“Félix Francisco Casanova y otras rocas volcánicas” Por Andrés García Cerdán

Dossier especial de la Revista Trasdemar dedicado al Día de las Letras Canarias 2023

Presentamos en la Revista Trasdemar nuestro dossier de colaboraciones especiales dedicadas a la obra de Félix Francisco Casanova (La Palma, 1956-Tenerife, 1976), autor homenajeado en el Día de las Letras Canarias 2023.

El ensayo “Félix Francisco Casanova y otras volcánicas” es cortesía del autor Andrés García Cerdán (Albacete, 1972)

Poeta, es doctor en Literatura por la Universidad de Murcia y profesor en la UCLM, integrante del grupo The Rimbaud Company. Ha publicado, entre otros, los poemarios Los nombres del enemigo (Aula de Poesía, Universidad, Murcia, 1997), Carmina (Nausícaä, 2012), La sangre (Valparaíso, 2015), Barbarie (Adonáis, Madrid 2015), Puntos de no retorno (Reino de Cordelia, 2017) y Defensa de las excepciones (Visor, 2018). También es autor del estudio El árbol del lenguaje. Desde la poesía de Julio Cortázar (Visor, 2021) y del antiensayo La muerte del lenguaje. Para una poética de lo desconocido (Libros del aire, 2019). Recientemente ha publicado Grunge (Poesía 1997-2022)

El mundo de Casanova tiende a ese ángel, por más que lo que halle en el mundo sean apenas “escombros”. Esa conexión celestial a la que aspiran místicos, surrealistas o beat, la aventura espiritual en la que se desenvuelve Rainer Maria Rilke, el deseo de recibir la aurora con la boca de García Lorca, están en Casanova como la premonición de un apocalipsis, como la elegía de una imposibilidad.

ANDRÉS GARCÍA CERDÁN

Me muevo ágilmente como un potro salvaje con las crines mojadas por la lluvia. Me encamino al gran río.
F. F. C.

Así tu boca, propagadora
de epidemias y pájaros,
me vincula al paraíso, me acuna
en tu cadera de necrópolis.
F. F. C.

En los apuntes del geólogo se puede leer el origen de la obsidiana. El material volcánico es expulsado con violencia y su enfriamiento se produce de forma extremadamente brusca, por ejemplo en contacto con el océano. El resultado es un milagro de vidrio negro, a veces atravesado por vetas o lenguas de color rojo, naranja o caoba o nevado en blanco. La obsidiana fue el mineral que aztecas, egipcios o anatolios usaron como espejo. Su extravagancia delicadísima, su pureza de tigre de lava nos hacen inclinarnos ante ella.

La poesía de Félix Francisco Casanova (1956-1976) es esta misma erupción, la explosión de una naturaleza profunda, el reflejo al rojo vivo de un hombre.

Irisaciones novísimas, decadentismo urbano, rimbaudismo, jardines modernistas, nostalgias tropicales, bosques de símbolos y correspondencias, esoterismo y rock, panteísmos incendiarios, inmersiones submarinas propias del místico, visiones surreales, inquisiciones de oro entre la escoria.

           

Mi sueño
es un yacimiento de placer
con no sé cuántas
toneladas de orgasmo bruto.

Obsidiana adolescente.

For ever Young. Smells like Teen Spirit.

Más novísimo que los novísimos. Fernando Aramburu lo llama “genio”. Francisco Javier Irazoki lo venera en su irreverencia.

La poesía de Casanova es la historia de una fulguración tanto por el breve tiempo en que fue escrita como por la estela eléctrica que dejó a su paso. Sus poemarios,recogidos por la editorial Demipage, (El invernadero (1973), La memoria olvidada (1974-1975), Una maleta llena de hojas (1974-1975), Agua negra (1975), Once poemas sueltos (1972-1974), Cuello de botella (1969-1973, con su padre), Los botones de la piel (1969-1973) y 7 simios (1969-1973)) nos los muestran con los ojos puestos en un cielo propio y la conciencia de la fecundidad explosiva de la realidad. Como en un diario cósmico, el poeta canario fue trazando una cartografía imaginaria, sensual, reflexiva, delirante, para conjurar sus demonios y sus iluminaciones. De Pedro Casariego Córdoba se propuso que había atravesado la poesía española como un cometa. Algo parecido se puede decir de la obra de Casanova: una perseida; un meteorito que estalla sobre nosotros; un agujero negro que reclamara luz y más luz.

Como un alud de nieve en el desierto.

En el corazón de su breve obra poética, como una víscera palpitante de emociones y lenguaje, se encuentra el poema “Esta noche deseo ser…”, de La memoria olvidada:

Esta noche deseo ser
absolutamente sensible,
abandonarme en la estela de huellas
que bajan al mar
y formar orilla

Ese “absolutamente sensible” es el ánfora púrpura de las sensibilidades de Rubén Darío, el “absolutamente moderno” de Arthur Rimbaud. La “estela de huellas”, el vuelo del albatros. El “mar”, la plenitud inmortal de Juan Ramón Jiménez. Las “orillas” son las de una erótica de la desaparición.

La poesía de Casanova está hecha de sensaciones y vértigos y música: “Siempre estoy naciendo en la música, es inagotable mi sed y también su fuente es inagotable.”

El poeta lo vuelca todo, en ceremonia privada, desde una sed inagotable, sobre el papel. Nos estremecemos ante su hechizo. Asistimos a la celebración líquida de los “días de la carne abierta”:

amo a cada uno de mis días y
los hiero con profunda pena y alguna
alegría deshilachada.

El poeta desea “ser sauce” o “final de río / para seguir siendo agua, / palpitación inextinguible”, o nos habla de la fiebre y de una única certeza:

todas mis venas conducen al bosque,
al inmenso placer de ser lluvia.

Con el final se confiesa una vez más:

Cada noche que pasa sé menos (…)
espero que acaben todas para saber nada…
y empezar a llenarme”.

Cada palabra es una ola. El despuntar, el precipitarse y el desvanecerse de las olas. Como crestas iluminadas y como sucesos del espíritu, las palabras nos descubren la piel en carne viva, la miel de una colmena salvaje, un acto de amor químicamente puro. Ser absolutamente sensible es ser el bosque.

El conocimiento no existe. Nuestra tarea es ser naturaleza.

Existe el amor, eso sí: “un revólver de amor, nena, / y voy a disparar justo a tu corazón / ¡bang, bang! / (…) Eres un buen momento para morirme”. En esa inmensa lección hemos de empeñarnos.

Las fuentes que se intuyen en la poesía de Casanova son siempre personales. Con todo, son fascinantes los hallazgos compartidos con románticos, simbolistas y surrealistas. Por ejemplo, la ebullición creativa: “Amo el estado de entrega, las palabras / que gotean de la cima del mundo / a médulas de agua para borrar los tristes mares / del rostro”. Los cementerios submarinos: “Ser un ave fúnebre / para alcanzar los cielos del / fondo del mar”. La solución alquímica: “yo vi los monstruos del cielo / descender hasta mí y hablarme / del polen del sol, / las estancias del vidrio, / los secretos de la alquimia. / Jeremías, declárate loco, / renuncia a tu visión”. La divina provocación: “midan mi llaga / y busquen remedio”. La incomunicación: “suelo sentarme frente a una cabina telefónica / y contemplo las bocas que hablan / para lejanos oídos. / Y cuando el hielo de la soledad / me ha desvenado (…) / yo acaricio el teléfono / y le susurro sin usar monedas”.

Contra todo, los poemas se desenvuelven en espasmos, a borbotones, sin reglas, “incitando a Dios / a descubrirse” y atesoran las cualidades de la irrupción incontrolada.  Su epifanía exótica es detonada en forma de misterio, instinto y embriaguez.

Y te juro por el fantasma de Hendrix
que oí la trompeta de ataque
del Séptimo de Caballería
y un grito siux
que te cruzó el sexo.

La sombra insular de André Breton es alargada. Casi cuatro décadas después, el joven Casanova mostrará sus aspiraciones vitriólicas en los versículos mordaces y crípticos de 7 simios, en una orgía irracional que recuerda a Federico García Lorca, a Rafael Alberti, al poeta Pablo Picasso.

Cuando el gris voraz de la naturaleza
se consumía sin sesos,
las luciérnagas jadeaban como perros,
defectos o carne enlatada,
y Madre Loca, rellenando el prado de voces, ardía.

            Lo que hay, en cualquier caso, es una imaginación desatada y voraz. Como él mismo dice, “continuos alumbramientos entre los escombros dorados del ángel”.

            El mundo de Casanova tiende a ese ángel, por más que lo que halle en el mundo sean apenas “escombros”. Esa conexión celestial a la que aspiran místicos, surrealistas o beat, la aventura espiritual en la que se desenvuelve Rainer Maria Rilke, el deseo de recibir la aurora con la boca de García Lorca, están en Casanova como la premonición de un apocalipsis, como la elegía de una imposibilidad. “Es tiempo / para recordar qué hermoso fue / todo”, nos dice en “Los viejos bosques”.

Dejo aquí esta aproximación a Félix Francisco Casanova, esta incursión en la geología poética, consciente de que queda todo por decir. Añadiré solo que un verso de Saint John Perse abría su primer libro de poemas, El invernadero, y nos daba la extensión de su latido o de su aliento: “Gran edad, henos aquí. Toma medida / del corazón del hombre.” Quizá no otra cosa es la poesía de verdad.


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