“Supimos que el silencio era un paisaje” Poemas de Santiago Redondo Vega

Desde la Revista Trasdemar presentamos una selección de voces contemporáneas con motivo del Día Mundial de la Poesía 2022
Fotografía cortesía del autor para Trasdemar

Presentamos en la Revista Trasdemar una selección poética de nuestro colaborador Santiago Redondo (Valladolid, 1958) Poeta de reconocida trayectoria, finalista de
premios internacionales de poesía tan prestigiosos como el Fundación Loewe. Cursó Estudios de Derecho y es Técnico en Asesoría Jurídica y Laboral. Ha recibido numerosos premios de poesía y narrativa, entre otros, el Unión Artística Vallisoletana, Sarmiento, Justas Poéticas de Dueñas, Blas de Otero, Jara Carrillo, Pluma de Oro de Alcorcón, Peñaranda de Bracamonte, Justas Poéticas de Laguna de Duero, Cafetín Croché o Ciega de Manzanares, además de haber sido también finalista en los premios Hermanos
Argensola, Ciudad de Badajoz o Leonor, de Soria. Como autor, tiene publicados los poemarios “Mecánica de fluidos” (Vitruvio 2019), “Laberinto de inercias” (Azul
2014) y “Naturaleza Viva” (Aguilar de Campoo 2009). Compartimos la muestra literaria de obra selecta con motivo del mes del Día Mundial de la Poesía, en nuestra sección “Continentes”

El tiempo es un gigante

que engulle cuanto ignora,

auspicia lo que odia, reclama lo infinito

y acaba por velarnos el sueño entre cipreses

SANTIAGO REDONDO VEGA

De Laberinto de inercias

Editorial azul (2014)

PRIMERO FUE EL SILENCIO

Primero fue el silencio:
el mundo era La Nada
y todo era el vacío de un vacío insolente.

El Cosmos era el aire sin estrellas, ni aromas;
la voluntad un grito de miedo y confusiones,
el sol la obligación de la luz irascible
y el mar la inmensidad de los espacios hueros.

Pensar era un valor no permitido,
los sueños no eran sueños; la textura
del ser, desproporción, sólo quimera.

Aquí no había nada y era todo
una inmensa obviedad de inercia solamente.

Había aún de explotar la condición de Gea
para hacer de la Tierra un planeta habitable;
y el Cosmos vigilaba con terquedad esférica
desde dónde avistar las noches que no existen.

El tiempo y el espacio eran nidos vacíos,
y el hombre y sus constantes un inaudible cuásar.

Hasta que hubo Universo.

Y entonces de La Nada
brotaron como esquirlas
los labios más recónditos
y le llamaron Dios al dios de los humanos.


¿DE DÓNDE EL UNIVERSO?

¿De dónde el universo y su conciencia,
de dónde y en qué instante su pulso reconvino
poblar con alma humana este encriptado averno?

Si en la oquedad del aire
volaban ya los pájaros, reptaban los ofidios,
si el mar sabía a mar y en el salitre
que esperaban los vientos endulzar con su cálamo
crecían madreselvas sobre playas de asbesto.

Si en su desproporción aleatoria
sabían convivir los dinosaurios
con la piel vegetal y cuaternaria
de un sueño intacto,
celebrando con musgo la elección del instinto.

Estaba el tiempo erecto, diáfano y versátil,
de rojo impredecible y atmósfera inocente,
de cráteres y lavas,
de cársticos helechos,
de bosques milenarios y de avarientos climas
gozando de la inopia del ojo compatible.

¿Qué falta hacía un lunes, tan de noche,
poblar este planeta con bélicos humanos,
atravesar el magma con cirros sinuosos
y enclavar en el pomo del mundo un plebiscito?

Qué falta de cordura y qué sórdido ADN
dio pie a que se engendrara la herencia de este homínido
en el tatarabuelo del padre de un Caín,
que nos legó la culpa
de erguirse con dos patas para invadir su entorno.

Brotó como la grama al hilo de hace tanto
y al cabo de esta inercia
el Universo entero se puso de rodillas.


PUDO HABER SIDO ASÍ

Pudo haber sido así la histeria evolutiva
de un animal tan mágico,
tan genial, tan versátil,
tan irascible y púnico,
y su paso arrasando por este inmaculado
planeta de agua y lodo,
de no ser porque, a veces,
le asoma por sorpresa de su honda ingratitud
un soplo impredecible de mínimo cerebro.

Yo por eso me niego a esperar la incordura
de un cierto cataclismo
con mano sobre mano,
cruzándome de versos,
sentado en la mitad de mi presunta especie.

Soy hombre, a fin de cuentas,
tan culpable y tan cómplice
como cualquier mamífero
de bípeda conciencia
si me lavo las manos con agua de silencio.

Y quiero replantar
mis versos como espigas
en el grito velado de mi boca evidente,
hasta poner en guardia la garra delatora
que rasgue y descuartice la piel de indiferencia,
antes de escribir luto
en este mi universo recóndito y posible,
o en la genealogía
de su alba incertidumbre.


ESTIRPE DE ADÁN

Cubren la piel los fríos de un corazón de escarcha
que a golpes nos conforma
desbastando la vida en intemperies,
abrasivo en caricias y suspiros de plomo.

Bebemos cada aurora
a zarpazos pautados en sorbos de ocho a tres,
como férreo tributo
al latido incesante de un estómago bíblico.

Del árbol del trabajo
somos ramas convictas de la estirpe de Adán
heredando un castigo indescriptible,
para hacer de nosotros
oscuros edificios con balcones al tiempo
donde hiberna la lírica y atardece la psiquis de los párpados.

¡Libertad para el hombre!
aunque no gane el pan con el sudor
que siembra de manzanas la frente a los poetas.


ISLOTES DE IMPIEDAD

Será por ser noviembre y por ser lunes
que se han rendido al tedio las hojas de los árboles
y en toda la ciudad duerme el otoño
al remanso venial de un cajero de banco.
Se cubren los mendigos
con mantas de cartón todos sus males
y embaucan en aliento
las calles de sus manos indigentes.
Es lunes y es noviembre y hay tristeza en el rictus
de este anónimo cielo
que ha amanecido apenas.
Los pájaros
-sedientos de la luz-
se afilian a los charcos,
el sol pide la vez a un celofán de escarcha,
los coches van llorándose por dentro
y, a pie, los transeúntes
nos alzamos el cuello hasta ignorar
esos naufragios de lunas de cartón
que nos increpan
que hay una sociedad sin alma ni argumentos
llagada por islotes de impiedad
fondeando entre adoquines sus barcos desnortados.


EL TIEMPO FLUYE

Se descarría el agua, fluye
por la vertiente herbívora del tiempo.

Toda
la tierra se estremece
contra el silencio ambiguo de los ojos.

El mundo late ahí,
siglo tras siglo,
sin importarle nada, nadie, nunca.

La indefensión del musgo, la conciencia
legítima de un beso, la boca
que no ha sido, el miedo…;
el miedo a no asumir
lo irremediable.

La vida es un ser vivo
que ignora y desconfía cuanto arrasa.
Y el hombre
un mineral, exiguo labio,
que sueña más allá de lo imposible.


De Mecánica de fluidos

Vitrubio (2018)

I

LE DEBO AL VIENTO la emoción que atrapo,
a la paciencia el rumbo,
a la razón la ira,
a las estrías de la vida el verso,
a la conciencia el Ser y el Infinito,
y a tu caricia…,
a tu caricia el habla.

Vengo
-o eso quiero creer-
de más allá de mí,
del árbol primordial que enraíza en mi pasado,
ése que el tiempo empieza por grabarme
a punta de navaja
sobre la piel venial de mi corteza;
de vestirme después de desvestirme
del alma que es abrigo;
de sentarme ante ti
y de explicarte
sin miedo y sin vergüenza,
que no soy más que el yo
de un pobre diablo
que se juega la noche hasta morir
-en verso cada día-
a la ruleta rusa
que es apuntarse un arma al centro de la sien
con palabras cargadas de balas de fogueo.


VI

HE APRENDIDO A VESTIRME la piel que me delata,
a conversar a solas con mi propia verdad que se desnuda
los lunes, sin carmín y sin memoria,
ante el abismo impreso de los libros.

He aprendido a buscarme
en el alma enjaulada en la trastienda
de la razón más nimia,
en sus heridos párpados, celosos
de unos labios de absenta.

He aprendido a escuchar
del río sus remansos, como quien cuelga
sus palabras del eco que repite su nombre
y le incita a que vuelva a ser el niño
que ensartaba con lascas el agua entre dos mundos
de infancia y madurez irrenunciables.


X

GRAVITO EN EL DESEO que alimenta
las espigas morenas de los viernes,
o en el ocre del viento escarmentado
que hace heridas sin sangre en la corteza
de esta tierra congénita que habito.

Aquí la tarde es parda, horizontal, longeva,
el paisaje un quimérico trasluz cereal y visionario,
y el hombre es por su alquimia
nobleza de amapola y atavismo de espino en el carácter.

De todas esas magias se adoba la ecuación de mi existencia,
adscrita a la mitad del alma que me falta,
por eso aguardo en vilo -de noche- cada día
tu improbable respuesta
al burofax que te amo a beso revertido.


XII

NO ME EXILIO EN LA EXCUSA que hace nido en la noche
de un domingo cualquiera. Quizá
mi abstracción solo indague
del sueño la medida y sus horarios,
de la piedra el hastío, del reloj la impaciencia,
de tu piel…
de tu piel cada instante.

Mi identidad por hombre se alimenta
-Ícaro intruso-
de mi libérrima obsesión de pájaro,
y vuelo de cigüeña, de azor o de vencejo
por los cielos virtuales de la tinta.

Porque no he de negar nunca estas alas
ni el sueño que las nutre
me poso cada noche en la utopía
de las convictas ramas de los versos.


XVIII

HAS VENIDO A ENMENDAR la tarde con argucias
empeñada en plagiarla del limo de tu rostro,
como si el tiempo
destejiera en mi pecho un mar de arterias
ahogándome el recuerdo hasta morir
sobre tu voz pautada, y fueran
la soledad y el mundo esas dos islas
que anegaran de lastre mi cordura,
y tú mi balsa.

La soledad,
la soledad que muerde
–acre estela de bruma en la distancia-
nos escora a estribor de cualquier puerto
y nos cita, nos goza, y nos despecha
convertida en placebo de nuestro propio acíbar.

El mundo, sin embargo,
casi nunca navega a voluntad del hombre
ni tatúa relojes de esperanza
en el trasdós fugaz de su antebrazo.

La existencia es así, opaca y lúcida
recostada en el hombro de quien quiere
negar la noche al sol
y rogarle a la luna que le ignore.


XXI

SUPIMOS QUE EL SILENCIO ERA UN PAISAJE
de niebla y decepciones
anclado a la obviedad premiosa de los ojos
al decirnos la piel adiós de golpe
y oxidarnos la rabia
de aquéllos mil atrases que en noches de solsticio
endulzaron de herrumbre mi boca y tu regazo.

Cadenas, libertad,
eslabones con lengua que se abrazan al cuello de los días
y alientan, desde el nunca y para siempre,
la mitad del dolor con que dolernos tanto.

Dos mitades de un sueño a contraluz
de naranjas y enebros,
engarzado en acero de palabras
que ahora engulle –sobre una playa extinta-
la irremediable química del óxido.


XXVI

LA LUZ EMERGE Y BLANDE
los espacios en sombra
con su boca enlutada de resplandor consciente.
Certeramente luz, ingrávida techumbre
adherida al desmán de un cielo de palabras.

El tiempo es un gigante
que engulle cuanto ignora,
auspicia lo que odia, reclama lo infinito
y acaba por velarnos el sueño entre cipreses.

Así me alumbro en ti,
idílica cariátide,
mujer que con mirarme desnudas mis deseos,
ubicua y boreal como un destello súbito,
embebida en carmín, inabordable y tersa.


XLIII

LLEGÁBAMOS DE AYER,
de un conquistado ayer
con los ambages
que hacen fuego en la vida y la deslumbran
con sueños de ilusoria libertad;
promesa, labio, espora
de un impostado azul que con los días
se ha vuelto artero y gris, entre adjetivos
que barruntan fonemas de un negro insolidario.

Ahora,
la calle es un lugar de erguido témpano
donde hacen noche efímera los dioses,
las putas sin dosel, los desterrados
en camas de cartón,
los hijos mudos
del duelo y del desahucio.

Nos quedará la voz si la argüimos
como un postrero ardid,
como la fórmula
exacta y magistral que aliente un mundo
más racional y justo, más humano,
aquel en que los hombres
maduren sus conciencias en razón,
y sinteticen, siquiera sinteticen,
el impulso animal que aun gravita en sus fluidos.


LX

QUE SE DESDIGA EL VIENTO de su opulenta inercia,
que sea sólo brisa y no desnude la convicción del habla,
que cristalice en voces que transformen
los ciclones en pálpitos.
Que no nos nuble el sol con rayos uva
la emoción de los versos
que sea hombre y pernocte en esta humanizada logaritmia
espontáneo y venial, como un suspiro
de incandescente trazo.
Que la sal sepa a sal y el mar nos quiera
alfareros de espumas,
adictos a sus playas donde aniñar la infancia
y desalar las lenguas con dulcísimos besos.
Que sea el mundo, mundo, y envejezca
su eternidad por siglos,
que no juegue a morir o a encasillarse
de pez por los agnósticos recodos de un acuario
donde se ahoguen sin gota de pudor
nuestros neófitos dioses.
Que todos los espacios agrestes de la luna
donde mi piel comulga del verbo de tu carne
y de tu sangre bebe,
me sepan sólo a ti, labio con labio.
Que haya viento de sobra para morir de frente
y en hilera
cualquier tarde de nunca
con música de Mozart velándonos los ojos.
Que las conciencias todas naveguen su prosodia
sobre ríos de tinta, sin renglones, ni márgenes.
Que se refunda el negro de nubarrones de luto
en arco iris de blanco.
Que se transmuten los sapos en delfines
y que atraviesen a nado
tus ateridos valles los versos más hermosos.
Que se taponen los huecos con vacío,
que se replanten los bosques con palabras,
que no relinchen, ni ladren, ni barriten, ni lloren,
ni nos priven del vuelo
-la usura o la avaricia-
de los últimos cárabos.
Que te quieran y asuman misteriosa y rebelde
los fonemas del cosmos donde sé que te habito,
y te escriban, te nombren,
te apacigüen, te azulen,
erguida y espontánea -tozudamente Tierra-
los ojos de mis ojos,
así, tan espontánea, hermosa y cegadora
como de amor te aviento.


SANTIAGO REDONDO VEGA. Villalón de Campos, Valladolid (1958). Cursó
Estudios de Derecho. Es Técnico en Asesoría Jurídica y Laboral. Ha recibido numerosos
premios de poesía y narrativa, hasta sobrepasar la cuarentena.
En poesía ha obtenido, entre otros, el Unión Artística Vallisoletana, Sarmiento, Justas Poéticas de
Dueñas, Blas de Otero, Jara Carrillo, Pluma de Oro de Alcorcón, Peñaranda de Bracamonte, Justas
Poéticas de Laguna de Duero, Cafetín Croché, Ciega de Manzanares… También ha sido finalista de
premios internacionales de poesía tan prestigiosos como el Fundación Loewe, Hermanos
Argensola, Ciudad de Badajoz o Leonor, de Soria.
Tiene publicados los poemarios Mecánica de fluidos (Vitruvio 2019), Laberinto de inercias (Azul
2014), y Naturaleza Viva (Aguilar de Campoo 2009).
Y en narrativa ha obtenido, entre otros, los siguientes galardones: el Café Compás, Burgo de
Osma, Virrey Palafox, Filanderes o Cuéntame Portillo.
Con Editorial Difácil (2021) acaba de publicar el libro de relatos En la Era de Acuario,
recopilación de sus relatos más representativos. Figura, como narrador, incluido en la
antología Cuentos pendientes, Cuarenta y tres voces del cuento castellano y leonés del siglo XXI,
coordinado por el escritor y crítico literario José Ignacio García y editado por Castilla
Ediciones (2021).
Además ha participado en libros corales de relatos como Valladolid (MAR editor), Pucela
negra y criminal (MAR editor) o Valladolid sobre ruedas, siendo un asiduo del proyecto literario
de relatos navideños Contamos la Navidad (Edit. Punto y seguido). Es poeta ahijado de la
Casa de Zorrilla en Valladolid, desde el año 2013, y ha pertenecido al grupo poético
Viernes del Sarmiento de Valladolid, desde el año 2007 hasta su disolución en 2018.

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