“Dos visiones del Paso del Norte” Por Echedey Medina Déniz

En la Revista Trasdemar difundimos ensayos y crítica literaria de actualidad en español
Fotografía de Juan Rulfo

Presentamos en la Revista Trasdemar el ensayo de Echedey Medina Déniz (Moya, Gran Canaria, 1994) dedicado al fenómeno de la migración en la zona fronteriza del Paso del Norte en México, a través de una lectura comparativa de la película Maldita miseria (1983) de Julio Aldama y el cuento Paso del Norte (1953) de Juan Rulfo. Nuestro colaborador es Graduado en Lengua Española y Literaturas Hispánicas por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y autor del poemario “Una segunda oportunidad sobre la tierra” (CAM-PDS, 2019) Compartimos el ensayo en nuestra sección “Telémaco” de literatura contemporánea

El Paso del Norte ha sido inmortalizado por el imaginario mexicano (por su natural sitio fronterizo) en canciones, estilos de música, películas y literatura. Ha dado lugar a la reflexión sobre una realidad propia, la fronteriza, y a circunstancias en las que se circunscriben identidades como la chicana, que es como se conocen a los estadounidenses con origen mexicano

ECHEDEY MEDINA DÉNIZ

¿Y allá pos pa qué, si solo hay polifonías del dolor postergado?

El Paso del Norte, como se conoce al puente que separa Ciudad Juárez, en el estado mexicano de Chihuahua, de El Paso, en el estado estadounidense de Texas, ha sido a lo largo de la historia de Centroamérica uno de los puntos calientes de la emigración hacia el norte. El norte (la metonimia que es adoptada en el imaginario del emigrante para referirse a EEUU) es muchas veces la quimera soñada para el cubano, el hondureño, el guatemalteco, el mexicano, nicaragüense o costarricense, por decir solo algunos de los gentilicios más próximos a Estados Unidos, aunque bien sabemos que es representativo el número y diversidad de latinoamericanos que residen en EEUU y que engrosan las más de las veces con sudores y sacrificio el trabajo más duro en las sociedades estadounidenses. Con problemas de desarraigo, con honda busca de una identidad mestiza e integrada que le dé sentido al esfuerzo y al emprendimiento en la tierra donde quieren echar raíces y donde se desenvuelven, confrontados a diario con la xenofobia, la misoginia, el machismo y la paranoia de un sector de la población estadounidense que siempre ha estado visible pero que quizás nunca como en los últimos tiempos ha estado más polarizado (sector encarnado en el expresidente Donald Trump) y expuesto al mundo. El racismo en EEUU no acaba con la abolición de la esclavitud -antes bien, parece que empieza contemporáneamente aquí-, y la conquista de los afroamericanos, latinos y otros pueblos por sus derechos e igualdad de condiciones de vida en los Estados Unidos de América es una lucha que aún está en proceso, al caso de George Floyd podemos remitirnos. Con todo esto tiene que lidiar el migrante cuando llega a radicar al país, con la dificultad propia que el ser migrante conlleva.


El norte es foco de ilusiones, incierto sueño del porvenir, paradójica raíz en tierra ajena, nuevo comienzo donde todo está intacto, búsqueda de la fe y el amor a ciegas, y ese paso fronterizo es el estadio intermedio que hace las veces de purgatorio para los mojados, como se llama despectivamente a los que cruzan el Río Bravo; así lo dice Diego Luis Ramírez:


El norte es el país que está al otro lado, la panacea, el lugar soñado para solucionar todas las angustias que depara la pobreza. Para llegar al país del norte, el lugar de los sueños, hay que cruzar el Paso del Norte, legal o ilegalmente. (…) El Paso del Norte es una zona metropolitana trasnacional con más de dos millones de habitantes y un emporio industrial que comprende en el lado mejicano las ciudades de Nogales, Mexicali y Tijuana en el oeste y Nuevo Laredo, Reynosa y Matamoros en el este, mientras que Ciudad Juárez (El Paso) está en el centro. El Río Bravo marca la frontera entre los dos países, corriente fluvial que en el país del norte llama Río Grande y que se convierte en el referente obligado por vía férrea o por carretera, para quienes quieren lograr el sueño americano que no pocas veces será una pesadilla. (El Quinidiano, 20/02/20)


El Paso del Norte ha sido inmortalizado por el imaginario mexicano (por su natural sitio fronterizo) en canciones, estilos de música, películas y literatura. Ha dado lugar a la reflexión sobre una realidad propia, la fronteriza, y a circunstancias en las que se circunscriben identidades como la chicana, que es como se conocen a los estadounidenses con origen mexicano. Una reconocida chicana es la escritora y activista Gloria Anzaldúa, originaria de Texas, quien en textos alumbradores como su ensayo autobiográfico La Prieta, nos acerca al pensamiento fronterizo: “soy una puente (sic) columpiada por el viento, un crucero habitado por torbellinos. Gloria, la facilitadora, Gloria, la mediadora, montada a horcajadas en el abismo” (CASTILLO, MORAGA, 1998:137).


Esta frontera acaso es trasunto de una realidad: el individuo y el colectivo, el viaje y la espalda que aventura la peregrinación. El viaje es uno de los grandes temas de la literatura de todos los tiempos; merced a él, el viajero se encuentra con las inclemencias, adversidades y fortunas de aventurarse a lo desconocido por mejorar su situación.


Vamos a compartir con ustedes, pues, dos manifestaciones artísticas que reflejan lo que acontece a dos emigrados mexicanos, dos personas que cruzan el Paso del Norte con paralelos aunque familiares resultados. Dos vasos comunicantes que forman parte de la misma moneda. La película mexicana Maldita miseria (1983) de Julio Aldama y el cuento Paso del Norte, del también mexicano Juan Rulfo (1953).

POLIFONÍA DEL DOLOR POSTERGADO: DOS VISIONES DEL PASO DEL NORTE

Maldita miseria (1983), Julio Aldama

Maldita miseria es una película mexicana de 1983 rodada por el director, actor, cantante y guionista Julio Aldama en colaboración con Perumex, Producciones Rodas S.A. En su elenco contó entre otros con la participación, bien como protagonistas o como apariciones estelares, de varios cantantes de ranchera, la música mexicana por excelencia, como Juan Valentín (protagonista), Mercedes Castro (protagonista), Lupita Castro (secundaria), Gerardo Reyes y Cornelio Reyna, todos intérpretes reconocidos que acompañan el largometraje con nostálgicas y desgarradas canciones cuyo eco resuena hondo en la zozobra errante de Juan Manuel (Juan Valentín) durante su trágico y sensual periplo por los Estados Unidos buscando la prosperidad. Podemos citar como ejemplo un trozo de la fugitiva y anhelante canción Rumbo al sur, de Gerardo Reyes:


Me voy en ese tren
que va con rumbo al sur
y quiero que esta noche
tú me des mi despedida


La sinopsis del filme en la plataforma cine.com anuncia que “al irse José Manuel empieza la terrible pesadilla, pues su mujer queda al acecho de los buitres del deseo”, y lo cierto es que nos parece un buen resumen del drama que late sinuoso bajo los avatares que van aconteciendo a esta familia norteña mexicana.


Juan Manuel y Mercedes tratan de sacar adelante a sus dos hijos en algún lugar indeterminado del norte de México; Juan Manuel trabajando en la tierra, arando, sembrando y recogiendo, y Mercedes en el tradicional papel de madre y ama de casa. La vida de Juan Manuel comienza a cambiar desde el principio de la película, cuando, con la mirada perdida en la infinita tierra, el hombre lamenta su sacrificio en vano y se desespera y rabia por la mera posibilidad de elegir otros rumbos: “ya estoy cansado de esta maldita pobreza. Por más que trabajo como burro, la tierra se niega y las plantas secan por falta de agua.” Y aunque la compañera trata de darle resignada fe: “no te preocupes, viejo. Dios dará para todo”, ya Juan Manuel parece decidido a cambiar su rumbo para siempre tanteando la idea de emigrar pa’l norte. Y este será el principio de su peregrinaje. En una visita a su amigo Lorenzo “Lencho” (Rafael Inclán), Juan Manuel se siente tentado porque en casa de su amigo no falta de nada, y es que al parecer le han ido muy bien las cosas: Lencho acaba de regresar de Estados Unidos, regala comida a Juan Manuel para su familia y, junto con esto, lo invita a que se vaya con él a trabajar. El apoyo de Lencho será fundamental para Juan Manuel en lo venidero y, para bien o para mal, su presencia contribuirá también a su caída.


Con el objeto de reunir el dinero que le hace falta para emigrar a Estados Unidos lo antes posible, Juan Manuel decide vender a don Ramón (Wally Barrón), estereotipado hacendado de la zona, sus dos bueyes (metáfora de todo lo que tiene, todo lo que puede entregar y toda su herencia) por cinco mil pesos, ante la desconfianza y la omisión de la siempre resignada Mercedes: resignada por ajena al sueño de la prosperidad, ajena porque yace resignada en un limbo de vida sin sobresaltos pero también sin esperanza.


Don Ramón accede y le compra la yunta por cinco mil pesos, pero más que la yunta le interesa “la vieja”, como él dice; la mujer que queda en el desamparo como madre soltera y por tanto vulnerable a la codicia y la violencia de hombres poderosos e impunes como él; hombres para los que el cuerpo del deseo (el cuerpo que se desea) es apetitoso premio, esquelético manjar por violentar, virgen terreno conquistable, tanto más cuando eso implique la relación de poder que se deduce de la legítima compra de un objeto sexual de Lupita a cambio de un menor esfuerzo de trabajo para su marido, a cambio de sortear un escalón productivo puede comprar la salvación. Precisamente este asedio del buitre lo veremos de contrapunto a la búsqueda del migrante a lo largo de la película.


Mercedes, sola y vulnerable, desconoce el paradero de su marido y, extrañada, le pide trabajo al hacendado, a lo que éste sentencia: “lo de siempre, se largan de aquí con la ilusión del dólar.” Mientras tanto, José Manuel y Lencho, que ya consiguieron pasar la frontera gracias a los coyotes (así se llama a los traficantes de personas que especulan con este negocio en el norte de México), trabajan en la pizca de tomates en una plantación de Texas y les sucede lo mismo que cuenta La Prieta: “cincuenta o hasta cien de nosotros nos dejábamos caer a la tierra, mientras una nube de insecticida nos laceraba los ojos, tapándonos las narices. (…)No había sanitarios en las siembras anchas” (CASTILLO, MORAGA, 1998:135).


Juan Manuel empieza a enamorarse de Lupita, la hija del dueño de la plantación, desde que ella repara en sus dotes de cantante y guitarrista. Merced a esta algo estereotipada relación imposible entre dos clases sociales separadas por un abismo, Juan Manuel se va acercando a un descenso trágico, puesto que el deseo que siente por la hija del patrón puede leerse como el deseo análogo por el poder y por la sensualidad del ideal capitalista: el dinero acumulado con hambre sacia el sudor del esfuerzo. Con más claridad presentimos la tragedia de Juan Manuel cuando descubrimos que Lencho ha estado jugándose a las cartas todo el dinero que su amigo le ha ido pasando para que lo envíe por giro postal a su esposa Mercedes y sus hijos, allá en México. Finalmente, y como a punto de rozar con los dedos una redención que nunca llega, Juan Manuel muere recogiendo tomates a causa de una caída justo antes de regresar a México. La compañía envía a Mercedes por medio de Lencho una indemnización económica que ella, abatida, se niega a firmar.
Con una mano delante y la otra detrás. Con las ilusiones reventadas quedan muchas veces las personas que, como Mercedes, esperan entre letanías de oraciones alguna noticia del pariente que se marcha del país y solo reciben rebotado en su propio deseo el hábito enajenado y alienante de la espera.


Cabe señalar a modo de curiosidad que podríamos considerar la película desde la trama hasta la banda sonora como intertextualidad de la canción Vendiste los bueyes o Maldita miseria, compuesta por las hermanas Padilla, de la que Mercedes Castro haría una adaptación propicia a la película:


Mi negro del alma, te juites pa’l norte, / dejates la siembra por una ilusión. / Vendites los güeyes para el pasaporte, / ¡maldita miseria la de esta región!», plantea la primera estrofa de la canción. El hombre se marcha a Estados Unidos y la mujer se queda sola con los hijos, peleando por sacarlos adelante en una tierra ingrata. «Con un burro flaco hicimos labranza, / hicimos la escarda con un azadón. / Miramos al cielo con una esperanza, / las nubes se fueron como maldición. / Mis hijos lloraban, dejándome sorda. / Me fui pa la hacienda, yo quise robar. / Les truje nopales y un cacho de gorda / y yo ya sin fuerzas me puse a rezar», se lamenta la narradora. Los últimos versos eran un mazazo que destrozaba el ánimo de los oyentes, sometidos a menudo a experiencias similares a las relatadas: cuando el dinero por fin llegaba, venía envuelto en malas noticias. «Los gringos mandaron la plata a montones / con unos papeles que había que firmar. / Mi prieto había muerto en las fundiciones, / no quise la plata y me puse a llorar». (BENITO, El Correo 13/06/20)

Paso del norte, Juan Rulfo (1953)

La producción literaria de Juan Rulfo es ya un paradigma en las letras hispánicas que ha bastado para agenciar a su autor en un halo de leyenda y mito. Concentrado en sus dos únicas obras, El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955), el universo rulfiano es distinguible por la relación impactante que guarda para con el lector y, lo que es más revelador, para consigo mismo: los personajes de sus cuentos y de su novela son personajes vulnerados y vulnerables, personas que traen desde muy hondo resabios de violencia, codicia, desconfianza, injusticia, sangre y culpa.


Concretamente suelen estar enmarcados en el proceso revolucionario y posrrevolucionario de México y en este espacio se dan los grandes motivos de la literatura: el viaje, la venganza, la avaricia, la búsqueda del padre, el incesto; estos son solo algunos de los temas que se introducen en las complejas relaciones metaliterarias que se crean de los personajes rulfianos. No obstante, el contexto en el que crece Rulfo es de orfandad, violencia, abandono y desalojo de las zonas rurales (San Gabriel, Apulco o Sayula son solo algunos de los pueblos jaliscienses por los que deambuló), de manera que en su literatura se hace notoria “la contradicción de ese lugar que por costumbre llamamos México. Un territorio rebasado por su propia realidad, cuya existencia constantemente está en entredicho, a duras penas subsistiendo, reinventándose seguido para continuar sobreviviendo.” (GARZA ONOFRE, El Borde, 06/01/2017).


Por ello, la obra de Juan Rulfo dialoga con una violencia a duras penas digerida, una crueldad desmesurada que tiene su correlativo en los abusos del poder siempre omnímodo y atropellado para con sus hijos, pero que es, también, toda experimentación posible del ser humano para con el dolor, el sufrimiento y el daño recibido, toda terapia que pretende ser sanada, digerida o rebajada por medio de la palabra, puesto que en palabras de Héctor Abad Faciolince: “cuando no hay un punto de apoyo en la realidad para explicar el horror de lo real, no queda otro camino que recostarse enlos hábitos de la imaginación”, es decir en la fantasía”(GARZA ONOFRE, El Borde, 06/01/2017). Y son estos los personajes de Rulfo, deambulando en círculos espirales (quizá imagen de un purgatorio sin fin) por remotos “lugares en los cuales la tierra difícilmente pudo dar fruto al no ser cultivada debido a que los hombres eran reclutados para luchar, estuvieran o no de acuerdo” (GARZA ONOFRE). El anhelo de un movimiento, de un viaje nunca realizado lo vemos repetido y metamorfoseado en muchos de sus personajes. En uno de los cuentos de El llano en llamas el narrador de La Cuesta de las Comadres lamenta que el pueblo se va deshabitando aunque él no se vaya:


(…) y yo también hubiera ido de buena gana a asomarme a ver qué había tan atrás del monte que no dejaba volver a nadie; pero me gustaba el terrenito de la Cuesta, y además era buen amigo de los Torricos. (RULFO, 2011:44)


En Luvina el narrador advierte a su interlocutor, un impenitente viajero, de la inutilidad del viaje aunque emprenderlo sea inevitable, como si quedarse fuera la única opción, o la más sensata. Como si Luvina fuera la constatación de que ya no existe aquello o aquel lugar por el que algún día valió la pena luchar, tener fe, esperanzas: esperanzas, grandes plantas que crecen y ahogan al que cree en ellas para sepultarlo, como si la vida fuera una trampulina constante para con las heridas del descubrimiento, un zorro que se refleja a sí mismo y sale corriendo. Algo parecido expresa el narrador de Luvina cuando nos confiesa quizá la verdad más desalentadora de todo el cuento (aquella que si Rulfo conoció, nunca nos quiso compartir, ya fuera por egoísmo o por salvarnos):


En esa época tenía yo mis fuerzas. Estaba cargado de ideas… Usted sabe que a todos nosotros nos infunden ideas. Y uno va con esa plata encima para plasmarla en todas partes. Pero en Luvina no cuajó eso. Hice el experimento y se deshizo…(RULFO, 2011:120)


Y se reconoce, quizás, el orgulloso empeño imposibilitado para siempre de poder cambiar nada, se reconoce que aunque el impacto sea revelar la fatalidad de lo que es inevitable, siempre se buscará la esperanza, el contacto con algo intocado que resulta ser el hueco de las ilusiones:


Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa, como si a toda la gente le hubieran entablado la cara. Y usted, si quiere, puede ver esa tristeza a la hora que quiera.
(RULFO, 2011:114)


Y en Pedro Páramo Eduvyges Diada le dice al narrador:


Tiliches -me dijo ella -. Tengo la casa toda entilichada. La escogieron para guardar sus muebles los que se fueron, y nadie ha regresado por ellos. Pero el cuarto que le he reservado está al fondo. Lo tengo siempre descombrado por si alguien viene. (RULFO, 2004: 45)

Como afirma Cristina Rivera Garza, “los textos rulfianos son, sobre todo, textos en proceso de migración… escudriñan el territorio mientras lo fundan” (GARZA ONOFRE), y Paso del Norte no es una excepción en este sentido; si bien en este cuento se evidencia ya desde el título el leit motiv que mueve al sujeto principal de la historia: la emigración, o lo que es lo mismo, el sueño americano. Ante la noticia de que su hijo se quiere ir, el padre reacciona con incredulidad, pero también con el desaliento propio del mundo rulfiano, con la brusquedad de la apatía, el miedo y la sospecha, y pronto, antes del viaje, empiezan los reproches por parte del hijo:

—No hallo qué decir, padre, hasta lo desconozco. ¿Qué me gané con que usté me criara? puros trabajos. Nomás me trajo al mundo al averíguatelas como puedas. Ni siquiera me enseño el oficio de cuetero, como pa que no le fuera a hacer a usté la competencia. Me puso unos calzones y una camisa y me echó a los caminos pa que aprendiera a vivir por mi cuenta y ya casi me echaba de su casa con una mano adelante y otra atrás. Mire usté, éste es el resultado: nos estamos muriendo de hambre. La nuera y los nietos y éste su hijo, como quien dice toda su descendencia, estamos ya por parar las patas y caernos bien muertos. Y el coraje que da es que es de hambre. ¿Usté cree que eso es legal y justo?

Precisamente, el concepto de “lo legal y lo justo” no existe en el mundo rulfiano salvo en este cuento, donde un deseo de asimilar la marcha al norte evidencia que el objetivo es “ a ganar dinero. Ya ve usté, el Carmelo volvió rico, trajo hasta un gramófono y cobra la música a cinco centavos. De a parejo, desde un danzón hasta la Anderson esa que canta canciones tristes.” (RULFO, 2011: 126), en una ideologización de la orientación con un binomio de progreso/pobreza que suele ser relativo a norte/sur:


La persona que decide migrar no solo lo hace mirando hacia Estados Unidos, sino también justificando su decisión en el dinero, en hacerse rico, en esa exitosa y afamada noción que encierra el “sueño americano”. Porque bajo ciertas perspectivas hegemónicas, parecería que la única manera de organizar el mundo es la desplegada por los países occidentales, situados en la parte superior del planisferio. En esa idea monetarizada de la vida, extremadamente liberal, individualista, consumista y uniforme que ha propagado el denominado norte global. (GARZA ONOFRE)

Finalmente, y del mismo modo que para Juan Manuel, protagonista de Maldita Miseria, el protagonista de Paso del Norte no saca nada en claro con su sueño migratorio y cuando al regreso fallido le cuenta la odisea a su padre, le refiere que un guardia migratorio le dijo: “¿De dónde eres? No debías de haber salido de allá”, el padre nuevamente le reprocha con condescendencia lo caro de su capricho y de las ilusiones y lo previene de las novedades acontecidas en su ausencia:

Eso te ganaste por creido y por tarugo. Y ya verás cuando te asomes por tu casa; ya verás la ganancia que sacaste con irte. (…) Se te fue la Tránsito con un arriero. Dizque era rebuena, ¿verdá? Tus muchachos están acá atrás dormidos. Y tú vete buscando onde pasar la noche, porque tu casa la vendí pa pagarme lo de los gastos. Y todavía me sales debiendo treinta pesos del valor de las escrituras.
(RULFO, 2011: 131)

Los que quedan sobreviven aferrados a la ilusión y al recuerdo y le sonríen al porvenir esperando noticias y dinero del pariente emigrado, pero (muchas veces) sus ilusiones se ven reventadas y quedan en el laberinto de un desconsuelo sin salida que se parece bastante al reproche, y que se crea de la desilusión de haberse ido llenando de una ilusión inútil que ha ido a parar ahora en tierra baldía. Así se tienen malas noticias del pariente que emigra, y cuando no se tienen, se vive en un limbo de incertidumbre por la acumulación de los días. Otras, como en el segundo ejemplo, el emigrado regresa con una mano delante y otra detrás y esa orfandad que queda del empeño de la ilusión es recriminada por el familiar que ya le había avisado de que marcharse era inútil, como si se hubiera nacido para el mismo destino atávico de lo que se sabe de los antepasados.


Estas dos realidades ficticias recogidas torno al paso fronterizo de México y Estados Unidos tienen su trasvase directo a los acontecimientos más actuales de racismo, segregación y violencia. El horror, el neoliberalismo más crudo de este sálvese quien pueda, la anulación de los cuerpos (no) elegidos para la abundancia, el genocidio sistemático de estos cuerpos, la banalidad del mal; en palabras de Vladimir Guerrero (aunque aplicadas al narcotráfico)

Son imágenes y materiales de la desmesura violenta que el necropoder del crimen organizado infringe en la sociedad del México actual. Estas materialidades se ocupan también de los angustiantes escenarios de la muerte y de las escenas de lo fantasmal que este narcopoder desarrolla en todo el territorio nacional y en donde se puede visibilizar cómo toda calma civil es despojada por acciones estremecedoras. (GUERRERO, 2018:26)


BIBLIOGRAFÍA

ALDAMA, Julio. Maldita miseria (1983). Recuperado de: MALDITA MISERIA – YouTube más información en: Maldita miseria – Película 1983 – CINE.COM
CASTILLO, Ana, MORAGA, Cherrie. Esta puente mi espalda. Voces de mujeres tercermundistas en los Estados Unidos. Ism Press, San Francisco, 1998.
BENITO, Carlos. El hombre que vendió los bueyes para emigrar al norte. El Correo, 13/06/20. El hombre que vendió los bueyes para emigrar al norte | El Correo
GARZA ONOFRE, Juan Jesús. “Paso del Norte”, un cuento de Juan Rulfo sobre migración. Banner Home, Borde Jurídico, 06/01/2017. “Paso del Norte”, un cuento de Juan Rulfo sobre migración – BORDE
GUERRERO HEREDIA, Marco Vladimir. EL NARCOGÓTICO MEXICANO Escrituras del horror y la violencia en el México del Siglo XXI. Pontificia Universidad Católica de Chile, 2018.
RAMÍREZ HINCAPIÉ, Diego Luis. Paso del norte. El Quindiano, 20/02/2020. PASO DEL NORTE | El Quindiano
RULFO, Juan. EL LLANO EN LLAMAS. Cátedra, 2011.
RULFO, Juan. PEDRO PÁRAMO. Cátedra, 2004.

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