Presentamos en la Revista Trasdemar una selección poética de nuestro colaborador Efe Rosario (Carolina, Puerto Rico) es escritor y doctor en literatura latinoamericana por la Universidad de Cornell en Nueva York. En 2020, publicó «El tiempo ha sido terrible con nosotros» bajo el sello de Ediciones Alayubia. Ese mismo año, obtuvo el Premio Internacional de Poesía Juan Ramón Jiménez de Coral Gables por «También mueren los lugares donde fuimos felices». Actualmente enseña en Atlanta (Georgia, Estados Unidos). Incluimos la nueva colaboración de Efe Rosario en nuestra sección “Conexión Derek Walcott” de poesía contemporánea
I En mi país se propone traer a policías retirados para atender la situación criminal. Pero yo estoy lejos y ningún espectro de fusil puede alargarse esta noche. Nos gana el frío. Mi vecino de cinco años ríe y llora hasta el llamado de la madre. Hay algo con las distancias, con saber el mundo desde las redes y los periódicos, desde el espionaje y la vecindad que no me deja caer. En mi país se pierden los amigos, se matan o se mueren, te dejan de hablar, se cruzan entre ellos. Comienzan a quedarse calvos o, como yo, encanecen. Algunos se envuelven en sus arrugas y uno, simplemente, para de reconocerlos. Ayer salí y las manos me sangraron. Cierro los ojos para reducir el castigo. La nieve está en las ramas y también en las entrañas. Cierro los ojos y no llego a la intermitencia emocional, al chantaje infantil, a evasión amistosa, al alimento primero que no consigo en estos supermercados de cocina internacional. No llego a ninguna parte, porque los aeropuertos menosprecian la destreza del patinaje sobre hielo. No llego a ninguna parte. Un hombre solo en su siglo, vigilado por fantasmas del orden. Un hombre solo en su siglo. Un hombre en su país de pena. II Es difícil precisar cuándo empieza a borrarse una imagen. Después de qué larga noche se camina por pura fe hasta el baño a bruñir dientes contra una piedra. En todos los objetos alojados en el recuerdo cabe un misterio. A veces el olvido nos hace perfectos, inmunes al pecado; nos regresa hasta la madre. A veces mirarnos al ombligo, encorvar la memoria, lastima menos que la luz y las despedidas. Hasta escribir, entonces, pierde el sentido. Llenar libretas con piropos juveniles apenas sirvió para el acondicionamiento del escondite. Que me hablen, los poetas, del éxito si no se entendió la palabra, si han saltado las risas con la declaración de un amor, si ha sido preferible estirarse de piernas en lugar de aprender sinónimos del sufrimiento. Es difícil precisar para qué me sirve esto ahora, cuando me siento más viejo que nunca, más solo que jamás, y estoy sucio, cansado, ojeroso y la pasta se vuelve a caer. III Si nazco por guerra y mi sangre no dice mar, no morderé la espalda verde de la sirena ni otorgaré el oro que nunca fue mío. Quizá observe mi carne y diga armamento. Si nazco y no soy isla, no he de lavar los cuerpos tendidos en montañas de arena. Seré el vano, inane, inerme, baldío, rodando al volcán hasta volverme cimiento. Derivado de mí, olvidado el disfraz, como un pescador que su caña perdiera, dejaré con los ojos una luz de castigo… o serán mis ojos hielo horrible de la duda cuando regresen a otra sangre sin paz y a otra isla indecible que en su mar no se hundiera.