“José Martí, creador del ensayo moderno en la literatura hispánica (III)” Por Carlos Javier Morales

Desde Trasdemar ofrecemos un puente transoceánico para reconocer las poéticas y narrativas del Caribe ayer y hoy. Este ensayo de nuestro colaborador Carlos Javier Morales aborda lúcidamente el papel de José Martí en el impulso histórico del ensayo moderno en la literatura hispánica
15 repeticiones de Martí” (1966) Obra del artista cubano Raúl Martínez

Desde la Revista Trasdemar de Literaturas Insulares, con motivo del Centenario de Cintio Vitier, presentamos la tercera entrega final del ensayo sobre José Martí de nuestro colaborador Carlos Javier Morales (Santa Cruz de Tenerife, 1967) Poeta y ensayista, Doctor en Filología Hispánica por la Universidad complutense de Madrid, ha publicado ocho libros de poesía, entre ellos “El pan más necesario” (1994), “La cuenta atrás” (2000) o “Nueva estación” (2000). De su obra poética se ha publicado la antología, Una luz en el tiempo (Sevilla, Renacimiento, 2017). Los más recientes libros del autor, que ha dedicado atención a figuras como César Vallejo, Julián Martel, Gastón Baquero o Antonio Machado, son el libro de ensayo La vida como obra de arte (Madrid, Rialp, 2019) El corazón y el mar (Madrid, Rialp, Col. Adonáis) y Tiempo mío, tiempo nuestro (Rialp, 2021)

Martí, pues, se sirve de su intimidad, en lo que tiene de humano esencial, para esbozar la imagen quebradiza de la sociedad moderna: su punto de partida para analizar las causas del nuevo malestar social y de las nuevas esperanzas no es, por tanto, la observación del medio y el posterior raciocinio inductivo, sino su íntima existencia y su radical subjetividad

CARLOS JAVIER MORALES

El Prólogo al Poema del Niágara y el esplendor del ensayo martiano

Una vez revisada su evolución ensayística, así como las razones por las que nuestro autor debe considerarse como indudable creador del ensayo hispánico moderno, pasaré a corroborar los principales rasgos hasta aquí consignados a través de un ensayo muy significativo de Martí, tanto por su valor intrínseco como por el propósito que nos mueve en estas páginas. Se trata del célebre Prólogo al “Poema del Niágara, escrito en Nueva York y editado, junto con el libro que prologa, en 1882; publicado, pues, en una fecha temprana dentro de esta etapa de madurez. A él sucederán otros muchos ensayos de naturaleza y de valor semejantes.

         No pretendo hacer un análisis exhaustivo de este gran ensayo martiano de 1882, sobre el que ya existen varias incursiones muy esclarecedoras[1]. Sólo intentaré reparar en los rasgos del ensayo moderno esbozados en las líneas precedentes, para certificar su pleno cumplimiento en este texto capital de Martí, que inaugura una larga serie de ensayos suyos acogidos a esta nueva concepción del género.

         El prólogo martiano al extenso poema del venezolano Juan Antonio Pérez Bonalde constituye una de las mayores digresiones de la prosa de ideas escrita en el mundo hispánico. Pero tal carácter digresivo no entorpece la eficacia ideológica y expresiva del texto, como tampoco dificulta su unitaria comprensión. Es más: la digresión temática con respecto al objetivo inicial de dicho prólogo, que sería la presentación del libro de Pérez Bonalde, se convierte en el eje configurador del proceso intelectual y vital que origina todo el ensayo, hasta el punto de que es ese carácter digresivo el que permite representar existencialmente la compleja dinámica espiritual afrontada por Martí para defenderse de los “ruines tiempos”. La digresión temática pasa a ser, ante todo, el principio estructurante de un proceso interior que se va abriendo cauce en la escritura a medida que se vive en la propia existencia. De manera que el ensayo no transmite tanto un contenido de pensamiento ya formado (por libre y expresiva que sea esa transmisión) como un proceso vital que se experimenta al mismo tiempo que se escribe. Y éste es, como veíamos al principio, el fenómeno radical que confiere carta de naturaleza al ensayo moderno.

         Pese a lo anunciado en el título de este texto de 1882, el supuesto “prólogo” puede leerse como un diagnóstico de la modernidad social y cultural; diagnóstico que, por otra parte, no consiste en un juicio unívoco y definitivo sobre la época actual de Martí, sino en una formulación dialéctica de las distintas tensiones que agitan ese tiempo nuevo, no tan “ruin” como pudiera parecer en un principio. También puede leerse este texto, sin traicionar la literalidad de sus palabras, como una fundamentación sociocultural de la literatura modernista que Martí se ve urgido a practicar, y que, como sabemos, constituye el primer estadio de la literatura moderna en lengua castellana. Y también cumple esta obra la misión de definir el carácter inconcluso y provisional del nuevo ensayo. En efecto, nuestro autor, después de anotar sus intuiciones sobre la permeabilidad ideológica de los nuevos tiempos, caracteriza, en una enunciación inicialmente negativa, cuál es la escritura propia de esos tiempos tan indefinidos y variables, frente a la estabilidad doctrinal y axiológica de épocas pretéritas:

                   Y estos nuevos amores no se incuban, como antes, en celdas silenciosas en que la soledad adorable y sublime empollaba ideas gigantescas y radiosas; ni se llevan ahora las ideas luengos días y años luengos en la mente, fructificando y nutriéndose, acrecentándose con las impresiones y juicios análogos, que volaban a agruparse a la idea madre, como los abanderados en tiempo de guerra al montecillo en que se alza la bandera; ni de esta prolongada preñez mental nacen ahora aquellos hijos ciclópeos y desmesurados, dejo natural de una época de callamiento y de repliegue, en que las ideas habían de convertirse en sonajas de bufón de rey, o en badajo de campana de iglesia, o en manjar de patíbulo (…). Ahora los árboles de la selva no tienen más hojas que lenguas las ciudades; las ideas se maduran en la plaza en que se enseñan, y andando de mano en mano, y de pie en pie (…). Las ideas no hacen familia en la mente, como antes, ni casa, ni larga vida. Nacen a caballo, montadas en relámpago, con alas (…). No alcanza el tiempo para dar forma a lo que se piensa. Se pierden unas en otras las ideas en el mar mental, como cuando una piedra hiere el agua azul, se pierden unos en otros los círculos del agua (…). De aquí esas pequeñas obras fúlgidas, de aquí la ausencia de aquellas grandes obras culminantes, sostenidas, majestuosas, concentradas[2].

         Recordemos que el propósito inicial del Prólogo… era la valoración del poema de Pérez Bonalde. Sin embargo, esa continua digresión, que permite leer el texto en los tres ejes temáticos apuntados hasta ahora, no le impide al autor el cumplimiento con el objetivo expreso de su prólogo: Martí, en unos lugares muy concretos, apreciará efectivamente los valores del libro de Pérez Bonalde; sólo que su estimación no será exclusivamente literaria, sino una estimación abarcante en que la se superponen las dimensiones sociológica, antropológica, psicológica y espiritual. A fin de cuentas, todas las dimensiones inseparables en la existencia del ensayista (y del poeta comentado), pues es la existencia del autor –y no el resultado de su pensamiento– lo que el nuevo ensayo quiere representar prioritariamente.

         Y en esa existencia del yo-ensayista de Martí (una suerte de yo-poético en prosa) es el espíritu individual, radicalmente subjetivo, el principio interior que da coherencia y sentido a los saberes escindidos y dispersos de la modernidad, tan desconcertantes para un espíritu que siente la nostalgia de ese Dios expulsado del saber y de las relaciones sociales. Y tal espíritu desconcertado y hambriento de una solución no tiene más remedio que disgregar su discurso, como disgregada está su propia existencia actual, para tratar de intuir las relaciones ocultas entre los saberes y las tensiones disímiles que operan dentro de sí.

         De manera que la digresión de Martí, más que en una simple digresión temática, consiste en una digresión estructural del texto, única vía para darle su sentido último y su cabal unidad; que ya no es unidad de tema sino unidad psíquica y espiritual del yo-ensayista. Semejante digresión estructural es la que encontramos en los grandes ensayistas modernos. Pensemos, dentro de la literatura de nuestra lengua, en el caso tan señalado de Unamuno y, concretamente, en su ejemplar ensayo Del sentimiento trágico de la vida: cómo, además de definir por aproximaciones crecientes el origen de ese sentimiento, el autor comienza por asentar el objeto de la nueva y verdadera indagación filosófica, el hombre de carne y hueso, con todas sus implicaciones existenciales. Recordemos cómo, dentro de la misma obra, el autor se permite intuir y reflexionar posteriormente sobre las adecuadas relaciones entre la filosofía y las ciencias, a las que añade su meditación encendida sobre la validez de la fe religiosa. Sólo un capítulo, el tercero de esta obra, se halla centrado en el “hambre de inmortalidad” que desencadena el trágico sentimiento anunciado en el título.

         Si pensamos en otro ensayista capital de nuestra modernidad literaria, el Ortega de la España invertebrada, por referirme a una obra concreta y tan representativa, nos asombraremos ante la cantidad y extensión de cuestiones aparentemente ajenas a la quiebra del proyecto nacional español: su teoría sobre el proyecto vital, sobre el imperativo de la selección en el gobierno de la sociedad, sobre la ejemplaridad del líder y sus relaciones mutuas con la masa… Cuestiones que, además de hacer referencia al carácter “invertebrado” de la España transcurrida, son planteamientos de gran validez para proyectar la sociedad española del futuro y aun para la “vertebración” necesaria en toda sociedad y en toda vida individual. Corriendo en el tiempo, y por poner otro ejemplo de ensayista cimero en nuestra tradición moderna, podemos reparar en El laberinto de la soledad de Octavio Paz, que no es sólo una elucidación de la identidad del hombre mexicano a través de los distintos proyectos de nación que han regido en su patria, sino también un constante asedio a la dialéctica soledad-comunión en el individuo y en los pueblos, al carácter excepcional de la fiesta como advenimiento de un tiempo sagrado, al problema del enmascaramiento y del necesario desenmascaramiento del hombre mexicano y, en definitiva, de todo hombre que aspire a la plenitud moral y existencial.

         Este carácter estructuralmente digresivo y plurisignificativo tan propio del ensayo moderno, del que sólo he puesto algunos ejemplos casi inexcusables, está presente en el Prólogo… de Martí; y en él, como en los ensayistas posteriores, el tema inicial será sólo un pretexto para clarificar cuestiones más abarcadoras y trascendentes, de modo semejante a como en la poesía moderna el tejido imaginario de los símbolos es sólo un “correlato objetivo” de las cuestiones que misteriosamente se ocultan bajo ese mundo sensible, y que son las que, en verdad, inquietan al poeta. Y ese carácter digresivo y plurisignificativo del ensayo moderno se sustenta (y en Martí con una recurrente explicitud) en la concepción analógica del Universo, en la visión del mundo como un tejido de símbolos donde todos los seres se corresponden y comparten una esencia única, como afirma nuestro autor en el mismo Prólogo… que nos ocupa: “En la fábrica universal no hay cosa pequeña que no tenga en sí todos los gérmenes de las cosas grandes”[3].

         El ensayo sobre el Poema del Niágara ha aprovechado el tema de la poesía para discurrir existencialmente sobre el tema del hombre moderno y su necesidad tan urgente de reconstruir los caóticos fragmentos que encuentra en sí mismo y en su medio social, con vistas a cumplir su destino último e imperecedero. Si dice Martí en el mismo texto que “la vida íntima febril, no bien enquiciada, pujante, clamorosa, ha venido a ser asunto principal y, con la naturaleza, el único asunto legítimo de la poesía moderna”, lo mismo podría haber dicho del ensayo, como tan bien verifica en este ensayo suyo. Y, más adelante, cuando afirme que “toca a cada hombre reconstruir la vida: a poco que miré en sí la reconstruye”[4], nos está expresando, al mismo tiempo que lo intuye, cuál es la misión de la literatura en todos sus géneros y, del modo peculiar que aquí practica, en el género ensayístico; el cual, independientemente de su tema propio, ha de ser, ante todo, la representación del íntimo proceso por el que el individuo reordena sus diversas tensiones para otorgar sentido trascendente a su vida y a la de su entorno social.

         “…A poco que mire en sí la reconstruye”. Mirar en sí: contemplar serenamente las fuerzas opuestas que actúan en el interior del individuo y contemplar las más altas aspiraciones que en él anidan. Sólo de este modo podrá el hombre disponerse a vislumbrar el hilo que conecta su ser y su concreto existir con el Absoluto; de otra manera, la dispersión de saberes y de actividades superpuestas en la vida moderna acabarán por expulsarnos, como a un cuerpo extraño, de la oculta armonía universal. Pero si cada cual “mira en sí”, pronto alcanzará la convicción de que “no hay occidente para el espíritu del hombre; no hay más que norte, coronado de luz. La montaña acaba en pico; en cresta la ola empinada que la tempestad arremolina y echa al cielo; en copa el árbol; y en cima ha de acabar la vida humana”[5]

         El nuevo ensayista, quien no es más que un poeta lírico que deja fluir la reflexión generada espontáneamente por la emoción, es el que, como el poeta, podrá salvaguardar la cultura humana en medio de la incierta fragmentación de los saberes científicos. Como afirma Julio Ramos en su penetrante estudio sobre las relaciones entre la modernidad y la literatura hispanoamericana, “el poeta es el héroe mayor, acaso el único héroe posible en la modernidad. Porque el poeta ve la juntura. Su discurso –el de lo bello– articula lo uno, armonizando las diferentes facultades que la especialización disgregaba y ponía en contradicción”[6]. Y del Martí poeta es uno de los enunciados que el citado estudioso, seguramente a conciencia, ha dejado escapar: “Siempre que hundo la mente en libros graves/ La saco con un haz de luz de aurora:/ Yo percibo los hilos, la juntura,/ La flor del Universo: yo pronuncio/ Pronta a nacer una inmortal poesía”[7]. De manera que es el poeta el máximo veedor y, como Martí practica de modo análogo en éste y en el resto de su ensayismo maduro, es el nuevo ensayista el que no sólo propone nuevos saberes a los muchos que la ciencias acumulan, sino, sobre todo, el que hace ver al hombre la “juntura” entre su ser y el Universo armónico.

         El ensayo moderno, que es la subordinación del pensar abstracto a la percepción individualizadora de la poesía, es el género que, por la explicitud racional propia de la reflexión, complementa a la poesía en la tarea de devolver al hombre la imagen total de sí y del Universo del que forma parte.

         El mismo Julio Ramos, que en el citado estudio sitúa la obra de Martí en el momento de la inserción plena de Hispanoamérica en la modernidad literaria

–aunque centrándose en la crónica–, realiza una lúcida comparación entre el ensayismo de dos grandes americanistas del XIX, Andrés Bello y Domingo F. Sarmiento, y la escritura también americanista de Martí. Si Bello, que tanto lustre dio al total ensayismo hispánico, utiliza la literatura y propone su difusión como vía de acceso al saber de la ciencia moderna, tan indispensable para modernizar a unas jóvenes repúblicas americanas necesitadas de racionalización; si Sarmiento acude a la literatura para representar la “barbarie”, el antiprogreso, como medio más elocuente para proponer la única alternativa “civilizada”, es decir, la adopción de la ciencia y la técnica modernas; Martí, en cambio, que ya vive en el moderno monstruo “y conoce sus entrañas” (refieriéndose a Estados Unidos), utiliza la literatura como un discurso alternativo al de las ciencias dispares del mundo moderno; discurso alternativo que, aun teniendo su propio código, posee la virtualidad de reconstruir los múltiples fragmentos del saber y desentrañar la armonía secreta entre los mismos.

         De manera que en Martí, como tan bien demuestra Ramos, la literatura no es ya un vehículo, un discurso instrumental, sino un fin en sí misma; para lo cual nuestro autor ha tenido que adoptar un concepto plenamente moderno de literatura: ya no será la transmisión bella y civilizada del pensamiento, sino la representación de la existencia individual capaz de revelar la universal condición humana. Y esto, que vale para toda la literatura de Martí, vale también para el ensayo, tanto en su concepción como en su práctica. Y esto es lo que Martí practica con plena conciencia en nuestro Prólogo… y en todos sus ensayos posteriores.

         Por ser la literatura –tanto la poesía de Pérez Bonalde como el propio ensayo martiano– una representación de la existencia individual con valor universal, tratando de contemplar el hilo que une la personal existencia a la vida armónica del Mundo, ese mirar en sí se constituye en el primer momento decisivo de la dialéctica existencial que vive el yo literario moderno y que origina todo el proceso espiritual aquí representado (como ocurre también, aunque de modo más genérico y artificial, en el comentado poema de Pérez Bonalde). Sin embargo, observemos que Martí, en lugar de hablar formalmente de sí mismo, objetiva su propia dialéctica existencial en el poema de Pérez Bonalde, que es el gran pretexto de ese ensayo. Y cuando no se refiere expresamente al poema, como sucede en gran parte del texto, convierte su drama íntimo en drama colectivo que afecta a los “ruines tiempos” y a toda la sociedad que en ellos vive, rehuyendo de esta manera todo impúdico confesionalismo, tan denostado por el maestro en la legión de poetas lastimeros que había dado de sí nuestro romanticismo.

         Martí, pues, se sirve de su intimidad, en lo que tiene de humano esencial, para esbozar la imagen quebradiza de la sociedad moderna: su punto de partida para analizar las causas del nuevo malestar social y de las nuevas esperanzas no es, por tanto, la observación del medio y el posterior raciocinio inductivo, sino su íntima existencia y su radical subjetividad. El presente ensayo se convierte, pues, en un texto de hondo calado sociológico a la vez que explora los entresijos del vivir individual.

         En este sentido, es un fenómeno muy similar al que se produce en el ensayismo de Unamuno y de otros muchos autores  posteriores. Observa Juan Marichal que «la auténtica sociabilidad consiste, para Unamuno, en la convivencia de personas que expresan libremente sus problemas espirituales y sus preocupaciones íntimas. La franca expresión de la intimidad personal sería, en la vida española, una fuerza sociable que enriquecería las relaciones sociales de los españoles y amortiguaría sus “asperezas” y esquinas»[8]. Esa suerte de intimidad socialmente compartida es la misma que Martí revela en este escrito y en otros muchos lugares de su obra, aunque formalmente no hable en primera persona. Y es la exploración de la existencia íntima el punto de partida para la indagación social que aquí se nos ofrece.

         En esa dialéctica simultáneamente existencial y social se oponen dos grandes fuerzas, que se entrecruzan oportunamente en el texto: en primer lugar, se nos constata directamente la “ruindad” de unos tiempos en que la sociedad es más una pregunta que una respuesta para el individuo, una vez que en el panorama social se ha opacado el sentido del vivir por obra de un cúmulo de actividades aparentemente contradictorias, encaminadas a satisfacer una parte muy pequeña de nuestros deseos y de nuestras hambres de verdad: “¡Ruines tiempos, en que no priva más arte que el de llenar bien los graneros de la casa, y sentarse en silla de oro, y vivir todo dorado; sin ver que la naturaleza humana no ha de cambiar de como es, y con sacar el oro afuera, no se hace sino quedarse sin oro alguno adentro!”[9]. Así reza el comienzo del primer diagnóstico del texto sobre la realidad contemporánea.

         Pero ese diagnóstico, que no es unívoco ni estático, sino intensamente complejo y dinámico, da paso luego al señalamiento de la otra fuerza que, paradójicamente, nos permite augurar un futuro venturoso para estos provisionales “ruines tiempos”. En efecto, Martí siente que en esa chatura espiritual de su época, que el poeta sufre de modo más acuciante (pues no olvidemos que es el “veedor” de las “junturas” y, por tanto, también de las fisuras); en esa chatura espiritual de su época –decía– Martí siente que, ante el estado de incertidumbre colectiva, será toda la colectividad de los hombres que viven en esa sociedad moderna la que tenga que implicarse en la búsqueda de las respuestas a tan general indeterminación:

                   Nadie tiene hoy su fe segura. Los mismos que lo creen se engañan. Los mismos que escriben fe se muerden, acosados de hermosas fieras interiores, los puños con que escriben. No hay pintor que acierte a colocar con la novedad y transparencia de otros tiempos la aureola luminosa de las vírgenes, ni cantor religioso o predicador que ponga unción y voz segura en sus estrofas y anatemas. Todos son soldados del ejército en marcha. A todos besó la misma maga. En todos está hirviendo la sangre nueva[10].

         En todos hierve la duda y, con ella, la ansiedad de la “sangre nueva” demandando respuestas estables que, por ser hallazgo de todos, habrán de iluminar a todos. “Y hay ahora como un desmembramiento de la mente humana   –prosigue un poco después–. Otros fueron los tiempos de las vallas alzadas; éste es el tiempo  de las vallas rotas”[11]. Este es el tiempo en que se necesita la participación activa de todos, el tiempo de la libertad en que todos, mirando en sí, nos reconozcamos como semejantes en todo lo esencial. Martí nos sitúa, pues, ante una verdadera paradoja social (que es a la vez íntima y existencial), y en torno a esa paradoja se configura el ensayo en todos sus niveles, incluido el verbalmente estilístico.

         Pero, como bien advierte José Olivio Jiménez, “no equivale esto a implicar que Martí se valga adrede de la paradoja como un excitador de la conciencia (…); ni muchísimo menos que fuere posible aislar del contexto frases o expresiones donde por sí se manifiesta una intencionalidad paradójica. Es una impresión total; y se la percibe más como una atmósfera intuitiva que en calidad de una apasionada violación ejecutada por la voluntad y la inteligencia sobre la supuesta lógica objetiva de las cosas y el lenguaje”[12]. Esa “autoridad abrupta de la paradoja”, como la entiende el mismo Jiménez, no es, pues, un recurso retórico, sino el actuar dialéctico de lo que el citado estudioso denomina el envés negativo y el haz positivo de esta dinámica existencial. He aquí, pues, cómo esas dos fuerzas íntimas de la lucha existencial se hacen extensibles a todos los hombres de su tiempo y otorgan al ensayo, desde la radical subjetividad, un valor de verdad universalizable.

         Mirar en sí, primer momento de la dialéctica existencial representada. Y luego, serenamente asumida la escisión y las ansias interiores de unidad, mirar a la naturaleza, que será el segundo momento decisivo de este proceso. Lo expresa el propio Martí aludiendo directamente al poema moderno y, por concreción, al poema de Pérez Bonalde:

                   ¡El poema está en el hombre, decidido a gustar todas las manzanas, a enjugar toda la savia del árbol del Paraíso y a trocar en hoguera confortante el fuego de que forjó Dios, en otro tiempo, la espada exterminadora! ¡El poema está en la naturaleza!, madre de senos próvidos, esposa que jamás desama, oráculo que siempre responde, poeta de mil lenguas, maga que hace encender lo que no dice, consoladora que fortifica y embalsama![13]

         El yo martiano, proyectado aquí en el yo del poeta-Pérez Bonalde, ha mirado en sí y, al mirar luego a la Naturaleza (espacio físico que representa al Universo en su estado más puro y armónico; más verdadero también), el yo subjetivo del poeta-ensayista percibe la analogía entre su ser personal y el de la Naturaleza bienhechora. Y esa relación analógica, reveladora de la armonía entre el hombre y la Naturaleza, reordena su mundo interior, asediado por el caótico desorden de la urbe, y le revela, además, su analogía íntima con Dios, término de todo el proceso espiritual representado en el ensayo; garantía de la vida eterna que garantiza a su vez la ansiada armonía de esta existencia frágil.

         El haz positivo de esta dialéctica existencial triunfa en el espíritu una vez que el hombre “mira en sí” y mira a la Naturaleza. Y la armonía conquistada no será un estadio pasajero para ser disfrutado en un idílico paisaje natural; sino que esa armonía, entrevista en el escenario transparente de la Naturaleza, puede ya iluminar la vida del hombre por donde quiera que vaya, incluso en la abigarrada urbe moderna.

         La dialéctica de la existencia se escribe y se resuelve durante la escritura del ensayo, aunque la experiencia previa se haya vivido antes. El ensayo se convierte en el lugar de la búsqueda y del encuentro, en la revelación de las diferentes fuerzas que operan en la existencia personal y colectiva y que se reconcilian positivamente gracias al haz positivo del espíritu.

         De más está subrayar, pues ya se habrá intuido por los pasajes transcritos, cómo esta escritura ensayística, pivotando sobre un rico y novedoso caudal de imágenes simbólicas, fruto de la subjetividad creadora del poeta-ensayista, avanza a saltos de pensamiento, acelerando el discurso lógico sin necesidad de atravesar sistemáticamente todas sus fases.

         Este ensayo, como tantos otros posteriores de Martí, constituye un solo poema; sólo que un poema expandido textualmente en virtud del canal reflexivo que el intelecto desarrolla a partir de la emoción radical, lo cual confiere una mayor explicitud conceptual y racional a los impulsos súbitos de la intuición poética. Y tal es el ensayo moderno, ya se conciba según las convenciones impuestas por las páginas de un periódico o revista o según la ilimitada extensión de un volumen exento. Según un caso u otro, el componente reflexivo puede aportar más o menos razones –nunca todas las posibles– a la intuición creadora. De manera que la variable extensión del texto ensayístico moderno será sólo una variable cuantitativa, accidental: el género y el procedimiento serán sustancialmente los mismos. Y de este género, en su peculiar configuración moderna, Martí es el iniciador, e iniciador genial, en la literatura de lengua castellana.   


[1] De modo preferente, remito al lector al estudio de José Olivio Jiménez “Una aproximación existencial al Prólogo al `Poema del Niágara´”, incluido en su libro La raíz y el ala: aproximaciones críticas a la obra literaria de José Martí, Valencia, Ed. Pre-textos, 1993, pp. 25-63.

[2] José Martí, Ensayos y crónicas, ed. cit., pp. 64-65.

[3] Ensayos y crónicas, ed. cit., p. 61.

[4]Ensayos y crónicas, ed. cit., p. 69.

[5]Ensayos y crónicas, ed. cit., pp. 66-67.

[6]Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XX, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 213.

[7] José Martí, Poesía completa, ed. de Carlos Javier Morales, Madrid, Alianza Editorial, 2013, 2ª ed., p. 245.

[8] Juan Marichal, Teoría e historia del ensayismo hispánico, Madrid, Alianza Editorial, 1984, p. 150.

[9] Ensayos y crónicas, ed. cit., p. 60.

[10] Ensayos y crónicas, ed. cit., p. 62.

[11] Ibid., p. 63.

[12] José Olivio Jiménez, La raíz y el ala…, ed. cit., pp. 33-34.

[13] Ensayos y crónicas, ed. cit., pp. 62-63.

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