“El pensamiento archipiélago” Por Juan Carlos de Sancho

Juan Carlos de Sancho (Las Palmas de Gran Canaria, 1956). Escritor, editor, guionista e ilustrador. Ha cultivado la poesía, el ensayo, la columna periodística, el guión documental y cinematográfico, la narrativa infantil. Editor y antólogo internacional, dibujante de tiras cómicas e ilustrador de sus propios libros. Traducido a diversas lenguas, parte de sus escritos de pensamiento han sido publicados en diferentes revistas especializadas de Irlanda, Portugal, Italia, Francia y México.
Juan Carlos de Sancho

Desde la revista Trasdemar presentamos un ensayo del escritor Juan Carlos de Sancho (Las Palmas de Gran Canaria, 1956) dedicado a la reflexión sobre la poética de la insularidad. Es autor de una extensa obra literaria y ha participado en multitud de festivales y encuentro literarios, entre ellos de la Macaronesia

La literatura y el arte insular siempre han sido más atrevidos, aceptan sin tanto recelo las influencias, reciben desde hace siglos a los visitantes con amabilidad. La cultura de las islas es una cultura de influencias

JUAN CARLOS DE SANCHO

                                                                   "Una isla es un punto de conciencia en el mar" Lawrence Durrell

Cuando subes a lo alto de una isla compruebas maravillado que el horizonte es un círculo interminable y que no era una línea recta por donde se alejaban los barcos y se escondía el sol. Pero hay que subir para caer en la cuenta, subir como los pájaros, incluso sobre los alisios, esas nubes que separan la realidad del infinito. Cuando eres niño crees que vives en un espacio interminable y desconoces que tu territorio cobija una cultura de influencias. Los círculos siempre atraen.

En otros artículos he recordado que un archipiélago es un conjunto de territorios unidos por aquello que los separa. Y aquello no es solamente el mar sino la conciencia de que las diferencias de cada isla es lo que realmente nos atrae, sus características propias. Nos gusta divisar y compartir lo que es distinto, pasar de lo acostumbrado a lo desigual. Y es un placer viajar dentro del mismo territorio común disfrutando de las múltiples variedades que se nos presentan a la vista.

Pervive en los archipiélagos una resistencia filosófica que viene de muy lejos y que tiene que ver con los visitantes, el aislamiento y ese perfume incontrolado que trae el mar y sus ondas misteriosas. En las islas sobreviven las apariciones, ese estar y no estar del todo presentes, un espíritu interior que mucho tiene que ver con el humor filosófico, una forma superada de la inteligencia que sin apenas decir nada deja ver casi todo y sin contar se cuenta.

En las islas un gesto es casi un libro y un silencio un aforismo nietzchano, una sabiduría de siglos, una intuición meditada. Es la recámara crítica, un lugar previo que antecede al pensamiento pero que ya sabe lo esencial. El isleño mantiene en secreto su recámara crítica, siempre. Enseñarla tiene que ver con el afecto y la confianza. Es una isla que navega en su interior y que no desea ser conquistada. Es un pensamiento que está en estado de espera, en proceso de incubación. En la recámara crítica no hay prisa.

El pensamiento archipiélago busca su protagonismo en el mundo. Ha sido elaborado con paciencia en la recámara crítica. Quizá los secretos de las islas, guardados celosamente, están a punto de refrescar la abulia de la cultura continental. Ha habido que esperar siglos, pero ahora nuestra situación geográfica y mental nos da una oportunidad única de ofrecer al mundo un nuevo Renacimiento.

Pese al alto nivel de analfabetismo al que han sido sometidos los isleños no han dejado por ello de practicar un tipo de relación con el mundo inteligente, compleja, a ratos disimulada. La agudeza, pongamos por caso. Y esos devaneos con la ironía y la frase indirecta. Y copiar lo mejor del otro sin decirlo, transformándolo en la recámara crítica, presentándolo como original. Puro mestizaje, el sabor de la sutil heterodoxia, manteniendo la isla interior a buen recaudo para tiempos venideros.

El pensamiento archipiélago es ante todo una actitud mental en evolución y una poética de la relación. Tiene que ver con la criollización que incorporó a la cultura insular un tono barroco y metafísico, aparentemente resignado pero sutilmente anunciador. No es fácil captar el trasfondo de un insular porque el silencio puede hablar en la isla y el exceso de palabrerío despistar el asunto central. Creo que los isleños no comparten la máxima de Quevedo cuando al referirse a España escribía “Félix natura, infélix cultura”, o sea, feliz naturaleza y cultura infeliz, menesterosa. El isleño, aunque sometido durante siglos a gobiernos autócratas y caciquiles mantienen con orgullo su dulce melancolía, su saudade, en un punto avizor que le permite ver las cosas con cierta distancia, analíticamente, incluso filosófica.

Al ser un territorio pequeño, el insular distingue y acoge rápidamente lo diferente. La literatura y el arte insular siempre han sido más atrevidos, aceptan sin tanto recelo las influencias, reciben desde hace siglos a los visitantes con amabilidad. La cultura de las islas es una cultura de influencias. En el continente se reproduce a menudo el orgullo patrio, una defensa de la épica fundacional que ralentiza el progreso, la innovación y la vitalidad de la cultura; cualquier espontaneidad es vista de reojo, comparada: es una cultura más costumbrista, propia de los herederos de los conquistadores. Una vez me comentaron que una Península es una isla en pena.

Es difícil zafarse de los arquetipos nacionales, deshacerse del espectro nacional, incluso puede llegar la Democracia y tardar en instalarse más de cien años por culpa de las rutinas y estereotipos, como escribía el escritor insular canario más universal Benito Pérez Galdós, considerado después de Cervantes uno de los mejores novelistas españoles. Galdós hablaba de la visión de los que venían de ultramar, una visión más anchurosa y propia de los que viven continuamente en culturas visitadas, un espíritu más conciliador y placentero.

Galdós, sin formularlo ya intuía entonces las cualidades del pensamiento archipiélago, como defiende desde Martinica el poeta Édouard Glissant: las identidades rizomas que aceptan siempre con satisfacción las influencias. El mundo necesita actualmente de los secretos insulares, de sus mixturas culturales: dinamismo, arte, vida, tolerancia, hospitalidad, acogida, mestizaje, criollización.

Aunque viva aislado un isleño sabe que el horizonte es circular. Y entre más sube a la cumbre de la isla más certeza tiene aún de la circularidad. Ser isleño debería ser una nueva actitud intelectual de los artistas, creadores, pensadores e intelectuales del mundo. Ante la globalización, el feudalismo económico y la banalización de la cultura ya no basta solo con indignarse sino es preciso elevarse. Se trata de elevar el pensamiento hacia posiciones circulares, situarse en una noria donde todos podamos disfrutar de nuevas y hermosas vistas. La isla es una dimensión de altura en movimiento.

La Cultura como entidad aérea y trascendente necesita un respiradero de altura, la visión de Zaratrusta, el ojo del águila, la recuperación de viajes a Ítaca. El éxito no es un lugar y sin embargo ha sido el objetivo prioritario de miles de artistas, pensadores e intelectuales. Eso ha infantilizado el discurso ya que el éxito está asociado al índice de ventas, a estar continuamente presentes en el mercado mediático. En la cultura comercial dominante se ha perdido la experiencia del disfrute que supone elevarse sobre las circunstancias y el placer de la incubación de la propia obra. Federico García Lorca lo entendió cuando comentaba bendito este trabajo mío que me lleva a la inutilidad.

Vivo en una isla y procuro ser isleño en mi actitud. Cuando veo a un mexicano no veo a un mexicano sino a otro isleño que vive en una Gran Isla. Con sabor a Oaxaca unos, con sabor a Ciudad Obregón otros. Los saberes de los isleños son sus sabores peculiares, sus diferentes colores de pensamiento, esas identidades rizomas que se han ido creando gracias a miles de influencias y que se concretan en un solo individuo, isla que conforma el Gran Archipiélago humano.

Cuando tenía veinte años leí con auténtica pasión al japonés Takuboku, al ruso Maikovski, al norteamericano Whitman, al argentino Borges, al francés Baudelaire, al alemán Nietzche, al turco Nazim Hikmet, al italiano Papini, al portugués Pessoa, al irlandés Bernard Shaw, al español Galdós, al austriaco Thomas Benhard, al indio Krisnamurti, al colombiano García Márquez, al mexicano Rulfo, al cubano Carpentier. Yo estaba entonces construyendo mi isla interior, mi imaginario particular. Algunos amigo míos, apegados aún a la identidad atávica, me reprochaban que no leyera literatura canaria pero yo estaba convencido de que el horizonte era circular y que aquellos elegidos gravitaban sobre mi cabeza como islas imaginarias. Más tarde llegaron los isleños Alonso Quesada, Manuel Padorno, Luis Feria, Josefina de la Torre, Agustín Espinosa… e incluso preparé antologías de estos autores canarios en Buenos Aires, Irlanda, Italia y México. Estudiando sus obras comprobé su afición por los poetas rusos, franceses, japoneses, latinoamericanos. ¡Realmente el horizonte ha sido siempre circular en las islas! Circular como adjetivo y circular como verbo, circular siempre.


Juan Carlos de Sancho (Las Palmas de Gran Canaria, 1956). Escritor, editor, guionista e ilustrador. Ha cultivado la poesía, el ensayo, la columna periodística, el guión documental y cinematográfico, la narrativa infantil.

Editor y antólogo internacional, dibujante de tiras cómicas e ilustrador de sus propios libros. Traducido a diversas lenguas, parte de sus escritos de pensamiento han sido publicados en diferentes revistas especializadas de Irlanda, Portugal, Italia, Francia y México.

Autor polifacético, ninguna manifestación artística ha escapado a su creativa imaginación. La Fiesta del Desierto, Las Unidades Fugaces, El Confital, Manuel Vázquez Montalbán en Memoria (prologado por José Saramago), El Tren del Infinito, El Paraíso Terrenal, Diccionario del Mono Leído, Isla Sombrero. Cuentos y Descuentos, Elogio de lo Invisible, Galdós Responde… forman parte de su extensa obra literaria.

En los últimos años asiste como ponente a diferentes Encuentros Internacionales de Literatura (México, EEUU, Argentina, Egipto, Irlanda, Palestina, Chile, Italia, Costa de Marfil y Portugal) donde suele difundir la literatura insular y el pensamiento archipiélago. Ha recibido premios nacionales como guionista y literarios en Islas Canarias, donde reside habitualmente.

Deja un comentario