Presentamos en la Revista Trasdemar el ensayo de nuestro colaborador Mehdi Mesmoudi (Tánger, Marruecos, 1987) dedicado a José Martí con motivo de su reciente aniversario natalicio. El autor es poeta, doctor en Ciencias Sociales y profesor investigador en la Universidad Autónoma de Baja California Sur (UABCS). Compartimos el ensayo en nuestra sección de literatura caribeña “Conexión Derek Walcott”
José Martí: el prosista, el poeta.
El gran ausente. El eterno joven*
“Este cuaderno pesa
Es pura luz
Es pura sombra:
es mi sangre total cargada de sentido.”
(Efraín Bartolomé, Cuaderno contra el Ángel)
Nos convoca el día de hoy el ritual más difícil e irresoluble. Conmemorar a alguien que dejó, que sigue dejando, una honda huella en nosotros. Conmemorar es permitir que nuestra memoria se haga una con los prójimos, perpetuar esta alianza de la carne y el espíritu, el secreto diálogo del pensamiento y las ideas. Conmemorar es recordar temblando, con el “corazón descalzo” (Salgado, 2011), dejar que aquel que estamos trayendo de vuelta se apodere de nosotros, de nuestra cotidianeidad, nos acompañe en nuestro secreto y cotidiano andar y nos guíe, si es que se puede, en el porvenir. Rememorar su gran obra para que el silencio no cunda en la ciudad y asedie a los desmemoriados y los ciegos de espíritu. Conmemorar es uno de los actos más nobles y necesarios en nuestros días donde la civilización salda sus deudas con sus antepasados. Sin embargo, ¿cómo hacerlo sin caer en la fiebre patrimonialista en que el hombre se convierte en un gélido mármol habitado por un don nadie, vaciado de su ser y su condición humana, vencido en su soledad? ¿Cómo conmemorar una figura y, a la vez, sin triunfalismos cederle un espacio entre nosotros?
Pocos autores han mantenido el peso de su figura a través del tiempo. Hijo del romanticismo y las independencias americanas, José Martí heredó el fervor por la libertad y el derecho a la autodeterminación. Jorge Luis Borges en su célebre conferencia “Las Mil y una noches” confesaba: “Con el movimiento romántico, el Oriente entra plenamente en la conciencia de Europa. Básteme mencionar dos nombres, dos altos nombres. El de Byron, más alto por su imagen que por su obra, y el de Hugo, alto de todos modos” (2009: 61-62). Al igual que Lord Byron, el caballero José Martí se ha engrandecido cada vez un poco más. Al igual que el mártir en la guerra de independencia de Grecia (Rogan, 2010 [2009]: 119), Martí fue valerosamente a buscar su muerte en las luchas de liberación de Cuba. Compartió con Víctor Hugo la amarga experiencia del destierro donde vivieron, ambos, en esa secreta “correspondencia”, sus últimos años. Sería fabuloso imaginar ese diálogo que hubieran tenido Víctor Hugo y José Martí, pero como hubiera dicho Borges: Acaso era imposible que ambos poetas hubieran coincidido, pero eso no importa. Nada nos cuesta creer en ese diálogo (Borges, 2009 [1980]: 60). Ambas plumas son empresa de la imaginación, hechura literaria de nuestros tiempos, el diálogo entre Martí y Hugo también lo es.
Pronunciar solo su nombre nos traza en nuestra imaginación la metáfora de la grandeza visionaria, la pulcritud de un estilo combativo, y la congruencia poética del mundo. José Martí es de aquellos escasos hombres que nunca renunciaron a soñar en grande, vislumbrar esa América Nuestra frente a la América sajona con sus “nuevos pinos”, frente a sus verdugos y los poetas ciegos. Su escritura nos dibuja la claridad y la clarividencia de sus ideas, sin olvidar la limpidez de su visión para llevarlas a cabo, compartirlas con sus contemporáneos y legarlas a las generaciones venideras. Fue congruente consigo mismo antes de serlo con los demás, y sobre todo, con los que compartía esta ambición latinoamericanista, esta América Latina cuyas raíces se hunden en el legado judeocristiano, grecolatino, prehispánico y las vicisitudes del África y otros pueblos originarios.
Hoy en día nos faltan muchas cosas. Carecemos de hombres ilustres, de esa aristocracia absoluta de las ideas que guía una civilización. Borges en otra conferencia titulada “La ceguera” exclamaba: “Se heredan muchas cosas (la ceguera, por ejemplo), pero no se hereda el valor. Sé que fueron valientes” (2009: 144). Byron, Hugo y Martí pertenecen a esa ilustre cáfila donde, todavía, caminan hacia la victoria, ese resquicio de la eternidad por el cual, algunos, algunas, aquí entre nosotros, todavía estaríamos dispuestos a morir, a sacrificarnos porque los grandes proyectos, las empresas apoteósicas bien merecen una muerte digna y valerosa. No me malinterpreten, me refiero a las “pequeñas muertes” (diría Georges Bataille). “¡Bienaventurados aquellos que no vieron y creyeron!”.
José Martí no sólo está ausente en carne y hueso, sino también es el gran olvidado, por ejemplo, en el estudio de Arqueles Vela, El modernismo. Su filosofía, su estética, su técnica (1949), por la sencilla razón (quizá) es que haya fallecido apenas siete años después de la publicación de Azul (1888) de Rubén Darío y tres años antes de la guerra hispano-cubana, que certificó la ruptura final y total de España con las naciones hispanoamericanas. Martí no es considerado un poeta modernista porque no comparte el entusiasmo desmedido de Rubén Darío, no cae en el tono elegiaco de Leopoldo Lugones ni tiene la visión provinciana de Ramón López Velarde ni tampoco la musicalidad excesiva de Manuel Gutiérrez Nájera. Además de Arqueles Vela, José Enrique Rodó tampoco lo incluye en sus Cinco ensayos (2014 [1915] donde sí están presentes Montalvo, Ariel, Bolívar y el propio Rubén Darío. Tal vez nunca sepamos el motivo de esta ausencia. Ni tampoco comprendamos el lugar marginal –diría, ausente– en el ensayo de Octavio Paz.
Se piensa o se cree erróneamente que el modernismo solo es la exaltación de la paisajística y la belleza orientales como una forma de salir al mundo, en que América Latina se proyecta hacia el exterior. En esta encrucijada hay que establecer dos precisiones: la primera consiste en que a la hora de describir la naturaleza y el universo de oriente es con el objetivo de observarlos desde América Latina, a través de los ojos de la flora y la fauna domésticas para revalorizar lo propio y lo autóctono. La segunda, como resultado de lo anterior, es una operación de descubrir la identidad latinoamericana y explorar los diversos elementos que la constituyen frente a España, Francia y el propio oriente. Es un diálogo implícito entre lo nuevo y la tradición, entre la libertad y el yugo del eurocentrismo. El modernismo, desde las coordenadas de José Martí, no se dirige al exterior como en el caso de Rubén Darío y sus seguidores, sino que hurga en las profundidades de su interior, en “el alma y la esencia” de Cuba y América Latina. La visión poética de José Martí estaba íntimamente ligada a las circunstancias histórico-políticas de Cuba y la coyuntura regional del continente hispanoamericano; es decir, el asedio colonial de España y la creciente hegemonía estadunidense. Una poesía que cantara a la luna en esos tiempos equivalía a una actitud no revolucionaria y que daba la espalda a la realidad.
No solo estamos conmemorando los 168 años del nacimiento del escritor y revolucionario cubano. El legendario ensayo “Nuestra América” ha cumplido, también, este 30 de enero de 2021, 130 años de su publicación en El Partido Liberal cuando Martí se encontraba en su segundo destierro en la ciudad de México. Otro gran texto, íntimamente ligado –y yo agregaría, es su continuación o bien reescritura– al de “Nuestra América” y me refiero a “Los pinos nuevos”, discurso que pronunció el 27 de noviembre de 1891, cumplirá a finales de este año, también, 130 años. En agosto de este mismo año se cumplirá medio siglo de la toma de Tenochtitlan. Nos encontramos temporalmente en un lustro crucial, un umbral histórico decisivo en un contexto mundial sumamente atípico en todos los sentidos, pero, sobre todo, y dramáticamente marcado por la pandemia. No obstante, no nos engañemos. La batalla frente al eurocentrismo apenas inicia. Edward Said nos advertía sobre el hecho de que creamos que el orientalismo había concluido con el fin del colonialismo en el siglo pasado, sino que continúa de forma dislocada o líquida en otras expresiones socioculturales y ámbitos de la vida de los seres humanos (Said, 2005 [1994]: 41; Said en La Jornada, 2003). José Martí, siglo y medio antes, lo vio venir y nos advertía continuamente. De alguna forma, estamos condenados a ser “pinos nuevos” que sustituya “al tronco negro de los pinos caídos”, troncos, al fin y al cabo, que a veces nos impide contemplar “el claro de bosque” (Martí, 2004: 75).
Como hombre de su tiempo e hijo del siglo XIX de las revoluciones, cuestionó profundamente el orden colonial y las bases eurocéntricas en que se sustenta, se despliega y se perpetúa la hegemonía de un proyecto que conocemos bajo la doble denominación del Siglo de las luces y la ilustración porque allende el Atlántico europeo se llevaba a la práctica los distintos laboratorios del colonialismo. Eugene Rogan sostiene que la experiencia argelina de 1830 inaugura la empresa colonial europea (Rogan, 2010 [2009]: 176-181). Recordemos que San Martín luchó en la batalla de Orán antes de incorporarse a las guerras de Independencia de las naciones americanas (Taboada, 2012: 87). José Martí nunca estuvo en contra de la modernidad o la apertura de América Latina al mundo, sino que dicha visión histórico-cultural y política no excluyera las especificidades locales y regionales de cada nación, respetando su soberanía y autodeterminación. A diferencia de Benito Juárez y otros reformistas, Martí es de los pocos revolucionarios en plena segunda mitad del siglo XIX que se mantenía fiel en romper con el pasado colonial; sin embargo, también comprendía que yacía una dimensión espiritual con este pasado lo que significaba no una ruptura con España, sino tan solo un distanciamiento necesario que permitiera un acercamiento a otras naciones que estaban más próximas a las experiencias modernas.
Un poco más de un siglo antes, como había cuestionado Edward Said a Huntington, Martí niega los presupuestos supremacistas de la Ilustración –al menos desde la visión racial de Alexis de Tocqueville– asegurando que no puede haber choque, conflicto u odio entre las razas o las civilizaciones, sino que nos enfrentamos ante “el choque de ignorancias” y de la idiotez; es decir, la falta de ideas y su inclinación hacia la ideología y sus abusos. Las ideas idean el mundo mientras que las ideologías idiotizan. O para expresarlo en las propias palabras del visionario: “Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea […] da por bueno el orden universal” porque “las armas del juicio” […] “vencen a las otras” porque no olvidemos “No hay una proa que tape una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo” (2004: 55). Martí, ante los diagnósticos orientalistas e inferiorizantes de Tocqueville y otros, y con un profundo conocimiento de las particularidades antropológicas, nos advierte: “El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y color. Peca contra la humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas” (67).
No puedo obviar el hecho de que estamos frente a uno de los grandes prosistas de nuestra lengua, honor que tienen, por citar algunos, José Enrique Rodó, Rubén Darío, José Ortega y Gasset y Alfonso Reyes. Martí fue un alfarero del estilo, en cada línea se debatía para aspirar a la pulcritud deseable, invocando esa singularidad que muy pocos han logrado acometer. Al igual que lo que pasa con Rubén Darío, pienso que la auténtica poesía de Martí descansa en su propia prosa. Es allí donde radica su máximo genio, su fascinante y cotidiana empresa. Recordemos el inicio de “Los pinos nuevos” que dice así:
Todo convida esta noche al silencio respetuoso más que a las palabras, las tumbas tienen por lenguaje las flores de resurrección que nacen sobre las sepulturas; ni lágrimas pasajeras ni himnos de oficio son tributo propio a los que con la luz de su muerte señalaron a la propiedad humana soñolienta el imperio de la abominación y la codicia. […] Pido luto a mi pensamiento para las frases breves que se esperan esta noche del viajero que viene a estas palabras de improviso, después de un día atareado de creación; y el pensamiento se me niega al luto [Martí, 2004: 69. Las cursivas son mías].
En este preciso pasaje podemos apreciar dos dimensiones del escritor: por un lado, el pensador que ensaya su estilo y reflexiona en torno a esta propia misión en aras de pensar la condición de su tiempo y sus contemporáneos en el contexto geopolítico de América Latina en relación con el mundo. Por otro, el poeta, el literato, que irrumpe constantemente en el ejercicio ensayístico y se involucra en incorporar los elementos de la sensibilidad, la imaginación y la intuición al servicio del ensayo que Alfonso Reyes denominaba “el centauro de los géneros” (Stavans y Villoro, 2014: 59). Juan Villoro comentaba algo curioso: “un escritor era alguien con una prosa superior a sus ideas y un filósofo alguien con ideas superiores a su prosa” (49). El pensador, entonces, sería la sutil e imperceptible consistencia entre la prosa y las ideas. José Martí pertenece a esta inusual cartografía de los pensadores en nuestra lengua. Tengo la ligera sospecha de que nos falta un camino por recorrer en la exploración de este terreno de Martí que fluctúa entre el ensayo, la crónica y la epístola.
A mí en lo personal me interesa en José Martí los aforismos que pululan en los textos de prosa, suspendidos en una temporalidad latentemente autónoma, esos espacios de brevedad contenida, una sabiduría propia que poseen los auténticos pensadores con una prodigiosa fuerza vital a punto de desbocarse. Martí es un manantial a punto de desbordarse y por ello mismo se enjaula en este tipo de textos dentro del texto mismo. Martí, por un lado, es heredero de la escuela védica, taoísta y confuciana, además del hexámetro homérico; por otro, un contemporáneo de Nietzsche y Rimbaud. El aforismo en nuestra lengua no tiene una tradición arraigada, pero tiene maestros muy escasos y selectos. Se parece a aquel árbol que el propio Martí describió en un admirable aforismo: “El árbol que da mejor fruta es el que tiene debajo un muerto” (Martí, 2004: 70).
Entiendo la literatura de la forma de una amplia y heterogénea familia de autores que conversan entre sí en una extensa red entre los siglos y los espacios. El mismo Stavans asegura: “Yo leo para saber que no estoy solo, que vivo en comunidad” (Stavans & Villoro, 2014: 48). José Martí no está aislado de este “manantial sin fin de la literatura” y abona con sus “nuevos pinos” a esta abigarrada naturaleza silvestre de la que nos nutrimos día con día. ¿Qué es la literatura, sino el intenso coloquio de sus jinetes que se debaten en este duelo cotidiano de las letras, las ideas y el espíritu?
Quisiera haber podido esmerarme un poco para traer a esta conmemoración la más que discutible reflexión sobre “el peligro, el grande peligro, que supone educar a nuestros hijos en el extranjero”, pero es preferible retomarlo en dos años que es cuando se conmemoran los 130 años de “La educación en el extranjero”, texto leído en El colegio de Tomás Estrada Palma en el Central Valley de Nueva York, publicado en Patria el 2 de julio de 1893. Hay mucho que conversar sobre la importancia, la necesidad y la conveniencia de educarnos en el extranjero; sobre todo, si concebimos la educación como un proceso constante y complejo que no concluye nunca.
Como ustedes han podido constatar. He tratado de trazar, el día de hoy, un perfil algo atípico e inusual de la figura con que solemos reconocer a José Martí. Yo lo concibo como un profundo hombre de ideas y letras que sin ellas, no habría podido convertirse en el revolucionario y libertador que hoy conocemos frente al terrible escrutinio de la historia. Desearía concluir estas palabras con unos versos de Miguel Hernández en honor a este prosista y poeta singular que conmemoramos la tarde de hoy:
Muere un poeta y la creación se siente
Herida y moribunda en las entrañas.
Un cósmico temblor de escalofríos
Mueve temiblemente las montañas,
Un resplandor de muerte la matriz de los ríos
(Hernández, 2009 [2002]: 50)
Y las palabras del propio Martí: “Otros lamentan la muerte necesaria; yo creo en ella como la almohada, y la levadura y el triunfo de la vida” (Martí, 2004: 70).
*Texto leído el 6 de febrero de 2021 durante los 168 años del nacimiento del escritor cubano, José Martí. Tan solo ha sido revisado superficialmente. Una versión amplia, actual y crítica del mismo está en germinación lo que solicito la paciencia y la indulgencia del lector de hoy
Referencias
Borges, Jorge Luis (2009) Siete Noches (3ª. reimp., epílogo de Roy Bartholomew), México: FCE (Col. Tierra Firme).
Hernández, Miguel (2009) El Rayo que no cesa y otros poemas. Antología, México: Tomo, 2002.
Martí, José (2004) Páginas escogidas, México: Época (Col. Nuevo Talento).
Rodó, José Enrique (2014) [1915]. Cinco ensayos. Montalvo, Ariel, Bolívar, Rubén Darío, Liberalismo y jacobinismo (Prólogo de Hugo D. Barbagelata), México: CONACULTA (Cien de Iberoamérica).
Rogan, Eugene (2010) [2009]. Los Árabes. Del imperio otomano a la actualidad (trads. Tomás Fernández Eúz y Beatriz Eguibar), Barcelona: Crítica.
Said, Edward (2005) [1994]. La pluma y la espada. Conversaciones con David Barsamian (2ª. ed., trad. Bertha Ruiz de la Concha. Introducción de Eqbal Ahmad), México: XXI.
——————- (2003). Prefacio a Orientalismo. La Jornada (16 de agosto de 2003).
Salgado, Dante (2011). Jaime Sabines: corazón descalzo, México: PRAXIS.
Stavans, Ilan & Villoro, Juan (2014) El ojo en la nuca. Conversaciones, Barcelona: Anagrama (Col. Narrativas hispánicas).
Taboada G., Hernán H. (2012). Un orientalismo periférico: Nuestra América y el Islam, México: Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe-UNAM (Col. Filosofía e historia de las ideas en América Latina y el Caribe).
Vela, Arqueles (2005) [1949]. El modernismo. Su filosofía, su estética, su técnica (6ª ed.), México: Porrúa (Col. “Sepan cuantos…”).
Mehdi Mesmoudi (Tánger, Marruecos, 1987) es doctor en Ciencias Sociales, con orientación en Globalización e Interculturalidad (2019) por la Universidad Autónoma de Baja California Sur (UABCS). Profesor-investigador y miembro del Cuerpo Académico en Estudios Humanísticos del Departamento Académico de Humanidades de la UABCS. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Miembro del Sistema Estatal de Investigadores por el Consejo Sudcaliforniano de Ciencia y Tecnología. Responsable del Ciclo de Conferencias: Marruecos y América Latina y Coordinador del Seminario Internacional de Investigación: Marruecos y América Latina en la cartografía transhispánica. Autor de 5 artículos científicos y 11 capítulos de libro. Sus líneas de investigación transitan entre la teoría e historia literarias, la literatura comparada y los orientalismos de lengua española. En proceso de escribir un libro sobre la vida, la figura y la obra de Mohamed Chukri.
Además de la trayectoria académica, también ha incursionado en la creación literaria
donde ha obtenido dos menciones honoríficas en concursos literarios en México con dos títulos de poemarios: Rugidos después de la batalla (con prólogo de Cristián Ricci, México: Paquidermo, 2019) y Testimonios sísmicos (México: Los Cabos, 2018). Este último traducido en lengua francesa por el filólogo Ahmed Oubali a principios de 2019 (https://ahmedoubali.blogspot.com/2018/12/une-autre-poesie-une-poesie-autre.html). Ambos han sido abordados por la crítica, Ramón Cuéllar en 2019 (https://www.culcobcs.com/cultura-entretenimiento/rugidos-despues-de-la-batalla-de-mehdi-
mesmoudi/), Ahmed Oubali en 2019 (https://ahmedoubali.blogspot.com/2018/12/lo-bello-
y-lo-siniestro-en-la-poesia-de.html) y, de nuevo, Ramón Cuéllar en 2018 (https://www.culcobcs.com/cultura-entretenimiento/testimonios-sismicos-de-mehdi-
mesmoudi/?print=print