Desde la Revista Trasdemar presentamos un ensayo sobre la obra artística del pintor cubano Manuel Mendive (La Habana, 1944) a cargo de nuestro director Ramiro Rosón. Inspirado en apuntes sobre una exposición pasada en la Galería Artizar de Tenerife, se aborda el imaginario creativo del artista caribeño, Premio Nacional de Artes Plásticas en el 2001 y Medalla de los Cinco Continentes de la UNESCO
La pintura de Manuel Mendive (La Habana, 1944) se ha consolidado como un referente para varias generaciones de artistas plásticos cubanos. Discípulo de Wifredo Lam, quien introdujo el surrealismo en Cuba, su obra acusa una fuerte influencia de la cultura yoruba y de los orígenes afrocubanos del propio Mendive, quien desciende de una familia dedicada a la práctica de la santería. Con motivo de los cincuenta años de su carrera artística, la galería Artizar ha querido acoger en su sede de La Laguna, en los meses de junio y julio de 2014, una pequeña muestra de los trabajos realizados por Mendive desde los años noventa del siglo pasado hasta la actualidad.
La conexión de la pintura de Mendive con la santería y sus ritos se aprecia desde el primer momento en la serie de cuadros La foresta mágica. En el primero de esta serie, el pintor crea un bosque de árboles distorsionados, donde aparece una figura fantasmal parecida a un ave; junto a ella resaltan dos árboles, uno de cuya copa surgen tres alas de pájaro y otro de cuyo tronco cuelgan tres pechos, que bien podría tratarse de un símbolo de la fecundidad de la tierra y que trae a la memoria la Artemisa de Éfeso del siglo I d.C., imagen femenina de múltiples senos que fue venerada por los griegos como diosa de la fertilidad y de la caza. Las demás piezas de la serie representan figuras a medio camino entre árboles y seres humanos, probablemente con el mismo significado. Los blancos y verdes predominan en estas obras, que encarnan la naturaleza salvaje como espacio de culto donde el hombre contacta con lo sobrenatural, así como ciertos rituales de la santería se llevan a cabo en los bosques, bajo la creencia de que los dioses o los espíritus se manifiestan allí. En este sentido, Juan Eduardo Cirlot señala en su Diccionario de símbolos que el bosque contiene toda suerte de peligros y demonios, de enemigos y enfermedades, lo cual explica que los bosques fueran los primeros lugares consagrados al culto de los dioses.
Esta concepción mágico-religiosa del mundo, típica de las culturas primigenias, también se presenta en el cuadro Ilusiones, donde una figura bicéfala y un pez acompañan a un extraño pájaro también bicéfalo, con una cabeza de ave y otra humana, que se posa sobre un árbol. Del tronco de este árbol emerge otra cabeza, hacia la que una figura se inclina para susurrarle algo. El cuadro entero parece comunicarnos que todo está lleno de dioses, como dijo Tales de Mileto, y que el mundo natural no está formado sólo de materia, sino que encierra un conjunto de fuerzas espirituales que la mera razón no puede comprender. De este modo, en la pintura de Mendive, el hombre accede a los secretos de la naturaleza a través de la magia, que constituye la única vía para conocerla de verdad. Pero donde tiene lugar la revelación también existe el enigma, como se insinúa en la serie de cuadros ¿Por qué no me respondes? En las cuatro piezas de esta serie, el artista cubano emplea una variada gama de colores (rosas, azules, verdes, grises, tierras y negros) para dar vida a diversas figuras que oscilan entre seres humanos y monstruos, y que parecen celebrar algún tipo de ceremonia con pájaros, dando alimento como ofrenda a las aves o bailando danzas rituales a su lado. Si en otras piezas de Mendive la naturaleza descubre sus secretos, aquí los guarda celosamente, pues los hombres ignoran si los dioses o los espíritus responderán a sus ofrendas y ceremonias de modo favorable.
Como la tierra, el agua es otro de los elementos naturales que juega un papel destacado en los ritos de la santería, pues en ella se encuentra el origen de la vida. Este carácter sagrado del agua se expresa en los dos cuadros Vitalidad del agua y El agua me nutre. En el primero, un pájaro y dos peces acuden a mamar de los tres pechos de una especie de sirena o criatura acuática femenina, de cuerpo azul y rostro negroide; junto a esta sirena, se inclina una figura vestida de blanco y que lleva la cabeza cubierta con una capucha azul oscura. La criatura femenina podría evocar a Yemayá, diosa del mar en la santería, a la que se representa a veces como sirena. En El agua me nutre, una criatura bicéfala, con una cabeza de cabra y otra de forma remotamente humana, y un monstruo con cabeza humana, tres alas y una cabeza de pájaro beben al unísono de una especie de arroyo que los circunda, siguiendo la forma ovalada del lienzo. Sin duda, esta pareja de cuadros alude a la condición del agua como fuente de vida y a su asociación con la feminidad a través de la figura mítica de la diosa madre. Como afirma Gaston Bachelard en su ensayo El agua y los sueños, la imaginación humana relaciona de forma inconsciente las aguas con la maternidad, por la analogía simbólica que establece con la leche materna que nutre al niño en sus primeros meses de vida.
Junto a esta visión mágico-religiosa de la naturaleza, la pintura de Mendive posee una dimensión introspectiva, pues indaga en el ámbito de la psicología humana, sobre todo en el subconsciente y en su complejo mundo de símbolos, sueños y emociones, situado más allá de toda racionalidad. Por ejemplo, en el cuadro La traición, una pareja de criaturas semejantes a cíclopes, con un solo ojo y tres piernas, protagoniza dos escenas: en la primera ambas se dan la mano como gesto de amistad, mientras que en la segunda una apuñala a otra. En la parte superior del lienzo se alternan rostros negroides con figuras que llevan máscaras blancas, dispuestos en fila como motivos ornamentales. De este modo, Mendive recrea el mito de la primera traición, del primer crimen de la historia, plasmado en el relato bíblico de Caín y Abel, con un acusado primitivismo, que recuerda a la escultura africana y a las máscaras rituales de la cultura yoruba. En cambio, Búcaro con flores describe una suerte de metamorfosis del hombre en animal a través de algún rito mágico. En esta obra aparecen varias figuras de aspecto negroide: la primera, sentada en el suelo, carga un tiesto o jarrón de flores sobre su cabeza; la segunda ve cómo sus brazos se convierten en un insólito pájaro y la tercera posee toda la forma de un monstruo, con una cabeza humana, tres cabezas de pájaro, dos alas y una cabeza de pez. Aquí el artista utiliza un colorido delicado, en el que predomina la gama de los rosas y los azules.
En otras ocasiones, Mendive refleja directamente su propia interioridad, ya sea para entender cómo funciona su proceso creativo o para expresar sus sentimientos e inquietudes. En Mi energía y yo, el artista plasma tres misteriosos seres: el primero es un monstruo con tres patas, un brazo y una cabeza humana, el segundo una especie de pez, y el tercero un animal con tres patas, tres alas y una esfera blanca por cabeza. Los dos primeros están pintados en tonos naranjas; el tercero, en tonos azules, y todos ellos emergen de un fondo verdoso. Probablemente simbolizan las fuerzas psíquicas, muchas veces de origen irracional e instintivo, que influyen sobre el artista y lo guían en su tarea creadora. Por otro lado, en Los recuerdos, dos figuras aparecen en actitud enigmática: la primera, una criatura verde con dos brazos, uno en forma de ave y otro semejante al de un hombre, sostiene la cabeza de la segunda, que posee tres patas y una cola de pez. Al fondo, una tercera criatura se lleva sus tres
brazos a la cabeza, como si llorara o se lamentara por algún motivo desconocido.
La historia del pueblo afrocubano, condenado por siglos a la opresión y a la marginalidad, se trasluce en la serigrafía El barco negrero, que rememora los sufrimientos de la esclavitud. En esta pieza, un barco de bandera española, donde se hacina un enorme contingente de africanos, navega sobre las aguas del océano, probablemente con rumbo a las costas americanas donde serían vendidos como esclavos. A diferencia de las demás obras, donde predominan los contornos difusos y las gradaciones de tintas, aquí las figuras poseen líneas marcadas y colores planos, carentes de matices. Uno de los esclavos cae del barco al agua, representada por un fondo pardo en el que flotan innumerables medusas. Se trata, pues, de una visión del comercio de esclavos en un estilo naïf pero rotundo, que muestra sin concesiones la crudeza de este drama humano.
En definitiva, los cuadros de Manuel Mendive generan intriga y sorpresa en el espectador con su desfile de seres míticos e imaginarios, como ventanas abiertas a un mundo mágico que nos remite a las creencias y pulsiones más ancestrales del hombre. El colorido empleado contribuye a este efecto: como ya hemos dicho, casi siempre resulta agradable y delicado, sin estridencias ni contrastes demasiado violentos y con abundantes gradaciones y matices. Pese al carácter enigmático de la mayoría de las obras expuestas, brillan por su ausencia lo siniestro y lo terrible, pues los dioses y los espíritus aparecen como elementos de la vida cotidiana, tal y como la cultura afrocubana los concibe. Ninguna de estas imágenes inspira incomodidad ni desasosiego. Por el contrario, nos invitan a mirarlas con serena perplejidad y muda fascinación desde la perspectiva del Occidente postindustrial, que ha perdido toda conexión con lo sobrenatural para someterse al imperio de la tecnología.
[…] “La foresta de Manuel Mendive” Por Ramiro Rosón — trasdemar […]