“Antón Chéjov, la doble bondad” Por Agustín Díaz Pacheco

Trasdemar es un espacio para la escritura y el intercambio entre escritores y escritoras, las islas como hábitat de creación literaria internacional
Agustín Díaz Pacheco (Tenerife, 1952)

Desde la Revista Trasdemar de Literaturas Insulares presentamos una colaboración del escritor Agustín Díaz Pacheco (Tenerife, 1952) Narrador y periodista, fue director Literario de la Colección nuevas escrituras canarias y ha sido incluido en numerosas antologías de narrativa contemporánea, entre los títulos de su obra figuran El camarote de la memoria (1987), La mirada de plata (1993), Breves atajos (2002), Línea de naufragio (2003) o Cuentos de otoño (2020) En nuestra sección “Telémaco” incluimos este artículo dedicado a la figura del dramaturgo y escritor ruso Antón Chéjov


Tal vez solo desde la soledad, cuando un hombre o una mujer quedan en ésa inhóspita intemperie que es la amarga soledad, tiene la libertad de ahondar en su personal pálpito, pero también atreverse a profundizar en el pulso vital de los demás, consciente de que la soledad escoge a sus víctimas y a éstas hay que abrigarlas

AGUSTÍN DÍAZ PACHECO

Existe un escritor que se caracterizó por su enorme talento literario. Nacido en 1860 en Taganrog, estudiaría medicina para beneficiar a su familia, el maestro de la brevedad narrativa decidió establecer una certera brújula para quienes poseen vocación de escrivivir, que diría Julio Cortázar.

El Hombre de Taganrog no es otro que Antón Pavlóvich Chejov (1860-1904). Escritor de bellas historias, persona subrayada por su bonhomía y la sonrisa triste certeramente adjudicada por muchos de sus biógrafos –su doble bondad-, Antón Chéjov recurriría en sus inicios a distintos pseudónimos: “Antonsha Chejonté”, “Ulises”, “El hombre sin Bazo”, “El hermano de mi hermano”, “Médico sin pacientes”, “G el Tonto” o “El Hombre que se enfurece demasiado”, recibió nobles condecoraciones verbales o escritas como la concedida por Maksin Gorki:

“Chéjov camina por la tierra como un médico por el hospital: hay muchos pacientes, pero no hay medicinas, y además, el médico no está muy seguro de que las medicinas sirvan para nada”. Impresionante definición la proporcionada por el autor de La madre: “…camina por la tierra como un médico por el hospital…”

¿Adjudicarle a Chejov el carácter de persona escéptica? Posiblemente, que era agnóstico, por supuesto, fue él quien lo confirmó en repetidas ocasiones. Pero andar por la vida como lo haría un médico dice mucho de las desesperanzas de un hombre, y médico además, que aun sabiendo que sus pacientes no pueden curarlo –enfermo él, por la implacabilidad de la tuberculosis- confía en ellos, porque al fin y al cabo un lector cada vez que pasa de página trata de atenuar su inmensa soledad.

Tal vez solo desde la soledad, cuando un hombre o una mujer quedan en ésa inhóspita intemperie que es la amarga soledad, tiene la libertad de ahondar en su personal pálpito, pero también atreverse a profundizar en el pulso vital de los demás, consciente de que la soledad escoge a sus víctimas y a éstas hay que abrigarlas. Quizá, sólo que quizá, por eso Chéjov espetaba el tiempo de los demás, que su proverbial brevedad no sólo era un recurso propio del sobrio estilo de un gran escritor, sino que también, sabedor de la dificultad que aquélla encerraba, no dudaba en encomendarla: “No olvide que la brevedad es la madre de todas las virtudes […] y el mejor medio de observarla es por las cuartillas (como la que ahora uso): en el momento en que llegue a ocho o diez [folios]…¡alto!”, le aconsejaría –según José María Valverde-, en 1886 a una narradora.


A la doble bondad atribuida a Antón Pávlovich Chéjov, habría que añadirle una virtud más, conformando un hermoso trípode. Y ésa tercera bondad consistiría en su talento, en el arte de abreviar con literaria esplendidez.


Deja un comentario