen bien y la gente se anime. También he bautizado a alguna de mis criaturas. A lo mejor monto una tienda de camisetas con los poemas que nunca escribió. Los designios del marketing son inescrutables. Félix me habría mandado a la mierda.
“A quien está a mi lado
le exijo, por ejemplo,
que no me destruya,
ya que no soy ningún ave fénix,
y por favor, si después de muerto
viene a visitarme,
que no me cuente los misterios”.
Muy buena síntesis.