“Inscripción” Poemas de Samuel Trigueros

Samuel Trigueros (Honduras, 1967)

Presentamos en la revista Trasdemar una muestra poética del autor hondureño Samuel Trigueros (Tegucigalpa, 1967) a quien damos la bienvenida en nuestra sección “Continentes” dedicada a las voces literarias contemporáneas en un puente transfronterizo más allá del agua

Y voy soñando una música,

una estructura que no acabe

bajo la sombra herida de los cielos,

al borde pasajero de la sangre

SAMUEL TRIGUEROS

INSCRIPCIÓN

                “No hay silencio
                        sino cuando
                      el Otro habla”
                        Severo Sarduy

¿Quién entra por mi sangre?
¿Un relámpago de sangre un caballo
una voz prohibida
una visión maldita que sale
como un monstruo herido y domeñado
una mujer
una tiniebla
una palabra
la inextricable labor
de un dios no conocido?

Cotidianamente he taladrado
la omnipotencia del fastidio
y he caído
sorda sílaba
goterón sin tacto
sobre la resignada ignorancia del mundo.

Un nudo es lo que ofrezco
o un silencio.
Lo demás es mío.
Quien pueda entrar que entre.


A FRONTE PRAECIPITIUM A TERGO LUPI

Entro a la noche de tu mudez, de tu desnuda negación, donde la abeja deposita un polen de tinieblas para el devocionario de la ausencia.

Entro a la noche, a su bajel calafateado en que las moscas celebran funeral perpetuo para la utopía.

Entro a la noche, a pesar del delirio de las horas que penetraron en luminosas cuchilladas hasta la médula de la necesidad y del deseo.

Entro a la noche. Soy el astronauta desolado, el pastor de las constelaciones cuya frontera está en las líneas de tu mano.

Entro a escribir una epístola imprecante al guardagujas incorruptible de la muerte.

Entro a la noche a bendecir con mi traje de llamas la indómita floresta del cierzo.

Entro a la noche como a los intestinos del cadáver sepultado en el corazón secreto de tu patio.

Hago girar tu nombre en sílabas y entro al abismo con mi lámpara de quásar. Estoy cauterizando el aire que dejó el censor de los abrazos. Te voy a perforar la piel con luz, como un huésped que transparenta con palabras las paredes del misterio. 


CETRERÍA

Cruza la nave. Cruza el ave.
Toca su sombra el cuerpo abajo.
Cruza la sombra de la pluma
en la existencia demediada.
Carne abajo, en la sombra. Arriba,
el vapor tenue de los años.
Empuja el viento la tarde por un acantilado.
En el fondo la música. Su negra espuma.
Mirtos por el rocío de los sueños doblegados,
ayunos de futuro,
saben de la esperanza sin presupuestos asignados.
El corazón suma su terquedad a lo excavado,
rebate la profundidad del hurto.
Le hediondez de la miseria
tiene la misma estructura del perfume.
A los dos
alegoriza en fuego el poema que cubre los cadáveres.
Un cernícalo entra como un rayo.
Penetra a diario en su jardín de sangre.
Hay música en las nubes, sin embargo.
Hay un propósito en los giros de la pluma o la navaja.
Contrapicado blanco.
La carne es música podrida en el pasado.
Aloja el cráneo lo amargo inevitable.
Hay tiempo. Pasan por alto
corceles de vapor electrizado.
Islas de sombra flotan en el aire,
vertiginosas muertes emplumadas.
Hay un proyecto de verdad en la ascensión de los geranios.
Sin embargo, pierde aves la sombra abolida en las terrazas.
El sol contempla la masacre.
El corazón insiste y se hincha de esperanza.
Falta la concesión del aire para apagar los rayos,
para volver las gotas del jardín vaporizadas.
La epifanía es el aroma de un instante. Después
ingresa en catafalco la carroña
y el fisco hace su jugada.
El sándalo de la mirada cae
en la geometría muerta de su sombra.
Y voy soñando una música,
una estructura que no acabe
bajo la sombra herida de los cielos,
al borde pasajero de la sangre. 


IMITACIÓN DEL MENSAJERO

En un interminable juego de espejismos,
lo que hay arriba se repite abajo.
La sombra es el alter ego de los días,
las cicatrices y los gestos
son un inevitable palimpsesto de la carne.

Toda consumación de la memoria o la esperanza
deja siempre un cadáver:
unos huesos,
un poema,
unos labios,
una tristeza después de los deseos.
No importa.
Siempre hay algo que se está apagando.

El día es una carta en llamas;
Nosotros, una inmensa colina de cenizas.

Como si reescribiera mis instantes,
sueño que voy hacia una dirección lejana:
Toco la puerta. Se abre.
Dejo en tu mano la carta
y me voy por la avenida.


TENTEMPIÉ

¿Alguien puede ir a la casa vecina
a pedir una taza de viento,
unas semillas de macadamia o la clave del Wifi,
para sentirnos menos solitarios?

No.

La colina es enorme y nos aplasta.
Como una amante tirana nos abraza.

Ángeles de nada custodian nuestro sueño,
pesan el argumento de los huesos,
clausuran nuestras verdades y mentiras,
sellan los boletos y nos dejan
a la espera de un tren que lanza
vapores a través de capas de piedras y raíces.

Alguien canta en su mente una canción lejana.
Alguien siente que colocan sobre su cabeza
manojos de flores y de lágrimas.

Alguien no está.

Sobre la mesa de antes
están las moscas que me amaban.
Buscan entre los escombros al ausente,
a este que duerme en la colina.

En medio de la estática,
somos la cajita de semillas que devora
el arcángel de las larvas.


LEVEDAD

Cortaron la energía eléctrica hace dos meses.
No hay agua en los grifos.
Dentro de la nevera inservible
sólo hay un trozo de pan con moho
y afuera una pegatina
con un número fantasma de emergencia.

Casi no tiene que hacerlo,
pero cuando lo necesita,
va al patio trasero y se mete entre las zarzas
con un periódico de tiempos muy lejanos.
A media mañana lee un viejo libro.
Al mediodía espanta moscas
y ve por la ventana
pasar las gentes y las nubes.

Vuelve a leer al final del día
cartas que nunca envió.
La oscuridad lo invade
como la llama de una canción
que junto a él se apaga,
hasta que sus ojos no distinguen
nada más que el farol ciego de la calle
y sus piernas desnudas
como dos brochazos
de inexistencia sobre la cama.


NIGHTMARE

Mañana
–si lo hay-
o dentro de diez años
-nadie lo sabe-
podría releer, a salvo,
agradecido con la vida,
estas palabras.
Pero hoy
esta desazón,
esta inminencia,
este precario respirar,
este bultito de heces en que devino el sueño
-como un íncubo sentado sobre el pecho-
me despiertan a las tres de la mañana.

¡Ampárame
de este feroz presente!


Samuel Trigueros Espino (Tegucigalpa, Honduras. 1967) Es escritor, editor de textos, actor y director de teatro. Además de su obra poética y narrativa, ha escrito libretos y guiones para teatro, radio y video. Coordina el taller de creación literaria Helecho poético.

Parte de su obra publicada: El trapecista de adobe y neón (narrativa, poesía, ilustración), Animal de ritos (poesía. Premio Víctor Hugo 2003), Antes de la explosión (poesía), Me iré nunca (narrativa. Premio Mirando al sur 2009), Exhumaciones (poesía), Una despedida (novela breve), Retrato con una gota de ámbar (narrativa. Premio Acercando Orillas 2018, Zaragoza) y Una canción lejana (poesía).


Su obra ha sido incluida en publicaciones como: Panorama crítico del cuento en Honduras y La palabra iluminada (ambos de Helen Umaña), antología La hora siguiente (Salvador Madrid) y Versofónica (Paíspoesible), antología La herida en el sol. Poesía Contemporánea Centroamericana (Universidad Nacional Autónoma de México-UNAM), La minificción en Honduras, Papel de oficio (Secretaría de Cultura-Honduras, Paíspoesible), Cordite (Revista de poesía, Australia), Gatimonio (Poemas de gatos. Antología de poetas hispanoamericanos, Editorial Lebas, Madrid), Fragua de preces (Abra Cultural-Canarias), Los trabajos de los tiempo-15 poetas hondureños contemporáneos (Ladrones del Tiempo-Colección de literatura. Uniediciones. Bogotá), entre otras.



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