“Las islas afortunadas, Kafka y los rinocerontes” Por Walter Lingán

Walter Lingán, novelista y doctor, nos ofrece una serie de relatos para nuestro espacio de "Narrativa" desde su residencia en Viena. Agradecemos desde la Revista Trasdemar su colaboración en nuestra sección "Continentes"
Fotografía cortesía del autor

Desde la Revista Trasdemar presentamos una selección de relatos de nuestro colaborador Walter Lingán (Perú) Novelista, actualmente reside en Viena y coordina desde hace años la Tertulia Literaria La Ambulante (TeLiLA) en Alemania. Ha recibido entre otros galardones el Premio internacional de Cuento “José María Arguedas” en Francia, ganador de los Juegos Florales Josafat Roel Pineda y del Concurso literario de cuento El Butacón. Su libro más reciente es “A medianoche, en la eternidad” (2020). Muchos de sus cuentos han sido antologados y seleccionados para revistas en Francia, España, Alemania, Inglaterra, USA y Perú. Entre los relatos que incluimos en nuestra sección “Continentes” se encuentra el texto inspirado en su participación en el VIII Encuentro Internacional de Literatura “3 Orillas”

El paisaje de las montañas, las casitas colorinas con techos a dos aguas diseminadas entre su espesa vegetación, sus valles, los enigmáticos dragos, en especial sus grandes extensiones de tunales, me recordó a “la sierra de mi Perú”. En plena montaña la mano de seda de la mujer de rojo-amarillo me entregó una flor de cactus y me arrastró a su refugio donde como experta loba descoyuntó mi soledad de piedra arcaica.

WALTER LINGÁN

La traición de Catalina O.

Cada vez que subo a un avión tengo miedo de morir. Pero esta vez me tranquilizó la hermosura de mi ocasional compañera de vuelo. La luz de sus ojos verdes. El fuego discreto de sus labios. ¡Qué senos! Un elogio a la belleza. El aparato ascendió velozmente y, vencido por el cansancio, me dormí. Con la cabeza levemente reclinada en dirección a su hombro, soñé con ella.

Entre un mar de nubes y vientos huracanados, le dije, No soy hermoso ni joven, pero tengo la ternura del hombre elefante. Me gustaría saborear la miel de tus pechos. Hacer una fiesta en tu vientre y celebrar con algarabía de fauno, con descaro pagano, la grandeza de esas tetas divinas… No pude seguir. El sueño fue interrumpido con el anuncio de nuestra llegada y el inicio de la brusca frenada del avión al tocar tierra.

Al bajar las escalinatas admiré el formidable culo de tan agraciada muchacha. Esperó con impaciencia frente a la banda transportadora de equipaje. Luego cogió su maleta y salió apresurada. Afuera la recibió un joven con los brazos abiertos y yo quedé masticando la traición de Catalina O.


Primer amor

La maestra, de la escuela fiscal de la ciudadcita donde nací, fue mi primer amor. Hasta ahora su perfume está entre mis recuerdos. También su pelo largo y anochecido; sus zapatos tintineando por las calles empedradas y el viento jugando con su falda. Ella me enseñó a deletrear mi ma-má me a-ma. A-mo a mi ma-má.

La quise mucho.

Cuando me anunciaron el cambio de colegio, dos años después, pensé que iba a morir al separarme de ella. Tenía siete años y nadie se dio cuenta de mi penar.

Al comienzo rondaba su esquina, pero después, jugando fútbol en el atrio de la iglesia, empecé a olvidarla.


Mis flores negras

El otro primer amor fue mi maestra de Castellano en el Colegio Nacional Mixto Manuel Mesones Muro de Bagua. Cursaba el segundo año de secundaria. Ella era un “terroncito de azúcar morena”; con el cabello corto que ni el viento se atrevía a despeinarla. Yo ya era mañosito. Me fijé en sus pechos y en sus piernas. Su culo redondo, paradito, me hacía perder la calma.

Hasta que llegó diciembre. Los alumnos del quinto año organizaron la fiesta de su promoción en los salones de la municipalidad de la ciudad. Ellos confianzudos tuteaban a la maestra de mis amores. Eran altos, algunos fornidos y muy atrevidos. Ella pidió que pusieran en el tocadiscos Mis flores negras de Julio Jaramillo. Uno la sacó a bailar. Le puso la mano en la cadera, la pegaba a su cuerpo con los vaivenes del ritmo. El desasosiego de Fernando Pessoa empezó a ocupar mi alma adolescente. Los otros también bailaban con ella, y ella cada vez más coqueta, más liviana, más hermosa, y yo hirviendo por la cólera.

En un arranque de celos me levanté, fui hasta la mesa y levanté la aguja del aparato que reproducía la música de un LP de 33 RPM. Salí corriendo del lugar. Llegué a casa muriendo con una pica maldita, hasta ahora me dura la rabia, y ya sé que Fernando Pessoa es un escritor portugués.


La hermosa Warmi sapiens

En la esquina de Renovación con Raimondi, en La Victoria, mi hermano tenía su taller de sastrería. Marina, una hermosa Warmi sapiens, venía trayendo pantalones de su padre para que les reajusten la cintura o les recorten el tamaño. Mi hermano prestaba más atención a la boquita de caramelo de la muchacha, sus ojos de lujuria sopesaban el Hanan y el Uku pacha que asomaban jubilosos en sus vestidos apretaditos. Cuando se iba comentaba con sus colegas que Marina estaba de chumbeque, pa chuparla hasta los huesitos. Ella a mí ni me miraba.

A la guapa Warmi sapiens la encontraba todas las mañanas en la panadería del Jr. Javier Luna Pizarro. Venía fresca, angelicalmente vaporosa, deliciosa, con unas sandalias al mismo estilo de esas bellezas que había visto en las películas griegas. Pensando en ella se me prendió el vicio de Onán, porque como escribía el Moreno de oro de la literatura peruana, Goyo Martínez, “un pajazo equivalía a siete polvos sucesivos”.

Una de esas mañanas, como el Ángel de la Anunciación, le comuniqué a la virgencita bonita que me iba del barrio. Esa misma tarde vino a buscarme al taller de mi hermano. Dijo que quería hablarme a solas. Sorprendido, mi hermano solo atinó a decirme, casi sin aliento, Te buscan. Me peiné en un dos por tres y salí. Llegando a la plaza nos sentamos en una banca señalados por el dedo acusador de la estatua de Manco Cápac. Ahí me dio el primer beso. Después me propuso ir al cine. Íbamos enlazados mano con mano. “Ta güena tu hermana”, me decían algunos paseantes. “Tranquilo chino, pensaba, que esta carne de corvina me la como yo”.

Fue una semana de “canchis – canchis” inolvidable. Me fui del barrio y no la volví a ver.


Que rico es vengarse del mar

Y hoy que la charla me aburre

porque es mucha palabrita

denme permiso que afuera

voy a echar una meadita.

(Alfredo Mires)

Ya casi había olvidado aquel día en que partí del Perú con ese miedo a lo desconocido y con la ilusión de volver pronto, antes de que las tres novias que dejaba me olvidaran, al final las olvidé, ellas también me han olvidado, y yo me quedé por estos lares, otros amores me detuvieron, ahora incluso tengo un montón de hijos, una hilera de lindos nietos, una Laptop, varios libros, muchos DVD y Cds, en especial, otros amigos, otros nuevos amores y desamores como una serie de Netflix con varias temporadas.

En la playa de Kokkini Hani en la isla griega de Creta, recostados, lado a lado, con mamá en una tumbona miramos las fotos pasadas. Yo era jovencito, mamá era mucho más joven que yo; las necesidades materiales muy grandes, aunque las esperanzas eran monstruosamente gigantes; el hambre mordía con diente agudo las chozas de Collique, la rebeldía fue la escuela para tener la frente levantada y la universidad de San Marcos me dictaba la lucha de clases. La irreverencia, la rebeldía, los deseos de justicia para la gente de mi barrio, del país, me llevó a la cárcel. “Tenía miedo que te maten”, recuerda mamá. Pudo suceder. Murieron muchos, muchos amigos, algunos conocidos desaparecieron, nunca más volvimos a verlos, otros sabemos que fueron asesinados. Asesinaron a Alejandro Chancasanampa, dirigente de la 5ta. Zona de Collique, en la masacre del Frontón en 1986. Ahí mismo mataron a José Carbajal Ordoñez, joven padre de familia de la 5ta. Zona de Collique. Y ahí mismo, a la misma hora, mataron también a José Valdivia Domínguez, poeta Jovaldo, que habitaba una humilde vivienda en Tahuantinsuyo. ¡Ay, masacre del Frontón! Masacres y más muerte por todo el país. La sangre derramada del pueblo tiene rico perfume / huele a jazmines, / a geranios y margaritas / a pólvora y dinamita

Mamá nunca se imaginó estar tumbada frente al mar de los dioses griegos, “por suerte”, comentó, “el Minotauro ya no puede escapar de su prisión laberíntica, así hubieran hecho con ese maldito de Alberto Fujimori”. Mamá miró el cielo y la lumbre del sol, luego me recordó que ya es hora de ir al almuerzo a la que nos ha invitado el rey Midas. Sabiendo que todavía nos quedaba tiempo, me levanté y me metí al agua. Las olas se sucedían, unas más altas y turbulentas que otras. En un descuido, una ola me revolcó y me hizo probar la dureza de la arena. Me levanté y escupí un trago salado, molesto, juré vengarme del mar, haberse visto semejante afrenta, entonces, sin más ni más, me oriné en sus aguas, eso, mamá, me hice pis, me vengué del mar. Poseidón aún no se ha dado cuenta de tremenda afrenta terrenal.


Traiciones políticas

Una noche mientras miraba la televisión empecé a cabecear, lentamente fui torciendo el cuello hasta que mi cabeza chocó, sin misericordia, contra la mesita de centro, auténtico vidrio de Murano, y desperté sorprendido y adolorido, sin saber donde estaba. Por suerte en el noticiero hablaba Angela Merkel sobre las medidas del confinamiento debido a la pandemia y así recuperé la orientación. Me levanté y me alisté, medio adormilado, para ir a la cama. Los dientecitos de leche los cepillé haciendo muecas frente al espejo. Me alegré de no ser metrosexual ni mujer porque ya no tenía fuerzas como para limpiar el maquillaje del rostro.

Antes de meterme en la cama, desde la ventana me despedí de los árboles, de los autos estacionados frente a casa, de una ardilla que cruzaba la calzada toda distraída, confiada que ya nadie la estaría mirando; también le dije adiós a los pájaros que dormitaban en sus nidos, así como de la luna preñada de luz. La gente temerosa no salía de sus casas porque el coronavirus reinaba en las calles. Todo era desolación. Hasta en la televisión la muerte era masiva y a todo color. Mi novia me esperaba desnuda y luego de un sustancioso numerito el sueño sobrevino de inmediato. En eso llegó Angela Merkel y sin espera se fue desvistiendo con una coquetería que desdecía su talante de persona fuerte y recatada. La mujer más poderosa de Alemania ingresó a mi cama y directo me tocó el sexo con una delicadeza inesperada, me siguió acariciando con esa suavidad que tiene toda madre de una nación. Besaba mi boca con pasión desmesurada mientras sus senos amamantaban el gozo del buró político del CDU/CSU. Al final la penetré con un deseo animal que se desparramó con una furia que ni sus guardaespaldas pudieron soslayar. Nunca, en verdad, nunca, me dijo al oído, he tenido unos orgasmos tan grandiosos. Es un placer con una intensidad de Tercer Mundo, de países no alineados, producto ahora de la globalización.

Su esposo apareció, como siempre silencioso, entre sombras, y mordido por los celos amenazó con denunciar su infidelidad en el mismo parlamento y que aprovechándose de su poder se acuesta con un cholito venido de los Andes. Pero a ella no le importaba para nada eso, ni las implicancias políticas, ella era la mandamás del país, la madre de la nación, la jefa suprema de los Bundesländer. Al despertar me levanté, mientras mi novia dormía plácidamente, preparé el desayuno y se lo llevé a la cama. Antes debo lavarme las manos, dijo ella, y se levantó apresurada. Su largo cabello se bamboleó en su espalda con un erotismo mañanero. Puse el noticiero en la televisión. Angela Merkel, la madre de la nación, le hablaba a sus hijos. De pronto, sentí su mirada sobre mí, me sonreía con cariño y solidaridad internacional, saliéndose del libreto, explicó cuanto me amaba y que no le importaba que esté con otra mujer mientras ella esté ocupada en las cosas del gobierno, solo debería cuidarme mucho del bichito, no me vaya a contagiar. Angela Merkel, la madre de Alemania, viene en todas mis noches y gozamos como dos amantes poseídos por la locura. Ahora tengo problemas de conciencia política porque a mi novia le prometí no engañarla ni en sueños.


Déjame beber entre tus piernas el licor más enfurecido

Los especialistas de la literatura y de otros menesteres menos lujuriosos diciendo dicen que aquellos poetas que escriben al amor, a esas burbujitas que gestan las mariposas volando en el estómago, serían cursis. Entre ellos estaría en primera fila Mario Benedetti, seguido del autor de los no sé cuantos poemas de amor y otras canciones desesperadas conocido como Neruda, aunque no se llamaba Neruda sino tenía un nombre mucho más mortal y cursi. Mi madre se alarmaba porque la vecina era cursi. ¿Por qué? Y mi madre, toda ella, respondía, No me pregunten el por qué, porque no lo sé. Luego agregaba, Es que es cursi, ¿no lo ven? Yo solo veía como ella veía a su novio y lo besaba con los ojos cerrados, para no ver el rostro bobalicón de su novio. Y mi hermano, mañosito, nos decía, Uy, mira, mira, que rica lengüita tiene la jermita. Diciendo dicen que el amor es cursi y dizque los enamorados son también cursis. “Al final un beso y una flor” como “ligero equipaje para tan largo viaje” hasta la estación del amor en Cinco Esquinas.

Descubrí el amor en las antologías amorosas de José Godard, en los ojos de mi vecina, en sus poderosas pantorrillas, y me enredaba con el teorema de Pitágoras pensando en su boca, en sus labios rosados, de todo eso será que me viene lo de cursi, así en estos menesteres encontré al Cholo Luis Nieto, poeta nacido en Cusco, el ombligo del mundo, aunque el mundo ahora tiene muchos ombligos. En Complot, un libro de Genaro Ledezma Izquieta, donde describe la persecución política en los tiempos de Odría, el poeta cusqueño, como jugando, armó “un mitin de miradas por las calles”, le gustaba que a su amada “la sueñen los tristes, los poetas, los suicidas”, que la “beban los ojos gota a gota y la lleven desnuda en las pupilas”. Yo ando por mi ciudad, mi Colonia más adorada que querida o viceversa, buscando un nombre que no sea cursi, un nombre que pase piola junto al de Heinrich Böll para escribir poemas de amor, no importa que me digan cursi, poeta de poemas cursis.

Me hubiera gustado darle a la muchacha, al amor de mis amores, manojos de poemas, pájaros que desde la selva vengan silbando, canastas repletas de flores tropicales. Cuanto quisiera besar su sonrisa mientras le alumbro con luciérnagas atadas al arcoíris con hilos de colores. Carajo, que cursi eres. Me dirán que los celulares no necesitan cables, pero yo quisiera mandarle trocitos de cable telefónico, una gotita de agua colgada de un cristal por el WhatsApp. Me gustaría bailar con ella el Bolero de Ravel en los parques oscuros de mi aldeíta y respirando en sus oídos sorprenderla con amor, amor, amor. Se me ocurre construir ventanas en sus ojos para ingresar en su alma con todos mis juguetes y profanar su sexo. Cursi y majadero. Mientras beso sus cabellos quisiera sentir como se eriza su piel y se rompen las fronteras en su vientre. Para cursis no hay más que los enamorados y los poemas de amor.

Ella es, sin duda, un puente transitando a los deseos y sus piernas de diosa lucen el entusiasmo de los pantalones cortos y las minifaldas. Sueño con sus manos recogiendo loritos con plumas de colores que revolotean sobre su cabeza llena de paisajes. Yo sé que en sus labios se agolpan delirios y una constelación de jadeos y gemidos como pedacitos de caramelos. Porque no puedo acariciarte todos los días, deja que bese tu nombre y me pierda entre tus labios nocturnos o entre los pliegues más secretos, mas deseados. Cuando llegue el día beberé entre tus piernas el licor más enfurecido y el sol rojeando extenderá sus banderas en las manos de tu ternura y te diré amor floreciendo en tus senos. Porque eres inmensamente adorable te envío un ramo de iguanas y tres metros de poemas, los otros dos metros que faltan, algún día, le vamos a reclamar a Carlos Oquendo de Amat que también tiene un nombre mucho más mortal y cursi.

Qué puedo hacer, hoy amanecí cursi, enamorado.


Las islas afortunadas, Kafka y los rinocerontes

A pesar de vivir tantos años en Colonia y conocer, de alguna manera, ciertas costumbres alemanas, me subí al avión con destino a una de las islas afortunadas del archipiélago canario, Gran Canaria, sin tener ningún conocimiento previo de lo que me esperaba en ese grandioso mini-continente separado por lo que nos une: el mar. Sólo llevaba anotado el teléfono de Juan Carlos de Sancho, escritor grancanario y coordinador del VIII Encuentro Literario Internacional 3 Orillas. Desde las alturas apenas se entrevén el mar y las orillas pobladas de Gran Canaria opacadas por las oscuras nubes que conforman un cielo “color panza de burro” (Eselbauchfarbe), al igual que Lima, que ha ocasionado un traslado de turistas hacia Maspalomas y Mogan. Sin embargo, me cuentan, el clima es bastante bueno en la capital canaria.

Juan Carlos de Sancho me espera a la salida del aeropuerto con esa amplia sonrisa de la que no se despojaría hasta el último momento. Su apartamento, ubicado junto a esa inmensa bola de agua llamada Océano Atlántico, es intensamente chicoteado por las olas. Esa noche cenamos en un restaurante de la playa de Melenara, en la costa de Telde, frente a la atenta mirada de Neptuno, inmensa estatua obra del escultor Luis Arencibia Betancour. El pescado fresco, de frugal testura, las papas arrugadas con una salsa ligeramente picante me transportaron a esa Lima de mi juventud. Un vino tinto Rioja alumbró intensamente la elegante finura de las mujeres que pasean aleteando sus caderas al ritmo caracol de sus tacones. Fue tan solo una exhalación de rojo-amarillo. Hablamos de literatura, de cultura, de política, de mujeres, de la vida, de la muerte, ¿de qué más podemos hablar los animales literarios?

Me doy cuenta de que Neptuno ha perdido el brazo y su tridente “por obra de jóvenes que trepaban la colosal escultura”, me cuentan dicharacheros playeros. Entonces, ese dios “manco”, ya no podrá agitar las aguas, ni hacer brotar fuentes y manantiales, tampoco podrá, atacado por la ira, provocar seísmos y tsunamis. Sea como fuere, la impasible presencia de la estatua de Neptuno en la playa, le otorga un aire de misterio y poder. Frente al mar se levantan casas de múltiples colores habitadas por los obreros, esos mismos que reivindican el derecho a gozar de la naturaleza y exigen se respete un espacio para el parque urbano de Melenara. Ya en una oportunidad han salvado a los árboles que forman verdes murallones escoltando a los amantes del mar que la ira urbanista del ayuntamiento intentó talar. Y sin medias tintas se cruzó ante mi vista, como un relámpago, la monumental “belleza, simetría y consonancia” de aquella mujer mundo-mar-cielo de rojo-amarillo. En mis ojos se quedó grabado el color de su emplumado vestido pájaro-de-fuego.

“El sordo rumor” del mar, como escribiría el poeta Chacho Martínez refiriéndose a Lima, me despierta. Abro la ventana y estiro las piernas que reciben el beso burbujeante de las olas. De nuevo el paso efervescente de la joven mujer acelera mi pulso; ese bamboleo, la cadencia de sus linduras voluptuosas, precipita mi perezoso despertar. Luego recorro la “intensidad y altura” del apartamento. De las paredes brotan libros, pinturas, máscaras, esculturas en miniatura, fotografías y figuras totémicas, rinocerontes y la presencia de Kafka. En la ducha y en el WC hay libros. Al abrir el caño del fregadero surgen más libros. En la refrigeradora se amontonan sugerentes libros de autores granadinos. Juan Carlos de Sancho es un libro de citas y cosas, además de rinoceronte con la paquidérmica sencillez que le ha otorgado la experiencia vivencial. Desde la mesa nos observa otro numeroso grupo de libros. Desayunamos café y más libros. Conversamos de los pormenores del VIII Encuentro Literario Internacional 3 Orillas, del todavía poco apoyo de las instituciones, funcionando tan sólo con el aporte de amigos que aman la literatura y demás artes. A pesar de todo me pude cerciorar del enorme despliegue cultural en la ciudad y pueblos aledaños. No olvidemos que aquí se desarrollan anualmente el Festival Internacional de Cine, el Festival de Ópera y diversos festivales de música y folklore.

En mis viajes de Salinetas hacia la capital era inevitable la presencia de un drago en la rotonda del puente de los Tres Ojos de Gáldar. Es el monumento al árbol centenario de la isla. Más allá, en la playa de la Laja, se levanta la escultura a otro dios del mar: Exordio a Tritón de Manolo González, con quién conversé brevemente en una de esas cálidas noches. Sostuve largas conversas y chistes con Javier Hernández, Jesús Chamali, Paco Francisco Vaquero, Teresa Suárez, Guillermo Robaina, Mercedes Ortiz, José Orive y Pino Luzardo, así como con Antonio Arroyo y Leonilo Molina. Hasta que llegó mi intervención en el hermoso salón de conferencias de la Casa-Museo Pérez Galdós. Ahí apareció de nuevo la mujer de rojo-amarillo, su mirada de mar y viento corta la bruma de los espejos. Su mano atravesó el tiempo para tomar mi mano infante y arrastrarme hasta las orillas del infierno.

La desaparición de la joven mundo-mar-cielo y su vestido de pájaro rojo-amarillo no aplacó el miedo al suicidio de mis palabras. Sin embargo, creo que la charla fue intensa, emocional, como si estuviéramos en casa, compartiendo sueños e ideas con Juan Carlos de Sancho. “Un proyecto que está haciendo posible el encuentro de escritores de Latinoamérica, África y Europa con escasos recursos económicos, de libros que viajan de orilla a orilla y se comparten, sin dejar de lado el debate literario. Estuvo presente el Perú, la represión política, el compromiso del escritor, los cuentos y sus laberintos, la sabiduría ancestral de los pueblos indígenas, el arte de escribir y las trampas del lenguaje en la escritura sencilla, la tradición oral, el exilio, la realidad fantástica, la dificultad de publicar, la escritura como forma de vida. Una noche de encuentros, andanzas, utopías, ‘orillas’ que se conocen…”, como anotara Juan Carlos de Sancho. Al final recibí de las manos de la amable directora de la Casa Museo Pérez Galdós, Victoria Galván, dos novelas del “dueño” de la casa y firmé en el libro de visitas.

En mis paseos por Vegueta, el barrio histórico, encontré la iglesia donde oró Cristóbal Colón mientras se reparaba el timón de La Pinta y se cambiaron las velas triangulares por las cuadradas de La Niña. Un arco gigante en la calle Triana, Espiral al viento, del escultor Martín Chirino, nos da la bienvenida. Según el profesor Castro Borrego, en este artista «la espiral se convierte en el signo supremo que resume todos los otros: viento, agua, fertilidad y serpiente.»Además de la Casa de Colón, podemos admirar el ayuntamiento con una plaza reguardada por ocho perros, al frente de ella está la catedral. Pasé por la plaza de las Ranas, el palacio episcopal, el monumento de Pérez Galdós, obra de la escultora Ana Luisa Benítez. A poca distancia se halla la casa-museo del poeta Domingo Rivero. Siguiendo la ruta se observa El puerto de la Luz, la playa de las Alcaravaneras y el Parque de Santa Catalina, donde se desarrollan algunas de las fiestas de la ciudad como los carnavales. En la esquina de Triana y San Pedro se exhibe el monumento a Juan Negrín López de Juan Borges. Y justó tras esa esquina, casi volando, desapareció la mujer mundo-mar-cielo dejando una estela de follajes, de árboles, de rumores, de peces clamándome agua y besos.

Una tarde subimos a las montañas isleñas. A media altura ingresamos a un café atendido por una joven enfermera. Sobre su mesa tenía el periódico Canarias7 donde aparecía un reportaje con mi fotografía. Posé, como los famosos, para su cámara. Y tomé por primera vez un café con leche-leche. Frente al local se eleva una montaña coronada con una cruz y la curva de la carretera muestra un cuadro con la imagen de la Virgen del Pino. Bajamos hacia Teror. El paisaje de las montañas, las casitas colorinas con techos a dos aguas diseminadas entre su espesa vegetación, sus valles, los enigmáticos dragos, en especial sus grandes extensiones de tunales, me recordó a “la sierra de mi Perú”. En plena montaña la mano de seda de la mujer de rojo-amarillo me entregó una flor de cactus y me arrastró a su refugio donde como experta loba descoyuntó mi soledad de piedra arcaica.

Otro día bajamos a Ingenio, nos detuvimos en la Terraza La Candelaria, frente a la iglesia dedicada a la Virgen de La Candelaria, flanqueado de un escenario donde se celebra anualmente un Festival Internacional de Folklore. Entonces, no sólo peruanos y bolivianos celebran las festividades en homenaje a La Candelaria. Y en Agüimes, una ciudad que le rinde homenaje a los personajes que dan vida a su pueblo, almorzamos en el Bar Café San Antón en plena conversa con Francis Hernández, Concejal de Cultura del ayuntamiento. Visitamos a la Asociación Socio Cultural Villa del Arte que mantiene la Casa Taller Artesanía con una estantería de libros de regalo en alemán y castellano. La mujer mundo-mar-cielo se despojó de su vestido rojo-amarillo, su canto de ave-sirena me llevó por el laberinto primitivo de la dicha y sus dedos de arena pulsaron los acantilados de mi muerte.

El jueves por la mañana tuve un grato y sorprendente encuentro con alumnos y profesores del IES Las Huesas de Telde. Los alumnos se interesaron por aspectos de mi niñez y juventud, mi apego por las letras, mi manera de escribir y la diferencia de vivir en Alemania y Perú. Eleazar, uno de los alumnos, salió al estrado y contó la historia del origen mitológico de Jinámar. Como presente me regalaron Cuentos antiguos de Gran Canaria Recogido por niños seleccionados por Ana Cristina Herreros y María Jesús Alvarado quienes recorrieron muchos centros escolares de la isla encargando a los estudiantes de preguntar por cuentos y anécdotas a sus abuelos y bisabuelos. Según la tradición oral se dice que se encontraron en el lugar multitud de «momias», cadáveres de mujeres, de ahí el nombre de este barrio de trabajadores, Las Huesas. Por la noche, antes de asistir a la presentación del poemario Hombre de Evelyn de Lezcano por José Miguel Junco Ezquerra y María José Vidal en el Museo del poeta Domingo Rivero, estuve merodeando por esa fiesta nocturna de Vegueta, llena de música y buen comer. Fotografía obligada junto a Néstor Álamo Hernández, periodista, escritor y uno de los grandes exponentes de la música y cultura popular canaria, una estatua realizada por Ana Luis Benítez. Buena iniciativa de aquella librería que vende libros ya leídos para apoyar a los presos. Cuando menos lo esperaba me sale al encuentro la mujer mundo-mar-cielo de vestido rojo-amarillo, su imagen voluptuosa me embriaga, pronuncio palabras con filo de machete, una hilera de frases con vocación de versos, de poemas, pero ella me habla con sus manos, con sus ojos, con su sexo, eso es mucho mejor que las promesas de las palabras.

No puedo dejar de mencionar al Bar Capitón de Salinetas, especializado en comidas caseras bajo el lema “De la cocina al paladar” y la cordialidad con que fui recibido desde el primer día en que llegamos a almorzar. Aquí me encontré con la fotógrafa Magdalena Medina Benítez. La televisión anunciando siempre las noticias y nosotros sentados frente a una humeante sopa de berros, un sabroso plato de lentejas caseras, un rebosante filete de ternera, una ensalada de lechugas verdecitas, el pan como recién salido del horno y, por supuesto, un vino tinto de la región o agua sin gas. De pronto, a mi lado se sentó el vestido rojo-amarillo de la mujer mar-viento-cielo, sus mangas abrazan las sombras de mis sueños, aparece su rostro de ave milenaria y con sus besos incendia mis palabras, penetra mis silencios, viajamos al amor en un vaso de vino memorioso.

Estoy en una parte de España donde se habla del paro, fundamentalmente juvenil, de la vergonzante corrupción de los partidos oficiales y como se tapan entre ellos. Está a la orden del día ese extraño joven de la coleta dispuesto a gobernar las españas con la firme promesa de Podemos. En Alemania también están alarmados por la insurgencia de nuevos aires en la política, aunque creo que, si a los alemanes les tocan los bolsillos, lo primero que saltará a la palestra será ese león dormido del neofascismo, que ya mostró sus garras en los primeros meses de la llamada “reunificación” alemana. En Inglaterra dicen que el “tipo de la coleta está cambiando el sistema del bipartidismo español”, ese mismo que ha puesto a España en las puertas del abismo, y le llaman el pony-tailed-academie (académico de la coleta). We can. Wir können. Claro, al Bar Capitón también podemos volver siempre. Aquí estaré esperando, me dice la mujer mundo-mar-cielo con su vestido de pájaro rojo-amarillo, y desaparece entre la gente.

Llega la hora de la despedida. Me voy de esta isla, donde llegó el poeta madrileño Leopoldo María Panero para enterrar todos sus demonios. La figura menuda de Juan Carlos de Sancho se aleja y su sombra se agiganta sobre El Confital, ese paraje natural que la justicia ahora dudosamente sentencia a favor de Confitalsa para extender una manta hotelera y que en su defensa Juan Carlos escribiría El Confital: Ningún pájaro vuela donde el aire no existe. Tengo el compromiso de leer Manuel Vásquez Montalván en memoria, con fotografías de Serafín Palazón, El tren del infinito de prosa poética y La casa del Caracol una colección de ensayos lírico-filosóficos acompañados de un refinado humor. Me voy, pero Juan Carlos se queda en El Paraíso Terrenal y Las Islas de los Secretos con los Poetas canarios en Buenos Aires y los 20 del XX – Poetas de las Islas Canarias. Gracias Juan Carlos, repito tus palabras, “por tus islas de tinta y papel”. Gracias Casa Museo Pérez Galdos. Me voy con el pensamiento archipiélago compartido. Llevo la imagen de la mujer-mundo-cielo de rojo-amarillo poblada de versos, de palabras con filo de machetes, el himno misterioso de sus gemidos cantando en la rojez de aquellas noches brujas de isla y mar.


Walter Lingán (San Miguel de Pallaques, Cajamarca, Perú). Estudió medicina. Ha publicado
las novelas Por un puñadito de sal (1993), El lado oscuro de Magdalena (1996), Un pez en el
ojo de la noche (2009), El espanto enmudeció los sueños (2010), Koko Shijam, El libro
andante del Marañón (2014) y Un cuy entre alemanes (2015); asimismo los libros de cuentos
Los tocadores de la pocaelipsis (1999), La danza de la viuda negra (2001 y 2008), Oigo bajo
tu pie el humo de la locomotora / Ich höre unter deinem Fuß den Rauch der Lokomotive
(Edición alemán-español, 2005), La ingeniosa muerte de Malena (2010), La mansión del
shapi y otros cuentos (2013), Mi corazón simplificado piensa en tu sexo (2019) y A
medianoche, en la eternidad (2020).
Muchos de sus cuentos han sido antologados y/o seleccionados para revistas en Francia,
España, Alemania, Inglaterra, USA y Perú.
Entre los diversos premios y reconocimientos que ha recibido, se encuentran: Tercer puesto
en Cuento de las mil palabras de la revista Caretas, Primer puesto Juegos Florales Josafat
Roel Pineda, Primer puesto del Concurso internacional de cuento José María Arguedas
(Francia), Primer y Segundo puesto del IV Concurso literario Voces del Chamamé (España) y
Primer puesto del Concurso literario de cuento El Butacón (Alemania).
Coordina la realización mensual de la Tertulia Literaria La Ambulante (TeLiLA) en Colonia.
Después de casi cuarenta años de vivir en Colonia (Alemania), actualmente reside en Viena
(Austria).


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