“Cuando la conocí” Por Lisbeth Lima Hechavarría (Cuba)

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Fotografía cortesía de la autora para Trasdemar

Desde la Revista Trasdemar presentamos un relato de la autora Lisbeth Lima Hechavarría (Santiago de Cuba, 1995) perteneciente a su libro de cuentos “Rostros” (Editorial Primigenios). Licenciada en Biología, es Especialista en Antropología física, Egresada del Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”. Sus textos han sido traducidos al alemán, francés y polaco. Ha publicado en antologías y revistas nacionales e internacionales, figurando en el catálogo de la editorial PODIUM en Viena y de Letra Latina en Colombia. Damos la bienvenida a nuestra colaboradora en la sección “Una habitación propia” de narrativa

El reggaetón y yo no hacemos migas, menos en ese tiempo que solo el metal me entraba en el sistema, y un rockero que se respete no oye reggaetón ni de pasada

Lisbeth Lima Hechavarría

Mi táctica es mirarte, aprender como sos,
quererte como sos.
Mi táctica es hablarte y escucharte.
Construir con palabras un puente indestructible.

A Dany

La conocí hace ocho años en el pre universitario. Tenía quince añitos recién cumplidos, y una noche, después de algunas semanas de haberla visto por primera vez, finalmente nos hicimos novios, pero la historia no es así de simple. Yo tenía diecisiete próximo a los dieciocho y estaba en onceno grado, la segunda vuelta, es que a mí eso de la estudiadera nunca se me ha dado bien, y mira que me encanta la historia y la ciencia, pero la presión del estudio me abruma, asere, lo mío es el conocimiento por cuenta propia, lo autodidacta, estudiar lo que me plazca, cuando me plazca y sin plan de estudio programado, ni exámenes sorpresa. Mucho menos la presión de un escalafón para coger una carrera y meterte cinco o seis años en la universidad quemando pestañas pa’l final, cobrar un salario de mierda.
Repetí el onceno grado por no presentarme a los exámenes finales, andaba en una expedición por occidente con mi hermano y su grupo de hippies. Cuando regresé me quedaban las segundas convocatorias de algunas asignaturas, pero no estaba preparado para nada de eso, mucho menos con las vacaciones casi andando. Mi mamá se enteró tiempo después que comenzó el curso, y se armó la de San Quintín, pero ya qué se le iba a hacer. Y para que veas que en esta vida nada ocurre por azar y que todo lo que pasa es para bien, ese mismo año conocí a mi Shely.
Siempre que contamos la historia tenemos el mismo lío de quién vio primero a quién. Ella dice que me vio una vez que entré a su aula a presentarle a los novatos de décimo el proyecto ecológico del cual yo era el presidente y mi hermano el que llevaba esos eventos en la provincia. Hacíamos actividades los fines de semana para limpiar las playas cercanas charlas con los investigadores del museo de historia natural y toda esa jodedera, que cuando uno es chama le da por inventar y aferrarse a la idea de “un mundo mejor es posible”.
Cuando ella me hace la historia, cuenta siempre los detalles más vulgares, que en lo primero que se fijó fue en el bulto que se me marcaba a través del pantalón de uniforme y los botones desabrochados de la camisa que dejaban ver mis pechotes, porque antes estaba yo buenazo en mis tiempos de hacerme pajas hasta que se me acalambraba la muñeca. Dice que apenas entré en su aula, la chinita amiga suya volteó la cara en su dirección hasta dar de frente con ella que se sentaba en la última mesa de la última fila, y se sonrieron guiñándose un ojo; que me vaciló hasta casi excitarse ese día mientras yo hablaba frente al grupo de estudiantes, medio nervioso, con la vista perdida sin hacer contacto. La verdad no recuerdo haberla visto esa vez, vamos, ni a ella ni a nadie más, si estaba caga´o allí hablando frente a todos esos fiñes que miraban como si fuesen a lanzarme un tizaso. Pero sigo diciéndole que fui yo quien la vaciló primero, y le hago el pase de cuando Carlitos me preguntó por mi jeva y yo que no tenía, pero no me daba la gana de admitirlo, le dije que era aquella que iba cruzando la cebra del semáforo, con sus medias negras hasta las rodillas, la camisa por fuera y las boticas de cuero a juego con la saya del uniforme. Me quedé observándola medio zonzo y el otro que más fuera de vista no podía ser, haciendo preguntas de que por qué entonces no me había saludado y yo inventado que no me había visto. Dijo que estaba buena y que la próxima vez se la presentara para verla de cerca.
Ella dice que desde la vez que me vio cuando entré en su aula, se pasaba los vespertinos silbándome desde la ventana del segundo piso de la escuela, y que me tiraba besos, pero yo me hacía el largo. Entonces un socio mío que la conocía nos presentó finalmente, pero tampoco fue así como nos empatamos. Es cierto que yo me hacía el desentendido cuando pasaba por el pasillo de su aula. Ella era de las que obtenían fácil todo lo que se proponían y desde el inicio supe que la traía loca así que me cogí pa’eso y así la tuve buen tiempo hasta que ella misma se acercó y me dijo de una fiesta un sábado cerca de su casa. No le di esperanzas de que iría, a la verdad, de no ser por ella allí no me portaba ni con los guardias, el reggaetón y yo no hacemos migas, menos en ese tiempo que solo el metal me entraba en el sistema, y un rockero que se respete no oye reggaetón ni de pasada.

Finalizó el viernes y llegó el día de la fiesta. Sábado siete y media de la noche estaba yo tocando la puerta de su casa. Averigüé dónde vivía y en plan sorpresa pasé a buscarla. El ogro de su madre abrió y dijo que allí no vivía ninguna Sheyla, pero en ese momento la oí gritar “que quién la buscaba”, parece que aquello ya era costumbre, así que allí me quedé plantado hasta que salió. Sin ningún asombro aparente, como si esperara mi visita, dijo:
—Espera un momento en lo que termino de arreglarme—. No sé para hacerse qué más si así ya estaba perfecta. Además, cuando salió tampoco se le notó el cambio, nunca ha sido de peinarse mucho. Ahí ya tuve mi primer punto a favor, nunca pudo imaginarse que pasaría a recogerla. Lo sé, aunque se hacía la dura. Pero ese atrevimiento le gustó. En la fiesta ella desplegó sus encantos bailando, siempre le ha gustado hacerlo y a mí me fascina verla porque más no puedo hacer, tengo dos pies izquierdos, si cuando yo lo digo, “fui el rockero más auténtico que existió”. Un colega que se pegó para ir a la fiesta a ver qué pescaba, se la pasó intentando tumbarme a Sheyla, y ella en su viejo plan de darme celos estuvo dándole bola.
Bajé las escaleras de la casa donde estaban haciendo la fiesta y me recosté a fumar. A los pocos minutos, ella detrás de mí, tal como planee. Pidió que le encendiera un cigarro y preguntó por qué me había ido. Le dije que el reggaetón me daba dolor de cabeza y necesitaba refrescar. Ella escuchó en silencio y aspiró profundamente el cigarro dejando luego escapar el humo directamente en mi cara. Pícaro, le pregunté si ella sabía qué significaba aquello de lanzarle a un hombre el humo en el rostro, sonrió y dijo que sí. La miré fijo desde cerquita y cuando creí que esperaba algo más bajé otro peldaño de la escalera, le dije que iba a sentarme al frente en una piedra que había en la acera y le tendí la mano.
Allí estuvimos hablando un buen rato de rock y gustos particulares, hasta que se hizo silencio y dijo algo así como que le gustaba ser directa. Ya sabía por dónde venía y atrevida era, así que la dejé avanzar diciéndole que agradecía que lo fueran conmigo, y pa’ allá fue directo al punto: —Mira, tú me gustas —dijo—. ¿Quieres tener algo conmigo? —preguntó la muy descarada. En ese momento mi aparente integridad de macho alfa lanzador de estrategias se vio paralizada. Sabía que ella era fuertecita, pero imaginar nunca es lo mismo que experimentar y se me abalanzó así con aquella pregunta, sentada cerquita de mí, con esos ojos achinados pintados de negro y esos labios gruesos, entonces no supe qué hacer.
Le dije que sí, que ella también me gustaba, o qué se yo qué le dije, ya ni me acuerdo, fue tanto el nervio en ese momento que imagínate. Solo sé que me preguntó si lo que quería era en serio o pasar la noche nada más. Pero yo estuve siempre claro de que esa hembra la quería pa’ mí, así que ahí sí hablé rápido y le dije que no, nada de eso de pasar la noche, que quería algo serio. Y ella, que nunca fue dada a las relaciones ni al enamoramiento, se quedó sorprendida, pero siempre le ha gustado que rompan con sus expectativas y vayan más allá, no hay nada que la arrebate más que toparse con algo inesperado, tanto pa’ bien como pa’ mal, porque cuando las cosas no le salen según su plan y se hacen trizas sus expectativas, ahí sí que se arrebata y es peligrosidad nivel rottweiler. Pero bueno, en fin, la cosa fue que al decirle que quería algo serio se me acercó para preguntar que si entonces ya podía besarme, y fue mi golpe final, porque eché hacia atrás y le dije —no—. Se puso seria y bajó la cabeza, pero no esperé mucho para decirle, haciéndome el peliculero —porque el que va a besarte soy yo a ti—. Y así le fui pa’ arriba con ansias de comérmela, pero solo le rocé los labios, nada de lengua ni na’deso.

Se quedó esperando más, pero yo siempre intentaba no pasarme demasiado. Recuerdo que le inventé hasta una historia de un trauma con una mordida en el labio que supuestamente una chiquilla me hizo, con el fin de justificar por qué nunca la besaba como ella quería, un beso mate. Es que ella besa súper rico, y me gustaba cantidad, era imposible que no se me pusiera tieso aquello cada vez que me rozaba. Pero en ese entonces no podía decirle esas cosas, mucho menos dejar que sintiera mis erecciones unas tras otras, por eso tuve que inventarme la historia del trauma, con la que después me dio chucho hasta el cansancio. Pero un día, en mi casa, le saqué un susto… ¡Na, mentira!, a ella no hay quien la asuste, menos cuando de sexo se trata. Llevábamos menos de un mes cuando la invité a mi casa por primera vez. Allá fue ella en su bicicletica, saya corta, blusa provocativa. Apenas tuve oportunidad la besé, pero tal como ella llevaba esperando semanas y le demostré que sí sabía, porque hasta llegó a decirme, en tono comprensivo y casi maternalista que si no sabía hacerlo no me preocupara, ella me enseñaba. Qué tierna e ingenua es a veces, y eso me encanta. Se me subió encima con las piernas abiertas y me besó como nunca nadie lo había hecho. Intentamos más cosas, pero no dimos el paso completo. La llevé a mi cuarto y nos tiramos en el piso. Otra vez se subió encima de mí y acalorada se quitó la blusa. Le chupé las tetas y se desesperaba, gemía tanto que llegué a creer que la lastimaba. Era su primera vez y decía que eso le gustaba mucho, que le chupara las tetas así, que era su punto débil, y yo de imbécil en más de una ocasión metí la pata, nada, la inexperiencia. Recuerdo que le dije: —Como a todas, es el punto débil de todas…—. Supongo que quería hacerme el experto, como aquellas veces en las que pretendí darle clases de cómo mover las caderas a la hora de hacer el amor, y ella solo se reía mientras me preguntaba: —¿Así?, ¿lo estoy haciendo bien, profe? ¡Ay, ridiculeces en las que uno cae así de a gratis jajaja! Y na´, asere. El tiempo pasó y conseguí que la niña rebelde a los enamoramientos e historias felices de amor, me dijera que me amaba, claro, yo para ese entonces ya estaba cogío’ hasta las trancas con ella.
Por increíble que parezca llevamos poco más de ocho años, y hacer el amor es tan genial como aquellas primeras ocasiones. Recordar esos momentos es volver a vivirlos y nos reímos cantidad con las polémicas de quién bajó muela a quién, que lo admito orgulloso, fue ella, y quién se enamoró primero y to’ esa bobería, que fui yo. Ahora Sheyla es toda una mujer, amante perfecta, dedicada, loca como ella sola, tiene pa’ todo mi Sheyla. Lo mismo te baila un vals que un guaguancó y te cocina un pollo frito que una paella española.
No imagino mi vida sin Shely, más que marido y mujer somos algo así como una especie de confidentes, de hermanos singantes, por raro que suene e incestuoso que parezca.
¡Ay, la vida da mil vueltas compadre, pero cuantas veces gire la mía, quiero que ella siempre sea el eje!


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