“Ángel Guerra, heredero de Galdós, hijo de Lanzarote” Por Besay Sánchez Monroy

Especial Día de las Letras Canarias 2024

Especial Día de las Letras Canarias 2024

REVISTA TRASDEMAR

Presentamos en la Revista Trasdemar nuestra serie especial dedicada al Día de las Letras Canarias 2024, con motivo del homenaje al escritor lanzaroteño Ángel Guerra. Compartimos el ensayo “Ángel Guerra, heredero de Galdós, hijo de Lanzarote” a cargo de nuestro colaborador Besay Sánchez Monroy

Ángel Guerra fue un escritor notable que vio truncada su carrera, como tantos otros, por el advenimiento de la Guerra Civil. Residió un tiempo en Francia y volvió a Madrid, donde los periódicos no ignoraron su muerte. Por lo que sé, fue un hombre honrado y enamorado de su tierra; su raigambre política lo hizo sensible a las problemáticas sociales de su isla, cuyas gentes procuró inmortalizar en sus narraciones. Compartió con Fernando Pessoa el gusto por los heterónimos hasta que se decantó por el que sería conocido

BESAY SÁNCHEZ MONROY

Lanzarote, al contrario de lo que parece indicar el aspecto árido de su geografía, es quizás el espacio insular más fértil en felices ensoñaciones literarias: los mitos de Lancelloto Mancello y Zonzamas, la figura de Goethe ineludiblemente ligada a la fama de donjuán de José Clavijo y Fajardo, las crónicas de Leandro Perdomo Spínola, los retratos costumbristas «anécdoticos, inafectivos» de Isaac Viera y Francisco González Díaz, la resignificación surrealista de Agustín Espinosa, los versos áureos de Pedro Perdomo Acedo, la rigurosidad ensayística de Agustín de la Hoz, la mirada atenta de José Saramago, la mujer-isla soñada por Rafael Arozarena, la novela con la que Ignacio Aldecoa quiso honrar a La Graciosa. No es escasa la tinta derramada en las lindes de este territorio mítico y, sin embargo, pocas plumas más significativas y esplendorosas que la que enarboló el teguiseño José Betancort Cabrera, a quien su amistad con Galdós llevó a unir su nombre de escritor a una de las novelas más conocidas del hijo adoptivo de Madrid: Ángel Guerra. Hombre cosmopolita (viajó por toda Europa y tradujo del catalán, portugués, italiano, francés e inglés) y precoz escritor, a los diecisiete años nos brindó sus primeros versos, anticipo de una prolífica carrera literaria en la que abundaron el artículo periodístico, el cuento y la novela corta. Su gran humildad no le negó el magisterio de Galdós, que compartió con los hermanos Millares Cubas y Benito Pérez Armas, a quienes unía un idéntico amor por su tierra. Como a Augusto Roa Bastos, ligó su oficio a la búsqueda de la conformación de una identidad nacional; a diferencia del paraguayo, quien descreía del costumbrismo anecdótico, cultivó el naturalismo regionalista, del que se le consideró muy pronto principal adalid en las islas. El mar, Lanzarote y sus gentes fueron temas recurrentes en su obra, que no desmerece a la de su maestro en algunos textos.

Con motivo del homenaje anual del Día de las Letras Canarias (que por motivos que desconozco nunca ha sido dedicado a figuras ilustres como Alonso Quesada, Alfonso García Ramos o Tomás de Iriarte, entre muchas otras), he regresado a la deslustrada edición de la malograda Biblioteca Básica de Canarias en la que frecuenté por primera vez a Ángel Guerra. La Lapa y otros cuentos (1989) contiene dos novelas cortas y un cuento que vienen a ser los textos más representativos de su narrativa. «La Lapa», que da nombre al volumen, es considerado su obra más representativa, una de las novelas cumbre del regionalismo español. En ella asistimos a la narración de las desventuras de Martín «La Lapa», quien, tras quedar huérfano, decide cumplir su sueño de hacerse a la mar, faenando como roncote. A pesar de su pobreza, consigue casarse, y cuando su felicidad parece completa, naufraga en el Roque del Oeste, donde pierde la visión antes de ser rescatado por unos pescadores. Como si fuera poca tragedia, al regresar descubre que su mujer ha muerto dando a luz a su hijo, con el que vagará por los pueblos ejerciendo la mendicidad. La historia encierra una cruel metáfora: Martín, nacido tierra adentro, descubre que el mar, que creía símbolo de libertad, no deja de ser una extensión de esa naturaleza cruel e impredecible que conoció en los llanos, que otorga tanto como quita. Ciertos pasajes de la obra, en especial el capítulo «Intermezzo», presentan una sensibilidad cercana a la de la Generación del 98, a cuyos componentes frecuentó en sus tertulias madrileñas. En el destino de Martín he querido ver un reflejo de ese sentimiento de cárcel atlántica que a veces nos insufla el mar que nos circunda.

«El justicia del llano» es una novela que prefigura con maestría el «noir rural» que practicarían en Estados Unidos y que tantas naciones europeas adaptarían a su ámbito como si de una novedad se tratase. El llano del norte de Lanzarote se yergue en un ecosistema cerrado, con sus propias reglas y participantes en la tragedia. La ambientación de este mundo rural donde los cabreros ejercen libremente su voluntad, batallan a cuchillo con los pescadores y abusan impunemente de las lavanderas que por allí pasan, no desentonaría en los cuentos pamperos de Borges. El encuentro de una niña extraviada y la consiguiente desaparición de su madre justifican las pesquisas de cho Am (Abraham), líder de los cabreros, que sospecha que el asesino se encuentra entre los suyos. Cho Am promete justicia, y a esa tarea se encomienda. El descubrimiento del cadáver y de un trozo de pañuelo señalan fatalmente a su hijo, con quien reinterpretará la escena bíblica que ya protagonizaran Abraham e Isaac al ser incapaz de cumplir su voluntad de que se haga justicia. Mucho se ha hablado de la necesidad de encontrar una forma de hacer literatura de nuestra tierra de forma natural, centrándose en aquellos elementos que solo podrían darse en nuestro territorio; un escritor atento encontrará en esta narración algunas claves para esta empresa.

Cierra el volumen «Cariño eterno», una temprana pieza a la que Ángel Guerra tomó estima, pues es el cuento que más veces publicó. La historia de cariño maternal entre un señorito y su vieja sirvienta parece tener ciertos tintes autobiográficos; detecto una sensibilidad romanticista en el tratamiento del tema, que no por riguroso deja ser poderosamente sentimental. A pesar de ser el último texto del volumen, precede cronológicamente a los anteriores y sienta las bases del gran narrador en el que se convertiría.

Ángel Guerra fue un escritor notable que vio truncada su carrera, como tantos otros, por el advenimiento de la Guerra Civil. Residió un tiempo en Francia y volvió a Madrid, donde los periódicos no ignoraron su muerte. Por lo que sé, fue un hombre honrado y enamorado de su tierra; su raigambre política lo hizo sensible a las problemáticas sociales de su isla, cuyas gentes procuró inmortalizar en sus narraciones. Compartió con Fernando Pessoa el gusto por los heterónimos hasta que se decantó por el que sería conocido.  Como el Vizconde del Buen Paso y su maestro Galdós, criticó las miserias y defectos de Madrid, lo que le valió alguna enemistad. Se codeó con los grandes escritores españoles de su época, que le tuvieron en alta estima. Deploró el Modernismo para luego advertir sus virtudes en la obra su amigo Juan Ramón Jiménez, que le dedicó un poema cuyos últimos versos rezan así: «Sepulcros melancólicos/de un noble cementerio/ en donde las pasiones/reposan en el sueño de la Muerte…».


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