Presentamos en la Revista Trasdemar la nueva reseña de nuestro colaborador Besay Sánchez Monroy dedicada al libro “Omnívoro” del autor Manuel Iván Pérez Fernández, galardonado con el Premio de Relatos Cortos Isaac de Vega en 2023. Esta es la primera entrega de una serie dedicada a la crítica literaria sobre los libros de narrativa breve que han sido publicados en las ediciones del premio convocado por CajaCanarias desde el año 2017 hasta el presente. Compartimos la reseña en nuestra sección “El invernadero” de literatura insular contemporánea
Manuel Iván Pérez Fernández (Santa Cruz de Tenerife, 1978) cursó estudios de enfermería en la Universidad de La Laguna. Posteriormente, realizó la especialidad de enfermería obstétrica-ginecológica en el Hospital Universitario Nuestra Señora de La Candelaria. En el plano de la literatura, ha sido ganador y finalista en diversos concursos literarios a lo largo y ancho de la geografía española. Actualmente, se halla inmerso en la corrección de su primera novela.
Los premios literarios suelen considerarse como un mecanismo con el que dar a conocer al público obras de calidad y crear un posible canon que sirva como referencia a los investigadores del futuro. Esa es, a priori, su función, aunque cualquiera un poco metido en estos asuntos sabe que suelen pervertirse con el decurso del tiempo. Esto puede deberse a muchas razones: intereses comerciales, preferencias del jurado al premiar siempre un mismo tipo de obras, la baja calidad de los manuscritos presentados que hace que el certamen pierda su sentido (por esta razón desapareció, entre otros, el premio La sonrisa vertical). Estas dos últimas problemáticas parecen formar parte de la decadencia que han experimentado los premios de la Fundación CajaCanarias, en concreto el Premio de Relato Corto Isaac de Vega, que quedó desierto en el ejercicio de 2021, y el mítico Premio de Novela Benito Pérez Armas, que no solo ha quedado dos veces desierto en los últimos siete años, sino que su prestigio se ha visto menoscabado del tal manera que la Fundación ha decidido reducir a la mitad la dotación económica que antaño se percibía. Este hecho, sumado a que ya ninguna editorial externa se hace cargo de la edición de los ganadores y a la poca crítica literaria que se ejerce en Canarias, provoca que estas obras supuestamente valiosas tengan apenas distribución y queden condenadas a permanecer en el depósito de la Fundación CajaCanarias como remanentes de un proyecto fallido.
Sería interesante que, en algún momento, los premios de la Fundación CajaCanarias fueran tomados por convocantes y concursantes con la seriedad que, por ejemplo, demuestra Casa de las Américas, cuyos certámenes han servido para descubrir a escritores de la talla de Ricardo Piglia, Roque Dalton y el premio Cervantes Sergio Ramírez. Esto, no obstante, no solo debe ir unido a un deseo riguroso de crear y premiar buena literatura, sino que también deben destinarse unos fondos a la correcta distribución y difusión de los ganadores. Está en mano de todos evitar que la literatura canaria se estanque y se convierta en sumidero de mediocridad y conformismo (si no lo es ya, pensarán seguramente algunos).
En 2017, los convocantes del Premio de Relato Corto Isaac de Vega tomaron una decisión que considero acertada: en lugar de seguir publicando un único cuento ganador acompañado de varios accésits, tomaron la resolución de convertir el certamen en uno orientado a los libros de cuentos. De esta forma se brinda un respiro a este género, siempre maltratado por el gran público e ignorado por las editoriales, y se convierte en un reducto con el que reivindicar el cuento canario, que posee excelentes cultores como Alonso Quesada, Víctor Ramírez o los hermanos Millares Cubas. Sin embargo, poco seguimiento ha tenido desde entonces por parte de la crítica, pues solo he podido encontrar alguna reseña aislada en Internet de varios de los ganadores. Como quiero aportar mi granito de arena en la conformación de un ecosistema literario e intelectual canario que merezca ese nombre, he tomado la resolución de criticar los cinco libros premiados desde el cambio de formato, aunque en orden inverso, es decir, empezando por el más reciente y terminando por el más antiguo, pues los últimos son los más fáciles de encontrar.
Omnívoro (2023), de Manuel Iván Pérez Fernández, es el galardonado más reciente del certamen. Obstetra de profesión, eso no le ha impedido, como a Tomás Morales, el ejercicio de las letras. No es la primera vez que Pérez Fernández participa en el Isaac de Vega; en 2015 obtuvo el segundo premio con el cuento «Continuidad de los padres», que no he leído pero cuyo título revela una vena cortazariana que es patente en varios de los textos del volumen. Todo buen libro de cuentos (aunque no es una regla de obligado cumplimiento) habitualmente orbita alrededor de una idea o concepto que suele estar presente en todos los textos. Los cuentos de Omnívoro se construyen a partir del concepto de «otredad» practicado por escritores como Julio Cortázar o Silvina Ocampo, en cuyas cuentísticas abunda las metamorfosis y los intercambios de identidades a través de procedimientos en los que dos personajes opuestos acaban reconociéndose en el otro. Para hacerlo más claro, dos muestras: en el cuento «Axolotl» de Cortázar, un hombre que observa frecuentemente un tanque de ajolotes acaba intercambiando su cuerpo con el de una de las criaturas, o al menos esa es una de las tantas interpretaciones del relato; en el cuento «La última tarde» de Ocampo, un hombre que asesina a su hermano por dinero hereda también su sueño de casarse con una mujer.
«Esa luz» toma parcialmente el título de un poema de José María Millares Sall que es citado antes y durante la narración. Ignoro la relación que pueda tener con el cuento; más allá del título, yo no le he visto ninguna. El argumento se enmarca dentro la ficción distópica: un hombre que ha sobrevivido a una especie de imparable incendio planetario (he ahí, probablemente, la relación con el poema de Millares Sall) navega junto a su hija por un océano plagado de peligros tratando de llegar a un lugar donde todavía existe la lluvia, cuya desaparición parece ser una de las consecuencias del fenómeno del que huyen. La hija es violada en cierto momento por un joven que posteriormente se suicida y gracias a eso consigue a entrar al país de la lluvia, que está custodiado por negros (referidos tal que así en el texto), convirtiendo el relato en una metáfora de las vicisitudes de inmigración forzosa e intercambiando los roles para llevar al lector a una reflexión quizá demasiado masticada. La ficción aprovecha los tropos que Corman Mcarthy popularizó con su novela La carretera: un cataclismo inexplicable, un hombre viudo tratando de sobrevivir con su hija, personajes amorales quizá demasiado planos para ser considerados creíbles. A pesar de su falta de originalidad en las bases de su premisa y en su desarrollo, es un cuento trabajado, escrito en ciertos momentos con gran habilidad, y su mensaje no por obvio es menos interesante.
«Sin ánimo de lucro» cumple el precepto de la circularidad cortazariana: el cuento comienza justo donde acaba. El cuento, narrado en primera persona por un padre de familia, asiste a un proceso de metamorfosis e intercambio de identidades entre el protagonista y un trabajador de una ONG que decide quedarse en el hogar del matrimonio hasta que accedan a pagar la membresía de su organización. Esta situación, gracias a la magia de lo real-maravilloso, es aceptada como normal por el matrimonio. El texto se articula como una sátira contra esos trabajadores de ONG que van de casa en casa tratando de conseguir suscripciones mediante triquiñuelas moralistas. Aunque el mensaje y la ejecución son potentes, la larga extensión del relato lo penaliza por momentos, pues vuelve su trama algo reiterativa, lo que, dependiendo del lector, suele conllevar una pérdida de interés en la narración. No obstante, su final redime cualquier fallo, y descubrir que el proceso de metamorfosis al que hemos asistido forma parte de un ciclo que se repite permite toda clase de interpretaciones y lecturas, que es a lo que debe aspirar todo buen texto.
«Obediencia del padre» e «Y, sin embargo, yo» siguen el camino prefigurado por «Sin ánimo de lucro», aunque mediante distintos procedimientos. En «Obediencia del padre», un hombre debe hacerse cargo de pasear a un perro que su familia ha adoptado en contra de su voluntad. Durante sus paseos cree ver en el modo de relacionarse de los perros una conspiración en su contra: si bien en primera instancia el lector cree que el protagonista está delirando, una duda se instala cuando su edificio sufre un incendio del que apenas se libra por su obligación de pasear al can. El cuento propone un intercambio de roles en el que el amo, figura dominante, acaba dominado por su mascota; mediante un sentido del humor bien logrado, se reflexiona en torno a las relaciones de poder y cómo el poderoso siempre teme una rebelión por parte del débil cuya tentativa probablemente solo esté su imaginación. En el ámbito de las relaciones entre amos y mascotas, esto puede reflejarse como un temor del amo a que la mascota lo sustituya como figura de autoridad.
«Y, sin embargo, yo» es una sátira de estos gurús que se enriquecen a costa de dar cursos de cómo hacerse millonario a los incautos. Un padre de familia desempleado asiste a unos de esos cursos y cae en gracia al gurú, quien le invita a una fiesta en la que le propone ocupar su lugar, oferta que declina solo para descubrir a la mañana siguiente que se ha convertido en millonario y que todos sus bienes han sido sustituidos por otros más lujosos. No obstante, el acuerdo tiene truco (como en todas las historias): solo podrá mantener esa posición acomodada por cinco años y por cada uno se le formará una horrible cicatriz en el pecho. Este es quizás el mejor cuento del volumen: la voz del protagonista está muy conseguida, se siente real y tiene frases ingeniosas. El texto comienza con una analepsis que se resuelve satisfactoriamente, lo que demuestra un escritor capaz y consciente de cómo utilizar sus recursos para captar la atención del lector. El argumento me recuerda en cierta medida a la novela corta «La larga extensión», de Stephen King; que un texto recuerde al de un gran escritor siempre revela a un excelente lector.
«Lo ordinario» es, para mí, quizá el menos interesante del conjunto. Narra un sorprendente caso de embarazo masculino y profundiza en todas las etapas del mismo, con la peculiaridad de que estas reflexiones y devaneos se realizan en la mente de un varón. Vemos reflejada, una vez más, esa «otredad» mediante la subversión de roles; la historia puede ser una metáfora del Síndrome de Couvade, en el que los hombres experimentan síntomas de embarazo por poseer una fuerte conexión empática con su pareja. Más allá de esta subversión, podría cambiarse el sexo del personaje y proponer su embarazo como de riesgo y la historia y la narración no cambiarían mucho. El jefe del protagonista lo despide hasta que concluya su embarazo, lo que demuestra que este tipo de fenómenos no serían apoyados por las empresas sin importar el sexo del empleado; la vergüenza que siente al exponer su vientre hinchado en la oficina no es muy distinta a la que sentiría una mujer que sabe observada y considerada como un ente improductivo. Este procedimiento de identificación masculina permite que los hombres puedan entender las consecuencias de un fenómeno para el que son incapaces: no cabe duda de que la profesión que ejerce Pérez Fernández ha influido en la creación de este texto cuyos procesos y situaciones, quitando el componente fantástico, se sienten muy plausibles y creíbles. Nos encontramos ante un buen cuento, más allá de mi apreciación inicial, que explora una temática no muy frecuentada como es el embarazo, que en los últimos años se ha convertido en la base de varias novelas como, por ejemplo, «Leña menuda», ganadora del Premio Tusquets Editores de Novela de 2021.
Omnívoro es un buen libro de cuentos y una magnífica carta de presentación de un escritor que firma con esta su primera obra individual publicada. Manuel Iván Pérez Fernández es un autor que merece atención, y me alegro de que, gracias a este galardón, el público tenga la oportunidad de descubrir sus textos. Espero que el potencial demostrado en estos cuentos se vea materializado en una carrera literaria pródiga en títulos de similar o superior calidad.
Besay Sánchez Monroy (Pozo Izquierdo, Gran Canaria, 2000) Graduado en Español: Lengua y Literatura por la Universidad de La Laguna, actualmente cursa un Máster de Formación de Profesorado. Ha publicado la novela Neotlantis (2022)