“En las islas tropicales el ojo siempre está enfrentado al resplandor” Efe Rosario

La Revista Trasdemar prosigue la estela de las revistas de vanguardia, que a lo largo del siglo XX realizaron encuestas a creadores de la época para favorecer el debate y el diálogo en el panorama literario y cultural
Efe Rosario (Puerto Rico, 1990)

Presentamos en la Revista Trasdemar la entrevista con el autor Efe Rosario (Puerto Rico, 1990) a quien agradecemos su colaboración en nuestra encuesta internacional dedicada a la insularidad

Una de las tragedias contemporáneas (¿acaso la gran tragedia de las islas?) son sus migraciones. Posiblemente no haya un puertorriqueño que no tenga decenas de amigos o decenas de familiares en el extranjero. Se estima que hay más puertorriqueños en Estados Unidos que en la misma Isla. Habría que preguntarse por qué. Cómo se llegó a eso.

EFE ROSARIO

La isla como espacio de creación

¿Qué representa la insularidad para su génesis como autora? Háblenos de su experiencia creativa en el ámbito de la escritura: ¿cuáles fueron los orígenes de su proceso de producción literaria?

La mayor parte de mi vida la he pasado cerca del mar. Sin embargo, esa proximidad no me ha servido para comprender a profundidad a la isla, la insularidad, la insolación y el aislamiento. En Puerto Rico tenemos una relación extraña con estas cuatro condiciones. Pero hablaré por mí. De pequeño no entendía —y quizá aún no lo entiendo del todo— por qué al alejarme de una orilla no accedía a un no-lugar que me permitiera pensar el país del que falsamente me alejaba. O por qué las costas estaban completamente tapadas por hoteles turísticos y viviendas de alto costo. Ir a la playa era como entrar en una dimensión desconocida que solo podía existir cuando olía o escuchaba el mar, y no antes. La insistencia de la luz puede entorpecer lo estético. Contrario a las ciudades modernas —en donde uno sortea obstáculos de paso—, en las islas tropicales el ojo siempre está enfrentado al resplandor. Con todo, una vez delante del mar, la playa siempre me resultaba una forma inmensa de la lucha, una frontera belicosa, insuperable, casi como un fin de mundo. Creo que de niño compartía los temores de los marineros medievales.

Dicho esto, mis primeros intentos escriturarios nacieron del miedo: el miedo a declarármele a alguna chica y que esta dijera que no, el miedo a la mala suerte o a la mala muerte. La única manera que encontraba para lidiar con ello era por medio de la duda y la poesía. Aunque de calidad cuestionable, aquellos textos olvidables no fueron inútiles. Hoy sigo asediando esos temas y sigo escribiendo poesía porque las respuestas me son esquivas.


La isla como lugar de influencias

¿Cuál es su relación literaria con la experiencia de la insularidad y las influencias recibidas de la tradición o las tradiciones culturales de su lugar de origen?

Como lector he tenido que alejarme de Puerto Rico para cuestionar su insularidad particular.  Si bien en algunos poemas de Julia de Burgos («Tengo caído el sueño,/y la voz suspendida de mariposas muertas»); Luis Palés Matos («Dadme esa esponja y tendré el mar»); Ángela María Dávila («¡si el mundo fuera ruta para el mar!»); Manuel Ramos Otero («Éramos flores desterradas desde un Caribe ancho»); Claudia Becerra («Por eso, puede que una isla sea comprender la comedia del rodeo») y Daniel Rosa Hunter («La playa es una deuda adquirida») hay reflexiones originales, he optado por adoptar como «emisarios de lo isleño» a otros autores de coordenadas próximas, tales como José María Heredia («…La tormenta umbría/en los aires revuelve un océano/que todo lo sepulta…/Al fin, mundo fatal, nos separamos;/el huracán y yo solos estamos»); José Martí («Odio el mar, muerto enorme, triste muerto…»); Julián del Casal («honda calma se cierne largo instante»); Dulce María Loynaz («Y qué agarrarse/a esta blanda tiniebla, a este vacío/que da vueltas y vueltas…»); Gastón Baquero («Yo soy un inocente y he venido a la orilla del mar»); Cintio Vitier («como ciervos bebiendo en el agua extasiada») y Virgilio Piñera («La isla en peso» de cabo a rabo).


La isla como proyecto cultural

¿De qué modo considera el valor de la isla o del archipiélago en su propia cosmovisión literaria? ¿Qué opina acerca de las semejanzas y los parentescos entre su lugar de origen y otros territorios insulares?

¿Qué es una isla?, ¿un accidente y una esencia?, ¿una ruptura y una fijación?, ¿una erupción no anunciada en beneficio del misterio? Si la frase «ínsulas extrañas» ha servido tanto como expresión marina empleada por los colonos al no reconocer la exuberancia material de las Indias y como lugar o instante de unión del alma con Dios según San Juan de la Cruz, valdría, entonces, examinar el valor poético de la isla desde una cierta articulación del enigma que no llega a revelar el enigma. La poesía no es hallazgo sino búsqueda. Y la búsqueda siempre será la misma en Puerto Rico o Tristan da Cunha, ya que toda experiencia poética es una experiencia de insularismo (se hace uno transeúnte en un espacio dominado por leyes del secreto), de insolación metafísica (enceguece uno o se entrega a los golpes de luz y, desde entonces, requiere de esa luz para cantar la gracia o la desgracia) y de aislamiento (está uno en su lenguaje).


La isla como punto de referencia

En su opinión, ¿el paisaje contribuye a la formación de una estética de la insularidad? ¿Qué aspectos considera más relevantes en la mirada hacia la insularidad desde la literatura o el arte?

El paisaje contribuye a la formación de una estética —insular o no— porque el paisaje está dentro y fuera del ojo. Pero la apreciación del paisaje en sí misma no da para poesía. Para la poesía hay que aprender el código de la interioridad del ser, independientemente del paisaje. Para la poesía hay que saber murmurar esa idea de interioridad que precede a la materia.

Con tal de extender la concepción de lo insular habría que precisar cuáles son los modos de enunciación para luego sopesar largamente sobre cómo hacer una valoración estética de la insularidad. Podría ofrecer una materialización de la mirada hacia lo insular desde una comprensión poética, pero entendiendo la poesía como el lenguaje oficial de las ínsulas extrañas no-geográficas. En esa medida, existen, a mi juicio, cinco modos de enunciación:

  • la enunciación continental– una poesía de corte narrativo o épico, moderada en cuanto a las pasiones. Ejemplo: la mitificación de la identidad nacional en El Gaucho Martín Fierro de José Hernández o la confesión sosegada en La universidad desconocida de Roberto Bolaño
  • la enunciación volcánica– una forma autónoma de expresión, en ocasiones puede acercarse al barroquismo y rivaliza con la continencia. Ejemplo: la antropofagia de Oswald de Andrade o el hermetismo en Trilce de César Vallejo
  • la enunciación coralina– cerca de la volcánica, aunque en ocasiones llega a abusar del recurso esteticista. Ejemplo: la poesía temprana de Rubén Darío o el lirismo de Gabriela Mistral
  • la enunciación fluvial– una poesía que surge en medio de otros grandes cursos fluviales, sin obstaculizar y sin ver reducida su viveza. Ejemplo: el creacionismo de Vicente Huidobro, el sentido de culpabilidad de Alejandra Pizarnik, la abundancia metafórica de José Lezama Lima o la resistencia mística en Canto de la locura de Francisco Matos Paoli
  • la enunciación sedimentaria– expresiones simpáticas de un momento histórico, de poca vitalidad y que reproducen fórmulas manidas. Ejemplo: algunas acciones poéticas callejeras, ciertos autores que, o por afán de popularidad o por falta de talento, se aferran al tema del minuto o al juego fácil de palabras, y llaman «literatura» a lo que a duras penas puede ser un borrador o un ejercicio de escritura automática, etc.

La isla como vía a la universalidad

¿Cómo le gustaría definir la identidad insular? ¿En qué medida las diversas formas de la movilidad humana, como las migraciones o el turismo, influyen sobre la creación literaria en las islas? Desde su perspectiva, ¿qué lugar ocupan las nociones de cosmopolitismo y universalidad en la cultura insular de cara al futuro?

En el caso de mi país, la identidad insular está estrechamente vinculada a la identidad colonial. Puerto Rico nunca ha sabido «ser» fuera de la colonia. Ante tales circunstancias, no pocos pensadores han teorizado acerca de la Isla como un lugar incapaz de concebirse como nación al no tener claramente definida su situación política. Otros tantos aseguran que los puertorriqueños están gobernados por el miedo y «el susto y el asombro de encontrarnos con tanta cosa junta».

Una de las tragedias contemporáneas (¿acaso la gran tragedia de las islas?) son sus migraciones. Posiblemente no haya un puertorriqueño que no tenga decenas de amigos o decenas de familiares en el extranjero. Se estima que hay más puertorriqueños en Estados Unidos que en la misma Isla. Habría que preguntarse por qué. Cómo se llegó a eso. El hecho propone un problema inmediato y una apuesta futura. El problema son las separaciones, las familias fracturadas. La apuesta son las pujanzas, aquí y allá, de cómo distinguir el aislamiento dentro o fuera de la isla geográfica, dentro o fuera del idioma. La cultura puede ser locura… pero también puede ser hermandad. Por no hablar en el vacío, me limitaré a destacar cómo nuestra literatura se hermanado con la cultura internacional por medio del reconocimiento, de la visibilización: en 2013 Eduardo Lalo recibió el Premio Rómulo Gallegos por su novela Simone; en 2018 Raquel Salas Rivera es nombrado poeta de la ciudad de Filadelfia, se alzó con el Ambroggio Prize from the Academy of American Poets por su libro x/ex/exis, gana el Lambda Literary Award for Transgender Poetry y acaba como finalista en el National Book Award por lo terciario/the tertiary; ese mismo año, Jonatán Reyes obtiene en España el XI Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero por el poemario Data de otro ardor; en 2019, Mayra Santos Febres es galardonada en Francia con el Grand Prix Littéraire de l’Académie Nationale de Pharmacie por su novela La amante de Gardel y en 2020 Mara Pastor recibió el Ambroggio Prize from the Academy of American Poets por Deuda natal.  

Ya apuntaba Antonio S. Pedreira en Insularismo que «nuestro pueblo se halla en un correoso período de transición». Han pasado casi cien años y seguimos en transición… pero resistiendo. Resistiendo en la isla cartográficamente tangible o en la ínsula extraña de la nostalgia, resistiendo por medio de la manifestación de la cultura popular… y, ciertamente, desde la literatura. ¿O no se percataron cómo he ido contestando estas preguntas aun teniendo la camisa pegada al cuerpo, sudando la gota gorda bajo este eterno verano caribeño, en esta eterna cercanía al mar?


Efe Rosario (Puerto Rico, 1990). Autor de «El tiempo ha sido terrible con nosotros» (2020). Ese mismo año obtuvo el Premio Internacional de Poesía Juan Ramón Jiménez de Coral Gables por «También mueren los lugares donde fuimos felices». Ha tomado talleres literarios con Edmundo Paz Soldán, Mayra Santos Febres, Jan Martínez, entre otros. Parte de su obra aparece publicada en periódicos, antologías y revistas, impresas y digitales. Actualmente es estudiante doctoral en la Universidad de Cornell en Nueva York

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