“Dos poemas”, por Javier Mérida

Publicamos dos poemas inéditos del autor tinerfeño Javier Mérida Rodríguez (Santa Cruz de Tenerife, 1977): Tabarca y Rāga.

Javier Mérida (cortesía del autor).

Presentamos en la revista Trasdemar una muestra poética del autor Javier Mérida Rodríguez (Santa Cruz de Tenerife, 1977). Poeta y narrador, es autor de los poemarios Un mapa del mundo lo más pequeño posible (Ediciones Idea, 2007), Vattenlinjen (Línea de agua) (Colección Léucade, 2012), El otro lado de la lluvia (Ediciones IDEA, 2013) y Cáucaso, en la antología El árbol talado que retoña (Homenaje a Marcos Ana) (Editorial El Páramo, 2009); así como de la colección de relatos Microbios (Editorial Bohodón, 2018).

Desde el año 1997 viene participando en proyectos literarios y artísticos de índole diversa, recitales de poesía, colaboración en revistas y suplementos literarios, como la revista Musicalia y el suplemento literario de El Día De las Artes y Nuevas Letras Canarias, al cuidado de Roberto García de Mesa. Es autor del prólogo de Presencia invisible, de Denkô Mesa (Ediciones Idea, 2008), y del epílogo de Traduciendo a Mnemósine 1998-2002, de David Guijosa Aeberhard (Ediciones Idea, 2007).

Ha colaborado activamente en el Café Literario del Café Café (1998-2001) y ha sido miembro del colectivo de artistas Potaje Producciones (desde 2004). Ha prestado su colaboración para organizar las Noches Literarias del Café Teatro Siete (La Laguna) y ha sido invitado al Congreso de Jóvenes Escritores y Escritoras de Canarias a cargo de la fundación IDECO (2009). Ha desarrollado el proyecto Vattenlinjen con la artista plástica Andi Domdom (Palma de Mallorca), a través de la obra conjunta sk (poemas y tintas).

Desde el año 2007 ha coordinado, junto al actor Alberto Díez, los espacios “Miscelánea Literaria” y “Miscelánea Escénica” del Café 7 de La Laguna (Tenerife). En el periodo 2013-2015, formó parte de la Secretaría de la Sección de Literatura del Ateneo de La Laguna, bajo la presidencia de Sergio Barreto.

EL AMOR DE UN POETA ES PELIGROSO. Entraña vérselas con criaturas cinceladas de bronce en las profundidades del miedo. Criaturas nacidas de la roca, de las canteras del sueño inerte, portando antorchas que se apagan al mínimo tacto de la fría oscuridad. El poeta teme su amor porque le es frágil, le es membrana leve que al cambio del ritmo del tambor resulta quebradizo. El amor del poeta es siempre pasto de la niñez; es inocente, espontáneo, lejano al pacto que destierra las heridas de antemano. Es un amor que no cicatriza con facilidad, que a menudo no termina de cerrarse. El amor de un poeta es peligroso porque le consume hasta la unidad mínima del desencanto, porque viene siempre bajo una gabardina revestido de misterios. El amor del poeta, luego de hacerse humano, prende en los bosques, remueve las mareas, llueve torrencial hasta inundar la cavidad indefensa de las manos, desborda ríos, arrasa pueblos. Canta bronco y triunfal sobre el acantilado agitando en su danza sus entrañas de niño mientras los buitres le rondan. El amor del poeta es tan puro como el deseo primigenio de amanecer que cada noche gesta en el vientre del olvido. Resiste fuertemente el embate del silencio; padece una coraza quebrantada. El amor del poeta es peligroso; no así el del hombre. El amor del hombre es fácilmente visible desde lejos. El poeta ama cerca de las zarzas, se atreve al vuelo, aun sin alas. El amor del poeta cabe en una sola sílaba. El del hombre precisa de interminables bibliotecas.

De Tabarca, 2016 (inédito)

RĀGA

| यो अग्निं देववीतयेहविष्मानाविवासति |
तस्मै पावक मर्ळय ||

yo aghnidevavītaye havimānāvivāsati
tasmai pāvaka mṛḷaya

«a quien con sagrado don convocase Agni a la fiesta de los Dioses,
¡oh Purificador, favorécele!»

Rig-Veda.
Libro I, Himno XII: 9

A la memoria de
pandit Ravi Shankar (1920-2012)

                                                                        «El sonido es dios»
                                                                                      ॐ

a l a p

El mangal atardece.

Templados bajo su sombra mis párpados se adormecen junto al vago rumor de mosquitos que improvisan escalas fluctuantes, imprecisas, con distraída levedad, en busca de la húmeda quietud de los estanques trepando por el tallo rojo de los sándalos.

Lejos, el camino agitan campanillas callando en seco a las cigarras. Enmudece la tierra entera.

Inquieto late un corazón en cada mango.

***

¡Oh Shiva,
    Vinadhara!

¿Es acaso el firme paso de Nandi,
            tu sagrado buey?

¿Acaso el rumor tenue de la cítara
que portas entre el hacha y el antílope

lo que agita el aire
de mi espíritu en reposo?

¡Oh, tú, que así hablas.
     Ahora escucha!

Es la caricia curva
que en la calabaza fermenta

                     el divino néctar.

¿Sientes ahora entre los dedos
su cimbreante escozor de cobre?

¡Oh, Shiva,
    Vinadhara!

¿Por qué motivo es honrado en la danza aquel
con quien entre sándalos te adentras?

    ¡Oh, Nataraja!

¿A qué tan solemne el tambor
para tan sombrío cortejo?

—Guirnaldas marchitas alrededor de mi cuello.
En la pira del llanto mi corazón es ceniza.

j o r

Pandit impulsa el aliento contenido.
      Respira el silencio entre las cuerdas
nada escapa al tacto vibrante de sus manos
      se abraza a la cadencia del escalofrío
cálido y firme se aferra
      como una danzarina al espacio que le nace
alrededor del cuerpo
      junto al aliento contenido
que se desata al fragor de cada instante.

                  El sonido es dios.

Pandit abre el primer círculo
      Se agrieta el silencio,
de generosa curva.
      venerable y venerado,
Engarza su tiempo con el tiempo.
      mientras vibra
En sus dedos la antigua caricia
      pellizcando el espíritu.
y el aliento de lo que permanece.

Pandit imagina la curvatura del segundo círculo.
      El tiempo que nace del sonido,
Irrumpe decidido en la lentitud y la corona
      del mismo modo que la sombra,
al desvelar sin apenas un gesto la arena que le habla
      inicia firme el camino
con el brío de quien conoce los pasos perdidos,
      y se deja seducir por la prontitud
de para quien caminar no supone un acto de destreza.

                          El sonido es dios.

Pandit accede al tercer círculo.
      Devotamente rinde homenaje
inclinado ante los grandes maestros,
      a los que antes le precedieron
venerados con pasión,
      y a quienes seguirán la estela
con las rodillas sangrantes en el suelo
     de su infinito tránsito.
en celebración del vuelo de la oración eterna.

Pandit se funde en el cuarto círculo.
     Con el calor que mana del fruto,
Hormiguea en su mente el principio del éxtasis, paramananda.
     sereno y fresco ante el blando sonido del crepúsculo,
Todo se centra
     arranca el ritmo de los dedos
sutil
     en el momento antes de todo

                       El sonido es dios.

j h a l a

Corretean por la piel de la vaca asperjando el agua del alegre riachuelo que el repentino baño ha dejado entre los pliegues de sus alas blancas.

Sobre las copas de las palmas sus generosas hojas reciben el chapoteo incipiente
del monzón. Comitiva en miniatura de insectos sobre los lotos.

Se abre.

La flor se abre.

La flor se abre y entona el aroma.

Entona el aroma del aire y perfuma
en cada espasmo, en cada golpe
la cadencia súbita del tiempo,

del tiempo anciano que gravita
sobre el aroma del aire
que se abre.

Se abre.

La flor se abre.

La flor se abre al mundo y el mundo
se abre a la flor del espasmo,
al tiempo se abre el anciano

el aroma detrás de cada golpe
la caricia enérgica
la sutil cabalgata del silencio
donde espera
el golpe
           del silencio
                       el anciano

El maestro espera a que la mano
le refiera el dibujo del corazón
de la flor que se abre al tiempo.
Al ritmo imparable de lo perenne.
al cántico verde de los dedos,
gotas vegetales de monzón furioso monzón
pueblan de aves el lomo de la vaca.

El sonido es la vaca sagrada sobre la que corretean enérgicos los pétalos del loto desprendidos por la ausencia, por el pesar de la ausencia, por la avidez que la espera. La espera.

Se abre la flor y te recibe en su tiempo.

¡Oh, pandit!

g a t h

Envuelto en la mortaja de hoja de banano, el cuerpo de pandit es llevado a la pira con lento crepitar de lágrimas.

Merodeando la eternidad van los pasos en silencio.

Un silencio que pesa más que todas las nieves juntas sobre el monte Meru, alta morada de los dioses.

El sacerdote apila troncos secos de sándalo.

El sacerdote de cara blanca acerca el fuego a la puerta del nido que acogerá el fuego último del atman.

La comitiva en torno respira el estridente y tórrido aire del sándalo, contenido el llanto en la visión de la pira sobre la cual el cuerpo de pandit se abre al mundo como la flor eterna que se funde en el aroma de su alma.

El sonido es dios.
El sonido es dios.

ॐ 

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