El lenguaje como territorio. Aproximación a la poética de Leonardo Nin. Por Marisol Vera Guerra

Es difícil definir una frontera entre los libros de Leonardo Nin, algunos de sus poemas, como tripulantes ávidos de nuevas aventuras, embarcan una y otra vez las páginas. El libro La poética del absurdo es una elongación de los anteriormente citados, donde mantiene el autor un tono surrealista y, por supuesto, ese ritmo perfectamente cuidado que fluye con naturalidad
Obra cortesía del artista Oleandro Pires, 2020
Obra cortesía del artista Oleandro Pires, 2020

Leonardo Nin, República Dominicana

Leonardo Nin es un autor indispensable en el panorama literario actual en tanto nos acerca, a los lectores, no solo a una estética literaria, sino a una veta de conocimiento acerca de los procesos lingüísticos e históricos de América Latina donde el Caribe, a pesar de las fronteras políticas, se erige culturalmente como una sola y gran nación

Marisol Vera Guerra

/

Volvimos como tigres

a ocupar las casas y

a custodiar el monte que creció sobre la sangre regada

Luisa Villa Meriño

Con su raíz afrocaribe integrada al cuerpo, el salitre de la bahía, el humor de la lechosa[1] en Barahona y, al mismo tiempo, consciente de la universalidad, Leonardo Nin –escritor de la diáspora dominicana radicado actualmente en Boston, EE. UU.– reescribe y resignifica la historia desde la perspectiva del que ha sido invisibilizado o negado por la versión oficial de Occidente; algo que me recuerda el trabajo de Miguel León-Portilla, en México, especialmente en la Visión de los vencidos, aunque este, claro, lo hace como historiador y filósofo y no desde la creación poética. Pero Leonardo es, además de artista, antropólogo y lingüista, por tanto sincretiza en su obra la mirada del científico social con la del poeta, lo cual le mantiene a salvo de un puro esteticismo y le conduce por el camino del compromiso social.[2] 

Si bien el arte conlleva aspectos formales, los elementos estéticos per se no bastan para que una obra sea enteramente validada dentro de la sociedad neoliberal donde, en gran medida, dicha validación se ve sujeta a condiciones de clase, género y raza. Esta ha sido una preocupación constante de Nin, quien ha hecho un esfuerzo por revitalizar símbolos, voces y ritmos de América Latina en la poesía, más allá de sus fronteras políticas y geográficas, en especial la herencia lingüística y cultural de República Dominicana. Válgame decir que Nin integra estos símbolos al lenguaje de la posmodernidad; no se estanca en el costumbrismo y tampoco cede a la tentación del discurso mágico-religioso, aunque tampoco lo desdeña, antes lo reivindica como parte de la historia cultural de América Latina. Todas las expresiones de la lengua, incluyendo las cotidianas, son para Leonardo “una ventana momentánea a la historia social de una nación”.

Acercarme a la obra poética de Leonardo Nin ha constituido, pues, un acceso a ese registro biológico, histórico y geográfico que sutilmente va implícito en su fonética y escritura. Una escritura donde la imagen lírica se nutre de la investigación lingüística. Dan fe de la constante evolución del poeta los diversos premios y reconocimientos obtenidos a lo largo de su trayectoria literaria.[3] A continuación comentaré algunas impresiones que me han dejado sus libros de poesía.

El libro donde encuentro más sintetizada la propuesta antropológica-poética de Nin es Poemas en blanco y negro, el primero que tuve la fortuna de leer.[4] Leonardo Nin, recordemos, pasa su cotidianidad en la sociedad estadounidense, donde lo negro y lo blanco tienen fronteras fijas; lo negro es todo lo que no encaje en el esquema de blanco: el mulato, el indígena, el mestizo, cabemos en este gran saco de lo negro, “lo otro”, lo “no blanco”, y esta dicotomía es explorada magistralmente desde la visión lírica-científica de dicho libro.

El apartado “poemas en blanco” me parece un tanto más racional que el de “poemas en negro”, este segundo lo percibo completamente orgánico, musical, rico en sonoridades y en elementos que me conducen hacia lo primitivo de mí misma. De la primera estancia del libro me atrapó, al instante, “Bios: la muerte de un Narciso” –que por cierto me hizo sentir el pulso de  Walt Whitman–, poema que volvería a encontrar integrado al libro Uno no se suicida del primer piso, donde el autor abandona la uniformidad de los primeros versos para jugar más con el espacio y los silencios gráficos, y esa versión dinámica y lúdica que particularmente prefiero, queda así:

Soy imagen desfigurada,

           El otro,

                     ese que se pregunta si el extraño observándole

                                           con pelo de grama y ojos de universo

                                                       es quien él cree que es.  

Destaco, también de este apartado, “Silenciario a media luz”, donde el autor dominicano sorprende con imágenes como: Una piel es un tambor repercutando ganas / en la lobreguez de la noche. Leonardo es, además de científico y literato, músico, esto explica la facilidad con la que armoniza los versos recurriendo, a veces, a rimas asonantes o consonantes para intensificar su efecto rítmico. Como en cualquier ejercicio creativo, hay versos mejor entonados que otros, pero debo decir que en Nin son frecuentes los momentos en que se logra cabalmente este objetivo de sintonizar ritmo, imagen y reflexión existencial. Por ejemplo, en el poema “In-con-verso”: Adverso controverso lo perverso / del universo. “Desligar la música de la poesía es imposible”, ha dicho el poeta en repetidas ocasiones.

     Descubro el proceso creativo de Nin un tanto Villaurrutiano o a lo Huidobro, si bien en estos versos: soplo de viento en llama, / soledad irremediable de un ente, hallo cercanía con uno de los grandes poemas intelectuales en lengua castellana, “Muerte sin fin”, del poeta mexicano José Gorostiza –acaso solo equiparable en Iberoamérica con “Primero sueño” de Sor Juana–. Claro que puede ser coincidencia o una resonancia personalísima de mi parte. El lenguaje, finalmente, es un territorio al que accedemos de forma colectiva y ningún escritor es una isla.

Otro de los textos representativos de la primera estancia de este libro es “La muerte de Manolo”, alusivo al fusilamiento del líder anti Trujillista Manuel Aurelio Tavárez Justo: poema sobrio pero contundente:

La guerra no cabe en mi ventana

es del tamaño de la punta de una bala

que parte el domingo

en cinco pedazos sin cruces.

Bella filigrana de imágenes encuentro en “Levitando”, el cual gira en torno a la figura de la abuela (De su pelo blanco cuelgan lianas de plata / al infinito tenue de una sonrisa tierna / en moratoria); aquí acaso me he dejado endulzar el oído, pues la memoria de mi abuela Eusebia, mujer nahua que me cuidó en la infancia, resuena en estos versos, aunque ¿no es acaso ese el propósito de la poesía, si hubiese alguno, conmover, tocar la fibra humana?

En el poema “Lunático” percibo la influencia de Federico García Lorca y, habré de decir,  en varios otros. Me gusta la cadencia en “Va-alada para la orilla”, por ejemplo, pero el que me cautiva es “Oda al carbón”,  ubicado en la segunda estancia del libro (“poemas en negro”), que me recuerda la lírica de la compositora afroperuana Victoria Santa Cruz, por el ritmo y la resignificación del cuerpo, la revaloración de este rasgo negado socialmente que es la piel negra para devolverlo a su genuina esfera de sensualidad, belleza y fuerza: Negra en tus ojos, Negra. / Negra oscuridad vistiendo tu cuerpo de noche negra. / Negra, en el monte que cubre tu entrada negra. Viene este poema como consecuencia quasi natural del otro, epónimo, que ha abierto dicho apartado: Blanco el cuarto, el piso y el techo. / Blanca la mesa, el papel y la tinta […..]  Y yo / la mancha negra suspendida en sus retinas.

     El indiscutible favorito es “Mi madre”, este poema –afirmo– es de esos pocos que uno logra construir en la vida, entre desveladas búsquedas, que traspasa los nacionalismos, los géneros, la historia personal (aunque pueda partir de ella) y se arraiga en lo profundo y eterno: Era del color de la noche la noche en que a mi madre / se le oscureció el tiempo. / Era del tamaño del tiempo el océano de lágrimas / chorreadas en las bodegas de un barco sin mundo.

     En el tercer apartado del libro, “En gris y cal”, el poema “Palabras grises para domar un domingo” me lleva hacia la figura del Quijote, más en el argumento que en la forma, la cual se aproxima a Cortázar, con ricas intertextualidades que también pasan por el universo de García Márquez. Yo diría, una franca exploración de los espejismos y realidades de la condición humana, donde no siempre son los molinos de viento los que nos confunden porque, como dijera el poeta Nin en otro momento: “A veces Sancho cree molinos a los gigantes”.

     El poema “Ida y vuelta” me impacta por la crudeza envuelta en aparente sencillez, el lenguaje va ligero sin necesidad de hacer ninguna pausa: Mi cuenta bancaria marca rojo, indigente. / El número en mi puerta anuncia que allí vive uno más / de los que deben vivir en la cueva de los murciélagos, / en el ghetto, borrado del mapa de los gps.

     En la cartografía de mis lecturas encuentro el libro Espacio pagado, como toda la obra de Nin, minuciosamente trabajado: no tiene ningún verso sobrante.[5] Empieza con una exhortación: Tomen mi mano, sigan el retumbar de los tambores, las almas de los ancestros disueltas en lo oscuro, los murmullos de los ecos del pasado.

     Recalco la disciplina detrás de los textos que componen este poemario para expresar de manera sutil, con un impacto directo a la psique, conceptos que de otro modo serían abismales. El arte tiene esa facultad y, en el fondo, como alguna vez señalara Saint-John Perse, el poeta busca lo mismo que el científico: conocimiento. Lo podemos apreciar, por ejemplo, en “Herrumbre del desvelo”: Después viene el odio / ese profundo descontento, / el lamento hendido del tedio / enroscado en los tuétanos.

     Aunque, ya dije, no se engancha el autor con lo ritualístico, sí inserta en el cuerpo literario elementos del folclore dominicano, contrarrestando así el eurocentrismo y también el filtro impuesto a la literatura en los Estados Unidos. Un idioma es una forma de romper o de afianzar fronteras, según se vea: en nuestro contexto latinoamericano lectores y autores podemos identificar el español como una de las lenguas “de prestigio”; en EAU, en cambio, se deprecia la literatura escrita en español en comparación a la publicada en inglés (situación que emulamos, irónicamente, frente a nuestras lenguas aborígenes). Nin no solo coloca el español en un espacio visible, sino el taíno, lengua originaria de las Antillas cuya herencia lingüística no ha sido suficientemente reconocida.

     Encontramos, así, entre los versos de Nin, aunado a otros elementos míticos dominicanos, el galipote que se transforma en bestia. Es común en nuestro imaginario latinoamericano hallar relatos de hombres bestiales; pienso, por ejemplo, en la figura del nahual en la Huasteca,[6] en México, itaíb para algunos grupos teenek veracruzanos: un hombre que se convierte en animal con magia negra.

     El poema “Un génesis si acaso” retoma el tema de la existencia en sí misma, surgido en la filosofía y la literatura contemporáneas, cuando ya los símbolos colectivos no son capaces de aplacar a la mente frente al vacío. Con una dosis de ironía, el texto nos exige una lectura que no se quede en la superficie del aparente juego de palabras: Existiendo existo en la existencia / de los existencialistas, / que existencialmente, / existen en su existencia.  Peco de indiscreta para traer un verso mío, que escribí hace 15 años, con el que hallo concordancia: tu lástima lastima mi existencia cuando finjo que existo.[7] Es un fenómeno perfectamente comprensible la semejanza entre los versos, pertenecemos a una misma época y nos alcanzan, en diversos contextos, similares preocupaciones a quienes ejercemos el oficio de la poesía. Siguiendo con este mismo volumen, destaco “Ataúd a la deriva”, donde Nin encabalga imágenes insólitas afectando sensaciones y “105 años y recuerdo”, donde vuelve a aparecer la imagen de la abuela: Ahora, vieja. / Cuando la leña en el río es un esqueleto a la deriva, / cuando el peso del cántaro / en tu cabeza es un recuerdo.

Es difícil definir una frontera entre los libros de Leonardo Nin, algunos de sus poemas, como tripulantes ávidos de nuevas aventuras, embarcan una y otra vez las páginas. El libro La poética del absurdo es una elongación de los anteriormente citados, donde mantiene el autor un tono surrealista y, por supuesto, ese ritmo perfectamente cuidado que fluye con naturalidad. Cito del poema que da título al volumen –una verdadera joya–: Dicen que los poetas mueren silvestres / cuando las hojas de sus venas / son comida para cuervos. Y de “Addendum”, estos versos donde es afortunada la aliteración: Este poema es pasado sempiterno / epitafio efímero / burda memoria de un sátrapa / entre dos espejos.

La dualidad que compone la obra de Leonardo Nin, ciencia-poesía, queda claramente expresada en el poema “Mi problema con la especie”. Vemos la preocupación del antropólogo por entender la naturaleza humana, y es el poeta, que cohabita en una misma alma, el que responde: Si esta existencia / es cáliz humano / anclado en el nudo de la impotencia.

Del libro Uno no se suicida del primer piso, celebro en primer lugar el título cargado de mordacidad y aparente ironía que, sin embargo, describe una realidad tangible: la relación de la muerte con las estructuras y los espacios del mundo. ¿Acaso pensar en esto es un efecto de vivir en una ciudad propicia para la melancolía? En efecto, Boston es, al menos en invierno, una ciudad melancólica. Pero Nin no cae en el melodrama, antes sigue disciplinado y coherente, en una búsqueda formal. Vuelvo a encontrarme con algunos textos ya incluidos en los otros volúmenes, ahora con otro acomodo y, sin duda, al reorganizarse en el cuerpo total del libro adquieren nueva significación. Es el caso de “Travesía”, lo había leído antes y me gustaba, pero aquí me termina de encantar. Y es que Nin, incansable editor de su propia obra, ve siempre la oportunidad de mejorarla. Cito:

Soy el que va bajando

          por el cordón umbilical de su inevitable destino,

                     el que va descendiendo al silencio

                                 acostado en su sempiterno tributo a lo humano.

En “El vendedor de sueños” parece retomar la tradición del poema de largo aliento, incluso recurre a temas muy usados por los poetas, como la rosa, lo que otra vez me recuerda a Villaurrutia en el “Nocturno a la rosa” o a Huidobro en su “Arte Poética”: ¿por qué cantáis la rosa, oh, poetas, / hacedla florecer en el poema. Pareciera, pues, que ciertos temas funcionan a lo largo de los siglos como esa “llave que abre mil puertas” de la que habló el poeta chileno, padre del Creacionismo. Nin, por su parte, nos dice: Y con mi pincel de palabras, escribo un verso a la rosa, / y sin pudor la enamoro, la invito a casarse, / y el día previsto, la dejo plantada en el altar / dentro de un jarrón sin agua bendita.

En “Pescando” siento un sabor a orientalismo, imágenes mesuradas y asombrosas: En el horizonte / el estuario eterniza la persistencia el río […] las costillas de los niños / son jaulas de ruiseñores / colgadas de las ramas del aire.

Y en este transitar por el mundo literario de Nin, para cerrar mis comentarios, aludo al libro Y la piel se nos quedará en la noche, cuyos poemas son tan exquisitamente rítmicos que uno no puede leerlos sin ponerles música en la mente. Algunos son sutiles variaciones, por ejemplo, la “Oda a una mujer en lo oscuro” que en Poemas en blanco y negro se llama “Oda al carbón” o el “Oprobio del negro desterrado” que en el otro poemario se llama simplemente “Oprobio” y tiene dos versos menos. En todo caso, esta musicalidad obedece, a menudo, a los ritmos del son y la trova que Leonardo describe como pertenecientes “a un solo árbol”. En la poética de Nin están presentes las influencias musicales traídas a América por los herederos de los juglares medievales, sincretizadas con la oralidad prehispánica, tanto como los ritmos africanos. El tema de la piel, claro, es recurrente y embiste al lector de manera directa: toda división entre seres humanos con base en el color es ilusoria.

Leonardo Nin es un autor indispensable en el panorama literario actual en tanto nos acerca, a los lectores, no solo a una estética literaria, sino a una veta de conocimiento acerca de los procesos lingüísticos e históricos de América Latina donde el Caribe, a pesar de las fronteras políticas, se erige culturalmente como una sola y gran nación. No es casualidad, pues, que yo haya abierto esta breve disertación con un epígrafe de una poeta afrocaribe colombiana, Luisa Villa Meriño. Es momento de que las voces caribeñas y, en general, latinoamericanas, ocupen su justo lugar en el panorama literario universal.

La vasta obra poética de Leonardo Nin merece un estudio amplio, sus reflexiones en torno a la identidad no deben pasar desapercibidas, sin soslayar su trabajo como narrador y dramaturgo.[8] No encuentro mejor forma de sintetizar todo lo dicho hasta aquí que estos versos del poema “Negración”: Si me dices que no existo / te mostraré mi piel / en el lunar de tu espalda.

(Bogotá, febrero, 2020)

Marisol Vera Guerra: Psicóloga, escritora y editora. Ha publicado diversos libros y ha sido antologada en México, Honduras, Estados Unidos e Italia. Entre sus poemarios se encuentran Antologia personale (edición italiano-español, Progetto 7LUNE, Venecia, 2019), #SiLaMuerteSeEnamoraDeMí (Voces de Barlovento Editores, 2019) e Imágenes de la fertilidad, canciones al hijo del viento, poesía, mito e historia sobre la Huasteca (ITCA, 2016). Premio Internacional de poesía Altino, Italia, 2020. Becaria del Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes en la disciplina de Letras (2010). Ha impartido talleres de creación literaria en la UNAM San Antonio, EE. UU., la Universidad del Valle, Colombia, y a través de CONARTE. Incluida, entre otras antologías, en Parkour Pop.ético (SEP / DGESPE, 2017) y Anthology Feipol (Latin American Foundation for the Arts, 2018). En marzo de 2019 expuso su obra “Poesía para desactivar patrones establecidos” en Venecia, Italia, con el respaldo de CONARTE.


[1] Lechosa: del taíno, como se le llama a la papaya en República Dominicana o Venezuela.

[2] Leonardo Nin es antropólogo y lingüista por Harvard University, Massachussetts, USA.

[3] Entre ellos el prestigioso Premio de Letras Ultramar de República Dominicana, con la obra de dramaturgia Las porfiadas (2017) y la novela Solo sé que le llamaban sombra (2018).

[4] Leonardo Nin, Poemas en blanco y negro. Índole Editores, San Salvador, 2014 (Col. Onda expansiva, República Dominicana).

[5] Las versiones de los libros que he leído para redactar este ensayo: Espacio pagado, la poética del absurdo, Y la piel se nos quedará en la noche y Uno no se suicida del primer piso, corresponden a los manuscritos originales proporcionados por el autor, por lo cual no incluyo datos de edición.

[6] “La Huasteca es una región multicultural  que comprende la parte sur del estado de Tamaulipas, el norte de Veracruz, el oriente de San Luis Potosí, el norte del estado de Hidalgo, una porción norte de Querétaro y una porción pequeña del Norte de Puebla” (INAH).  

[7] Marisol Vera Guerra, Tiempo sin orillas, Voces de Barlovento Editores, Tampico, 2009.

[8] Destacan los libros Mañana, si Dios muere (2001), Guasábaras (2003) y Sacrilegios del excomulgado (2008).

Un comentario

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