“Gramática de la soledad” Una aproximación a Yo amaba a Toshiro Mifune de Tina Suárez Rojas, Por Felipe García Landín

Volumen de la autora de reciente publicación en la Biblioteca Básica Canaria

Desde la Revista Trasdemar presentamos la reseña de nuestro colaborador Felipe García Landín, a quien damos la bienvenida, sobre el libro Yo amaba a Toshiro Mifune de Tina Suárez Rojas (Gran Canaria) Licenciada en Filología Hispánica y profesora de Lengua Castellana y Literatura

La poeta se deja el corazón por ser la giganta de Baudelaire, la mujer ideal plena de
espiritualidad y voluptuosidad que es vista por los demás como un monstruo. La
sensibilidad más primaria siempre es percibida por el poder establecido como una
debilidad. De ahí la animalización de los sentimientos como parapeto y la defensa de
una poesía que no busca la complacencia. Frente a la poesía vacua y acomodadiza se
erige toda una poética para <<regurgitar la angustia>> e identificarse con todas las
tristezas de los hombres y mujeres, aunque la creación poética sea una locura que
conduce a la autodestrucción, verso a verso.

FELIPE GARCÍA LANDÍN

En Gramáticas de la creación afirma George Steiner que << durante períodos
demasiado largos de la historia social, el destino de la mujer excepcional ha sido el de un aislamiento forzoso bien sicológico, bien público>>. Así se expresa el profesor al referirse a la poeta Emily Dickinson. Desde la Antigüedad la soledad siempre ha estado presente en la literatura y siempre se asocia al vacío. No distingue entre géneros literarios y afecta aparentemente por igual a hombres y mujeres. La soledad para la mujer siempre fue una necesidad para realizarse plenamente como ser individual y libre. En este sentido, la soledad – según Roberta Johnson — es un estado positivo, afirmador, lleno de posibilidades para el desarrollo personal y exento de connotaciones negativas. Si pensamos en el concepto de la soledad en la literatura española, es muy probable que citemos mayormente escritores masculinos — Unamuno, Baroja, Machado, Alonso Quesada, Juan Ramón Jiménez…— porque como apunta Johnson, quizás inconscientemente, consideramos la soledad existencial territorio masculino ya que tradicionalmente la mujer se ha visto como <<un ser relacional>> que necesita estar conectada con otros — principalmente con miembros de su familia– y subordinada al espacio del hogar, históricamente impuesto como el lugar de su existencia. Los hombres suelen asociar el estado de soledad con el aislamiento, el abandono, la angustia y la desesperación. El existencialismo puso de relieve la soledad del ser humano y para los existencialistas la soledad es el camino que conduce a la muerte. Conceptos como autonomía, independencia, individualidad y creatividad se relacionan con las mujeres solas, aunque a muchas mujeres singulares se les quiera colgar otras vestimentas peyorativas. La soledad asociada a la depresión y a ciertas neurosis es tratada clínicamente pero también a veces es un muro de contención, cuando no refugio, para quien se siente agredido por una realidad que le es hostil. La soledad también es un territorio para la ascética, la mística y la inspiración artística. Alejandra Pizarnik, que sabía de soledades y aislamiento, nos dejó un poema en prosa cuyo título Fragmentos para dominar al silencio podría perfectamente definir el último poemario de Tina Suárez Rojas pues nos habla de la soledad, la infancia, el amor, la angustia, la muerte y la creación poética. Leemos a la poeta argentina: <<Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral>>. 

Yo amaba a Toshiro Mifune (Viceconsejería de Cultura del Gobierno de Canarias, 2020) parte de la memoria y de la consciencia del paso del tiempo para construir toda una poética sobre la soledad, los silencios y la autenticidad de las emociones. La poesía de Suárez Rojas siempre está concebida como un espacio simbólico para la experimentación del lenguaje y la articulación de una identidad que no deja de ser la reafirmación como mujer y poeta. La literatura y la poesía constituyen su voz y su forma de relacionarse con el mundo exterior pero también de buscarse en la complejidad del ser femenino. Para este viaje se necesita la palabra y la construcción de un lenguaje <<nuevo>> que indefectiblemente parte de una selección y combinación de elementos preexistentes en nuestra cultura y en particular en la literatura y las artes. Para George Steiner << todas las construcciones humanas son combinatorias>>. Lo que resulta novedoso es << la recombinación de lo antiguo>> y de esta manera el lenguaje es diferente y la poesía <<un ars combinatoria>> que <<señala el camino de la invención y de la reinvención>>. Así es en el caso de Suárez Rojas en lo formal puesto que – citamos al profesor — << tema y variación no solo es un dispositivo musical, sino la dinámica lingüística ordenada de la literatura in toto>>. La literatura, no se nos olvida, es lenguaje y paráfrasis pues la originalidad no deja de ser una vuelta a los orígenes.


Yo amaba a Toshiro Mifune reflexiona sobre el paso del tiempo y las heridas que este
deja. Como dice uno de sus versos, trata de <<una poeta sin lira en la era del
antropoceno>>. El libro se abre a modo de exordio con Poética — <<Amo la
desapacible belleza de la poesía>>– que nos apunta al dolor que supone el vuelo de la
creación y al necesario ruido del silencio que sostiene la arquitectura del poema. Nada
sobre el título del poemario que se abre con una Foto de colegio de 7º de EGB en 1984
y nos fija el instante en que la niña, en transición a la adolescencia, es consciente de
estar fuera de lugar. Se sabe ya una outsider, una desplazada a la que le ronda el
aburrimiento y el hastío. Poetiza lo que saben pedagogos y sicólogos: << las niñas y
adolescentes tienden a ocultar su talento para pasar desapercibidas y ser aceptadas
socialmente>>. Condenada a soñar para dominar la realidad, fabula con ser poeta y
rebelde con aspiraciones de <<tímida homicida>> para matar las normas. A partir de
aquí, la poeta nos traslada a La Salpethiere, el hospital público para mujeres rebeldes y
jóvenes; para las locas, las inadaptadas a las que hay que someter con <<camisa de
fuerza>>. La melancolía es la opción de la desplazada que deambula por el campo
semántico de la tristeza, desdicha, desconsuelo, infelicidad, dolor, desolación, nostalgia,
abandono, pena y desamparo para llegar al único destino seguro: la soledumbre.
Soledad para conocerse, para hacer recuento de lo vivido y construido, para hacer las
paces con una misma. La madurez es esto, hacer inventario y balance del recorrido
existencial, ser consciente de que la plenitud vital solo se alcanza con la creación
poética y asumir que la poesía es el resultado de la soledad — “Lo peor de ser poeta es
estar sola” –. Así, la artista poeta vagabundea, callejea con su cabeza de Gorgona por el
alma en busca de paisajes interiores y de los monstruos que los habitan. La poesía para
mitigar el dolor, para evadirse, aunque es imposible huir de la existencia porque el verso
es una viga que sostiene una ficción y el poema es el techo que da cobijo al verso que
puede ser la soga que ponga fin a la estabilidad emocional. Morir en las palabras para
renacer como la pitera que muere para florecer. La poeta necesita alas, no para volar, las
necesita como defensa para guardarse las espaldas porque inevitablemente <<las hijas
de Ícaro van a dar al mar>> ya que son soñadoras, valientes e intrépidas. No triunfan
porque están condenadas a no alcanzar sus sueños. La poeta, como un alma en pena,
busca en la memoria una puerta de acceso a otro mundo en el cual la poesía es el castillo
que encierra las riquezas espirituales de la sabiduría, la fecundidad creativa, la frescura
y dulzura de la juventud. La catábasis — el descenso a los propios temores– es un viaje
a la soledad, a la locura de soñar y fantasear. Lo espiritual, la imaginación y el amor
parecen evitar el descenso al infierno.


El carpe diem, el paso del tiempo y la muerte agazapada en la belleza ponen de relieve
el carácter transitorio de la existencia humana. El miedo al paso del tiempo, la
decrepitud del cuerpo, los horrores ante la ausencia de memoria llevan al dolor, al
desconsuelo y mantienen la insatisfacción de la poeta: <<Soy carne de incertidumbre>>.
Octavio Paz nos recuerda que la soledad es la condición misma de nuestra vida, <<se
nos aparece como una prueba y una purgación, a cuyo término angustia e inestabilidad
desaparecerán>>. Superado o aceptado el <<laberinto de la soledad>> debiera
esperarnos el reposo y la dicha de estar en armonía con el mundo: <<Madre madeja ovíllame en tu seno. / Ahora y en la hora de la parca…>>. Vuelta al principio, volver a
nacer, regreso a la infancia y comenzar de nuevo. <<La patria del corazón siempre será
el amor que no nos dieron>> y aquí reside el inconformismo pues siempre se necesita
más amor, siempre más. Esta es la utopía y también la angustia: << Esta amarga guerra
que me tengo>>. La patria del corazón se construye con la lengua escrita en la que está
todo lo que hemos sido y lo que somos. <<Escribir es vivir. Sobrevivir>>. Se apropia
Tina Suárez de este verso de Rose Ausländer para escribir su propia historia y dejar de
ser musa, porque el tiempo pasa y esculpe en la memoria que las brujas de hoy alguna
vez fueron princesas. La poesía para dejar constancia de ser porque el olvido es la
muerte. El olvido es un país para vivir sin amarres aunque para nuestra poeta es <<una
putada de arte mayor>>. De esta manera tan coloquial y sincera expresa el dolor por el
desengaño amoroso porque el amor, una vez perdido, no se recupera. El amor, oasis e
infierno, parece ser siempre la causa y razón de la creación poética. El amor es una
batalla que termina siendo cruel puesto que el amor es fugaz, aunque lo idealicemos o lo
satanicemos, pero siempre es fuente de inspiración poética para reflexionar sobre el
destino de los seres humanos. Ante el amor abandonado y humillado — igual que ese
poema desechado–, ante la indiferencia y el despecho, la escritura siempre es un refugio
para conocerse y aceptarse, aunque sigamos necesitando de la mirada del otro.
Entonces, el poema es una trinchera contra la soledad y la incomunicación, contra la
indiferencia y el vacío, contra el dolor y la muerte. En Lienzo para no mirar, la poeta
pinta un <<bodegón con cabeza de Gorgona>> — siempre el monstruo femenino para
proteger la intimidad y la individualidad—en el que los elementos representados nos
recuerdan la fragilidad de la existencia humana, la fugacidad de la vida y que todo es
temporal y perecedero como la riqueza, el poder, los placeres, la belleza y el
conocimiento. El discurso amoroso, al igual que el discurso poético, necesita de una
segunda persona para comunicar y para poseer. Se establece una relación para conjurar
los miedos e idealizar las relaciones humanas. Cuando el desamor y << el resignado
ejercicio del verso no te salva>> solo queda << saldar mis cuentas con la que quise
ser>> y llevar bajo el brazo la cabeza de Gorgona como protección frente a los otros. La
poeta se deja el corazón por ser la giganta de Baudelaire, la mujer ideal plena de
espiritualidad y voluptuosidad que es vista por los demás como un monstruo. La
sensibilidad más primaria siempre es percibida por el poder establecido como una
debilidad. De ahí la animalización de los sentimientos como parapeto y la defensa de
una poesía que no busca la complacencia. Frente a la poesía vacua y acomodadiza se
erige toda una poética para <<regurgitar la angustia>> e identificarse con todas las
tristezas de los hombres y mujeres, aunque la creación poética sea una locura que
conduce a la autodestrucción, verso a verso. La vida está fuera de las palabras, pero es
la vida quien escribe el mejor poema por más que sea un infierno. Al final, como
Miguel Hernández, la poeta no sabe por qué ni cómo se perdona la vida cada día para
acabar preguntándose como Leopoldo María Panero: <<Y qué es un hombre saliendo de
la nada, / y volviendo solo a la habitación>> para ver la propia muerte pasar.

¿Pero dónde está Toshiro Mifune, ese personaje al que amaba la poeta e inspirador de
este libro? Es necesario llegar al poema 27 – el libro consta de 47 poemas— cuyo título
Rashômon nos lleva a la multipremiada película de Akira Kurosawa, considerada una
obra maestra desde el momento en que el Festival de Venecia la distinguió con el León
de Oro en 1951. El film presenta diferentes puntos de vista sobre un crimen terrible y
espantoso que está siendo juzgado. Fue tal el éxito del planteamiento narrativo que llegó
a denominarse El efecto Rashômon a la impresión subjetiva producida por la percepción
personal y la memoria relativa a la hora de contar un suceso. Todas las visiones son reales, distintas pero posibles, y en el film son cuatro versiones de la verdad. El protagonista de esta historia es Toshiro Mifune, actor de fama mundial calificado por la
crítica europea como el John Wayne japonés, aunque poseía una inteligencia y
sensibilidad superior al actor estadounidensense. Era todo un icono de belleza y
masculinidad que encarnaba la figura protectora y guerrera del samurái que se
caracteriza por poseer un fuerte código ético cuyos principios son sentido de la justicia,
valor, honor, compasión, honestidad y lealtad. El poema me trasladó a los filmes de
Woody Allen por la habilidad del cineasta para reírse de eso que algunos todavía
denominan la alta cultura — <<No me gusta la basura seudintelectual>> — y desacralizarla porque, como dice uno de sus personajes, <<nada de lo que vale la pena
puede ser entendido por la mente>>. Se va al cine en pareja y a la salida lo normal es
comentar la película de manera informal, pero el acompañante de la poeta aprovecha
<<para una disertación académica sobre los cuentos de Akutawa>> en los que se basa el
guion cinematográfico. Ella sonríe ante semejante muestra de erudición nipona que va a
más a medida que busca el asombro y la admiración de la poeta para sentirse él un poco
más grande. Están en las antípodas: << << Quise mostrarme sencilla discreta/ eludir las
pompas de tu vaniloquio>>. Ante el discurso falso, artificial, frío y ególatra llega la
respuesta sentida, primaria y sencilla en forma de confesión: << Yo… estoy enamorada
de ese actor>>. La réplica del compañero es una sonora carcajada despreciativa.
Soledumbre para la poeta que pasado el tiempo recordará el incidente como una
anécdota que le recuerda que ella era << la chica que amaba a Toshiro Mifune>>. La
oración está construida en un pasado imperfecto que deja la acción en suspense pues no
se ha cerrado del todo, no ha finalizado. El imperfecto, frente al pretérito que muestra
una acción concluida, expresa una acción que todavía perdura en el recuerdo y marca un
respeto hacia el momento pasado del que no se reniega. Tina Suárez Rojas reflexiona
sobre el pasado a la vez que mira el presente. La tercera parte del poemario,
Aerogramas, la componen seis poemas que tienen un valor catártico al estar concebidas
como confesiones dolorosas sobre la creación poética. La poesía es siempre un viaje
hacia un universo interior pero también es ficción, imaginación y transfiguración. Yo
amaba a Toshiro Mifune es, además, una búsqueda de la felicidad en la aceptación del
tiempo presente desde la madurez y la poeta bucea en su laberinto interior para
encontrar un asidero que le de esperanza. El libro se cierra a modo de epílogo con unas
Últimas palabras, dirigidas a sí misma, que le sirven para reafirmarse en que la vida
está fuera de la literatura, pero la vida siempre escribe el mejor poema. La
experimentación del lenguaje y los juegos de intertextualidad sostienen el discurso
poético, anclado en una estética y una ética, que perturban, inquietan y alteran la
solitaria placidez del lector. Aunque el humor socarrón pueda enmascarar el sufrimiento
y un cierto escepticismo, también es un instrumento para subvertir las normas sociales y
rechazar los clichés de una tradición literaria moralista. La reescritura de los mitos y los
bestiarios adquieren nuevos significados para resaltar que la vida está llena de soledades
y silencios.

Jacques Derrida comparaba la poesía con un erizo arrojado al margen del camino, que
se cierra sobre sí mismo y que << está expuesto a la muerte y lucha contra el olvido>>.
José Luis Sampedro equiparaba el oficio del escritor con el de los arqueólogos
<<redescubriendo el perdido jardín de aquella infancia que no fue un paraíso, y también
las sucesivas ciudades superpuestas a lo largo de la vida, como ruinas enterradas>>. La
escritura para descubrirse a sí mismo, para conocerse y como curación. Apuntaba María
Zambrano que todo poeta construye una metafísica y el poeta tiene el deber de exponerla en conceptos claros. No albergaba ninguna duda: <<La posibilidad de hacerlo distingue al verdadero poeta del mero señorito que compone versos>>. Tina Suárez Rojas constituye una voz distinta y singular que con su último poemario nos hace
entrega de toda una gramática de la soledad y de la creación poética.


Felipe García Landín es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de La Laguna.

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